Nombre.

Una sensación de felicidad se adueñó de cada fibra de su cuerpo, de cada poro de su piel, ocasionando que su sonrisa creciera y sus ojos emitieran un brillo radiante. Y pronto su felicidad comenzó a esfumarse cuando poco a poco su reflejo mutaba a otro. No, no otra vez. Ahí estaba aquel que no era él. Aquel que emanaba tristeza, aquel que poseía unos ojos tan enigmáticos, tan peculiares. Aquellos ojos que parecían tintados de todos los colores y de ninguno a la vez.

—¿Quién eres? —cuestionó.

Y era inútil intentar recibir una respuesta. Quizá se había vuelto loco, pero sabía que no era posible. Él era un chico tan ordinario, tan común que la locura estaba lejos de formar parte de su persona. Nunca hizo nada malo, nunca hizo algo que atentara contra alguien o contra su propia persona. Él era tan... convencional. Nada había en él que destacara o que llamara la atención de los demás. No tenía malos antecedentes ni malos comportamientos. Tampoco podía asegurar ser un ejemplo digno de ciuda
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