Abrió los ojos, trasudando luego de tener que experimentar esa horrible pesadilla que le recordaba, cada tanto tiempo, lo idiota que había sido. Se puso en pie, intentando calmar su corazón apoyado de ejercicios de respiración que, probablemente, se había inventado, y caminó hasta la jarra de agua en una mesa cercana a la ventana que daba al balcón de su habitación, entonces miró afuera y sacudió la cabeza, pensando en que no tenía caso lamentarse por cosas del pasado, irremediables, además.Sin embargo, muy a pesar de que su cabeza entendía que no valía de nada llorar sobre la leche derramada, su corazón seguía poniendo de relieve que Elisa ya no estaba, y que, seguramente, no estaría de nuevo en su vida todo por idiota y por cobarde que había sido, porque, definitivamente, fue cobardía no decirle lo que sentía y no atreverse a presumirla a todas luces y a todas voces.Aún así, con todo lo mucho que le dolía, él necesitaba seguir adelante, así que se dirigió al baño, a deshacerse con
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