Fue solo un fin de semana el que las dos visitantes estuvieron cómo huéspedes en la casa de Elisa Alatorre, solo tres tardes, tres noches y dos mañanas, pero fue tiempo suficiente para que la bisabuela de las pequeñas, junto a la autonombrada nueva tía favorita de las gemelas, llenara la casa de Elisa de cosas que, según ellas, las niñas iban a necesitar, querer o, tal vez, simplemente deberían tener.Elisa ni siquiera debió pedir ese par de cunas de las cuales se había enamorado a primera vista y de las que se debió obligar a desenamorar cuando en la segunda vista le tocó atestiguar el precio pues, al parecer, en cosas específicas ella y Susan compartían gustos, los muebles, ropa, bolsos y zapatos eran claro ejemplo.Era domingo a media tarde y Elisa sonreía como tonta, demasiado apenada, pero mucho muy agradecida con ese par de mujeres que se despedían de ella tras presumirle lo que habían hecho con su casa y que, en palabras de Amelia, ella no se podía negar a recibir porque no era
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