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Suficiente.
Las horas pasaron y la tenue calma pendía de un hilo, pero logró controlarse. No mas llanto, no más lamentos, no más... nada.Con ayuda de Nicolás, consiguió darse una ducha y vestir ropas limpias y mientras trataba de no pensar en nada, se sumergió en una ardua tarea de recoger la basura esparcida por todo el departamento.En algún momento se detuvo y observó a su amigo. Nicolás tenía los ojos hinchados y el rostro rojizo, igual que él. Ambos habían llorado y por más que se resistió a que Nico lo sostuviera en brazos, terminó cediendo.Sabía que le llevaría mucho tiempo en asimilar su nueva situación. No, de hecho, su vida ya no sería la misma y el miedo afloraba cada que la realidad lo golpeaba. No quería caer más en un estado de depresión, pero ¿cómo? ¿Qué haría de ahora en más? Todo había modificado y solo deseaba acabar con todo. Sería lo mejor. No sufriría y la idea de quitarse la vida cruzaba por su mente una y otra vez. Pondría fin antes de que las cosas comenzaran a ser más f
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Ganar todas las batallas.
Quedó frente al espejo y Nicolás detrás de él, pero no fue capaz de alzar la mirada y...—Hazlo, Lex —Pasó las manos por su rostro, secándose las lágrimas—. Vamos, hazlo.—N-no —musitó.—Está bien, lo haré yo —Y tan pronto las palabras salieron de la boca de su amigo, este colocó una mano debajo de su barbilla y le alzó el rostro—. Mírate, Alex, y dime qué ves —Negó, resistiéndose a mirar su reflejo—. Hazlo, por favor, amigo —Había tanto suplicio, tanto empeño, tanta convicción en cada palabra que... —. Dime, ¿qué ves?—La... muerte —murmuró.Miró su rostro reflejado en el pulcro espejo, miró sus ojos y no notó otra cosa que el deseo de dejar de vivir, pero también vio algo más, algo detrás de él. El rostro de Nicolás, aquellos ojos color miel que lo observaban con tanto cariño, con tanta seguridad.—Error, Alex —Volvió a centrarse en el reflejo de su semblante—. Allí hay un chico que ha luchado toda su vida, un chico que es fuerte y que tiene la capacidad para enfrentar cualquier obs
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Hola, cariño.
«Hola, cariño. Si estás leyendo esto es porque, bueno, sucedió lo inevitable y si ese no es el motivo, te pido que dejes de revisar mis cosas, pero supongo que es por lo primero, ¿verdad?, porque tú nunca andas ni andarías de chismoso.Hay tantas cosas que quiero decirte y no sé por dónde comenzar. Iremos por el principio, ¿de acuerdo?, ponte cómodo. Estoy seguro que estás parado frente a nuestra cama, siéntate en ella, ¿lo hiciste?».Una triste sonrisa esbozó y se sentó en el borde de la cama.«... Muy bien, cariño. Ahora, quiero que sepas que he sido muy feliz a tu lado. Fuiste esa chispa de esperanza en el momento más duro de mi vida y, gracias a ti, tuve una segunda oportunidad.Los primeros meses fueron desastrosos, caí en una profunda depresión, sin un motivo suficiente para continuar una lucha que, para mí, estaba perdida. Me alegro de haber estado tan errado porque tú estuviste ahí, soportándome, aguantando mis desplantes, mis quejas y Dios sabe que nunca hice las cosas a prop
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Tuyo por y para siempre.
Ahogó un sollozo e inhaló y exhaló hondo mientras, con la mano libre, se secaba las lágrimas que caían por su rostro. Siguió leyendo aquellas palabras, aquellas que contenían tanto amor...«... Me hiciste el hombre más feliz del universo, cariño, y no existen palabras suficientes para expresar todo lo que siento.Me ayudaste en los momentos más difíciles y juntos salimos adelante, juntos construimos una nueva vida. Nos casamos y nos costó tanto formar nuestra familia, pero, a pesar de todo, cumpliste con tu palabra. Me diste la oportunidad de ser padre y eso era un sueño imposible para mí, pero lograste hacerlo realidad, aunque nos enfrentamos a muchos inconvenientes por mi causa, por mi enfermedad. Al final, los dos vencimos, ¿no es así?, los dos luchamos por un derecho que nos quisieron quitar y tú, cariño, fuiste el escudo que protegió nuestro lado vulnerable.Hemos pasado por tanto y el tiempo fue tan maravilloso como complejo. Siempre a mi lado, siempre pendiente de mi. A tu lado
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Reflejo.
Desde pequeño soñaba con ser alguien digno e importante en la vida. Quizás el destino lo marcó desde su infancia, quitándole lo más preciado que tenía: sus padres.A pesar de sufrir la pérdida más grande de su vida, siendo un niño de tan solo cinco años de edad, logró seguir adelante con la ayuda incondicional de sus tíos, quienes se hicieron cargo de él. Le brindaron ayuda, contención, cariño, amor y un hogar.Los años pasaron y aquel niño pequeño que lloró incontables noches por sus padres, creció y se convirtió en un muchacho noble, bondadoso y cariñoso.Los tantos recuerdos de sus padres quedaron grabados en su memoria y cada tanto los rememoraba y le sacaba una sonrisa. Y otras veces, lloraba ante los recuerdos.Sus tíos fueron su mayor soporte, su apoyo, brindándole todo lo que podían y más. Se graduó del colegio con honores y gracias a ello, obtuvo una beca completa en una de las mejores universidades del país.Tener que alejarse de su hogar, decir adiós a sus tíos y comenzar u
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¿Quién eres?
Se perdió mirando aquel reflejo en el pulcro cristal. Observó con interés aquellos ojos de un color tan sublime. Iris que albergaban una mezcla de colores, pero que ninguno se definía con nitidez. Era una fusión de una extensa gama de colores y a la vez de ninguno. Era tan... extraño.Ladeó la cabeza hacia un lado y el reflejo imitó su acción. Esbozó una media sonrisa y ocurrió lo mismo: el reflejo lo imitó.—¿Quién eres? —preguntó a la imagen en un susurro.Sus labios se movieron a la par y no logró escuchar la respuesta. Estaba seguro de que aquel reflejo no era el suyo, no. Él no tenía la piel tan pálida ni los labios resecos. Su cabello no lucía opaco, sino brilloso, todo lo contrario a la imagen que miraba con absoluta concentración. Ansiaba saber lo que aquel reflejo pensaba. Anhelaba poder algún día oír la voz y no tratar de leer aquellos belfos agrietados. Se preguntó qué tipo de voz tendría, si sería adusta o suave, si se oiría como una tenue y dulce melodía de piano o si ser
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La imagen era suya.
Unos tenues susurros se oyeron y era la primera vez que sucedía semejante cosa. Supo que aquellos murmullos fueron ocasionados a causa de la fémina y oyó algunas palabras sueltas siendo musitadas por lo bajo, todas desagradables.Esporádicamente pensaba que cuando se trataba de menospreciar a alguien, las chicas eran las peores. Ellas eran implacables hablando mal de otras. En cambio los chicos, bueno, algunos preferían recurrir a la violencia física que a las palabras, pero las marcas de los golpes desaparecían de la piel y las palabras quedaban grabadas en la mente, siendo un recordatorio permanente. A pesar de haber una enorme diferencia entre chicos y chicas, ambos bandos podrían, fácilmente, estar equilibrados. Hace mucho tiempo comprendió que las diferencias solo eran un invento del ser humano si uno realmente creía en ellas. Aunque nadie fuera igual al otro. Todos tenían sus peculiaridades, todos eran únicos, pero seguían siendo seres humanos (iguales).—Noventa y ocho, señor —
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Nombre.
Una sensación de felicidad se adueñó de cada fibra de su cuerpo, de cada poro de su piel, ocasionando que su sonrisa creciera y sus ojos emitieran un brillo radiante. Y pronto su felicidad comenzó a esfumarse cuando poco a poco su reflejo mutaba a otro. No, no otra vez. Ahí estaba aquel que no era él. Aquel que emanaba tristeza, aquel que poseía unos ojos tan enigmáticos, tan peculiares. Aquellos ojos que parecían tintados de todos los colores y de ninguno a la vez.—¿Quién eres? —cuestionó.Y era inútil intentar recibir una respuesta. Quizá se había vuelto loco, pero sabía que no era posible. Él era un chico tan ordinario, tan común que la locura estaba lejos de formar parte de su persona. Nunca hizo nada malo, nunca hizo algo que atentara contra alguien o contra su propia persona. Él era tan... convencional. Nada había en él que destacara o que llamara la atención de los demás. No tenía malos antecedentes ni malos comportamientos. Tampoco podía asegurar ser un ejemplo digno de ciuda
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Necesito que me ayudes a salir de aquí.
El malestar en su pecho acrecentaba conforme transcurrían las semanas. No entendía el por qué o simplemente no hallaba una razón específica que explicara el motivo de sentirse tan... vacío. Intentó pasar más tiempo fuera de la habitación, a pesar de que no había necesidad de hacerlo. Las últimas dos semanas fueron agotadoras —por los exámenes de final de semestre—, aunque no para él. Estudiar nunca fue un problema.Cuando comenzó a asistir a la escuela primaria hubo un gran revuelo. Los maestros quedaron estupefactos al darse cuenta —después de un par de semanas— que el nuevo niño (él) estaba más allá de los conocimientos básicos, a pesar de la corta edad. Resolver sumas y restas, dividir y multiplicar, leer sin titubear, no era algo habitué de ver en un niño de cinco años. Sin embargo, él fue la excepción en aquel entonces. No le agradó el trato especial que le brindaron, mucho menos que lo trataran como si él fuera superior a los demás solo por tener incorporado conocimientos que no
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Una completa vesania.
Frunció el ceño y el pequeño cristal resbaló de entre sus dedos, cayendo al lavamanos. Miró al reflejo, a la cosa... No, no era una cosa, ¿qué era? No podía seguir pensando en el reflejo como una cosa porque no lo era.—Orión —espetó—. ¿Puedes... oírme? —El reflejo asintió—. Bien, eso está bien. Necesito saber algo y, eh, ¿eres humano? —La imagen pareció titubear, pero asintió de nuevo—. Oh. De acuerdo, esto sigue siendo extraño para mí. A veces creo que estoy demente porque, ¿cómo es posible que un ser humano, un chico, esté metido dentro de mi maldito espejo? —preguntó, más para sí mismo.Se alejó del pulcro cristal, sin despegar la mirada de este. El reflejo, Orión, imitó su acción. Refregó su rostro con ambas manos en un gesto exasperado, cansino. La situación en sí lo era. No tenía coherencia lógica, nada de lo que estaba ocurriendo pareciera ser real.Dejó caer los brazos a los costados de su cuerpo y fijó la mirada en el reflejo.—Entonces... —comentó, arqueando una ceja—. Si e
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