Las personas lo esquivaban. Se habituó. De algún modo, siempre fue de esa manera. Siempre fue consciente de que su apariencia era mal vista, que lo juzgaban y estaba bien. Hoy día... era lo de menos.Llegó a la tienda. Ingresó sin mirar a nadie en particular. No era como en las que había trabajado anteriormente. Esta era distinta, moderna, más actual y acorde con los gustos musicales de las personas, de los jóvenes.—Hombre, hasta que apareces.Descolgó la mochila de su hombro derecho y fijó la mirada en el chico detrás del mostrador. Más recuerdos llegaron a su mente y no era momento para eso.—¿Y bien?Frunció el ceño, ¿había algo que tenía que...?—Ah, sí —Abrió la mochila y sacó un pendrive¹—. Aquí tienes. Es lo que pude recopilar. No es mucho, pero son las mejores.—Eres el único con buen gusto cuando se trata de música vetusta —Negó con la cabeza en torno al chico—. ¿Qué? Es la verdad.—Bien, si tú lo dices —profirió. Volteó sobre sí y observó el local—. Está tranquilo. Es raro.
Algo nuevo nació. Algo nuevo crecía en su interior. Un sentimiento de aceptación con su propio ser, con su propia persona. Porque incluso un tiempo atrás, él mismo había comenzado a detestarse. A aborrecer su apariencia, a querer arrancarse la piel entintada. No era la solución, nunca lo fue.Recordar ahora no era tan negativo para su mente. Lo que vivió, experimentó y aprendió, formaba parte de su pasado y formaba parte de su presente. Ya no le causaba dolor el recordar a sus padres porque, dentro de todo, tenía buenos recuerdos. Hubo un tiempo —cuando era un niño— en el cual sus padres lo amaron, lo mimaron, lo malcriaron y prefirió quedarse con esas memorias; dejar guardados en un baúl las otras.Retomó la pasión por las fotografías y salía cada que podía con su Nikon. Las imágenes que petrificaba eran sus tesoros. Aquellas que quedarán por siempre tiesas —luego— en papel glossy.Dejó de importarle lo que las personas pensaran sobre su apariencia. Dejó de dar relevancia a que no lo
Todo parecía pasar en cámara lenta. Una mata de rizos rubios, mejillas asalmonadas y... alguien caminado hacia él. Alguien a quién supuso solo lo mantenía en recuerdos, solo...—¡Desapareciste! —Inerte, su lado racional dejó de... —. ¿Por qué? Te busqué, prometí que regresaría y tú... ¿Por qué?Un espasmo sacudió su cuerpo. ¿Acaso el universo estaba en su contra? ¿Acaso se encontraba tan sumido en los recuerdos del chico que se adueñó de su corazón que ahora lo imaginaba? Porque, ¿era solo una ilusión, cierto? No era posible que estuviera frente a él, ¿cierto?—¡Deja de mirarme así! —«No, tú no eres real. ¿Estoy volviéndome loco?»—. ¡Soy yo! Soy yo, Kil.—N-no, tú...—Me olvidaste —Se negaba a creer porque ese chico delante de él quién mostraba una expresión agónica, mirada dolida, rostro... —. Te olvidaste de mí. Te olvidaste de tu novio.—Nath, realmente, realmente... estás aquí —balbuceó incrédulo—. ¿N-no eres una ilusión?La risa histérica que soltó el chico delante de él conectó
Estaba bien desahogarse, estaba bien gritar y llorar y estaba bien romper lo que sea que estuviera en su camino. Tenía todo el derecho del mundo de desquitarse como fuera y con lo que sea porque las emociones exploraron y no para bien, pero la culpa solo era suya y de nadie más.(…)Las luces estrambóticas predominaban el lugar y el sonido de los altoparlantes provocaban un tenue temblor en el piso de madera o, al menos, aquella fue su percepción; quizá también debía sumarle los centenares de cuerpos restregándose por doquier al ritmo de la extravagante música electro-dance. No era como si se hubiese arrepentido de aceptar la invitación de su mejor amigo a dicho antro, pero apenas había ingresado por las puertas de aquel lugar, se percató de que nada de aquello era lo suyo.Según Nicolás —su mejor amigo—, él debería tratar de divertirse y explorar nuevos escenarios y tal vez, con un poco de suerte, encontrar aquello que aún anhelaba con verdaderos sentimientos. Sin embargo, dudaba bas
Un mes después.Refunfuñó algo por lo bajo mientras se dirigía a la oficina de su jefe. Estaba seguro de que no lo mandó a llamar para felicitarlo por su trabajo, mucho menos para otorgarle un aumento de sueldo. Otra sarta de improperios soltó por lo bajo y dio dos golpes a la puerta. No esperó más de cinco segundo cuando esta se abrió. Se preparó mentalmente para lo que fuese que le diría y por el rostro de su jefe, intuyó que no era en lo absoluto nada bueno.—Siéntate, Alex —Asintió y ocupó una de las sillas frente al escritorio—. Como supongo te enteraste, he estado haciendo recorte de personal —Un ligero temblor lo sacudió y las manos comenzaron a sudar—. Hoy día tenemos más competencia. Dos nuevas cafeterías abrieron esta semana por la zona y si antes los clientes eran pocos, ahora son casi inexistentes.—Señor, yo...—No, aún no he terminado —Dio un leve asentimiento y escondió cualquier rastro de nervios. Quedaría sin trabajo, era un hecho—. En un mes cerraré este lugar, Alex,
No, nada estaba bien. No pudo conciliar el sueño, los síntomas del resfrío solo incrementaron e incluso tuvo fiebre. Los dolores musculares eran casi insoportables; llegó a un punto que ni los analgésicos ayudaban como patéticamente esperó. Su condición era cada peor y temía que aquello siguiera empeorando con el paso de las horas. No tuvo más opción que llamar a Nicolás. Odiaba sentirse débil, enfermo y odiaba más tener que molestar a su amigo. Sin embargo, Nico no dudó en ir a verlo y ahora Nico se encontraba en la cocina, preparándole algo de comer.El insomnio se reflejó en su rostro cuando se divisó en el impoluto espejo del baño. Los círculos oscuros debajo de sus ojos eran tan notorios que parecía como si hubiese recibido un par de puñetazos. Lamentable.—Alex, ¿todo bien, necesitas ayuda?Cerró los ojos, contó hasta diez y cuando los abrió, creyó inútilmente que aquel demacrado semblante se esfumaría del espejo. No pasó.Se preguntó por qué cada cierto tiempo le pasaban cosas
Despertó desorientado y sintió un leve escozor en su brazo izquierdo. Durante varios minutos no hizo otra cosa que tratar de rememorar las últimas doce horas, pero su mente era una densa broza.Posterior a despabilarse, la realidad sobrevino y los recuerdos brotaron desde algún recoveco de su consciencia. Giró la cabeza sobre la almohada y notó la I.V¹ conectada a su brazo izquierdo. Los dolores musculares cesaron, quizá gracias al medicamento que le estaban suministrando, no lo sabía. Sin embargo, tan pronto como intentó incorporarse, las náuseas nacieron y, sin otra alternativa, tuvo que vomitar ahí mismo. Un charco amarillento cubrió una porción del piso y parte de aquello salpicó las sábanas blancas. Patético.Quiso gritar por ayuda, quiso levantarse nuevamente, pero nada sucedió. Tan débil e impotente porque las náuseas brotaron otra vez y más líquido espeso y amarillo se derramó de su boca.—Oh, Dios mío —musitó alguien y fue lo último que logró registrar dentro de su agotada me
Las horas pasaron y la tenue calma pendía de un hilo, pero logró controlarse. No mas llanto, no más lamentos, no más... nada.Con ayuda de Nicolás, consiguió darse una ducha y vestir ropas limpias y mientras trataba de no pensar en nada, se sumergió en una ardua tarea de recoger la basura esparcida por todo el departamento.En algún momento se detuvo y observó a su amigo. Nicolás tenía los ojos hinchados y el rostro rojizo, igual que él. Ambos habían llorado y por más que se resistió a que Nico lo sostuviera en brazos, terminó cediendo.Sabía que le llevaría mucho tiempo en asimilar su nueva situación. No, de hecho, su vida ya no sería la misma y el miedo afloraba cada que la realidad lo golpeaba. No quería caer más en un estado de depresión, pero ¿cómo? ¿Qué haría de ahora en más? Todo había modificado y solo deseaba acabar con todo. Sería lo mejor. No sufriría y la idea de quitarse la vida cruzaba por su mente una y otra vez. Pondría fin antes de que las cosas comenzaran a ser más f