La imagen era suya.

Unos tenues susurros se oyeron y era la primera vez que sucedía semejante cosa. Supo que aquellos murmullos fueron ocasionados a causa de la fémina y oyó algunas palabras sueltas siendo musitadas por lo bajo, todas desagradables.

Esporádicamente pensaba que cuando se trataba de menospreciar a alguien, las chicas eran las peores. Ellas eran implacables hablando mal de otras. En cambio los chicos, bueno, algunos preferían recurrir a la violencia física que a las palabras, pero las marcas de los golpes desaparecían de la piel y las palabras quedaban grabadas en la mente, siendo un recordatorio permanente. A pesar de haber una enorme diferencia entre chicos y chicas, ambos bandos podrían, fácilmente, estar equilibrados. Hace mucho tiempo comprendió que las diferencias solo eran un invento del ser humano si uno realmente creía en ellas. Aunque nadie fuera igual al otro. Todos tenían sus peculiaridades, todos eran únicos, pero seguían siendo seres humanos (iguales).

—Noventa y ocho, señor —
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