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33 chapters
CAPÍTULO 31
—Hola, madre —saludó Roberto Valtierra a su madre luego de besar su mejilla, para luego proceder a tomar asiento en esa silla que su madre apuntaba—. Me sorprendió un poco que me invitaras a almorzar de la nada, o al menos fue así hasta que Teresa irrumpió furiosa en mi oficina mencionando a Humberto y lo mal que se seguía portando, así que deduje que esto es más por él que por que extrañas a tu hijo, ¿no es así?—Es justo así —confesó la anciana, sonriendo a un hijo que negaba con la cabeza mientras suspiraba con solo un poco de cansancio—. Es como siempre, ella lo ataca y yo lo defiendo. Te juro que no entiendo la falta de instinto materno de esa bruja. Lo primero es tu hijo, sea hijo de quien sea, pensaba que eso era algo obvio aún para las personas sin corazón.—A ella solo le interesa el dinero —señaló Roberto, comenzando a disfrutar de uno de los mejores desayunos del mundo, ese que tenía la compañía de una mujer que amaba con toda su vida y que lo había amado siempre, a pesar d
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CAPÍTULO 32
—Ni siquiera nos parecemos —farfulló Humberto, abrazando por la cintura al par de niñas, que tenía sentadas en un altillo de la cocina, mientras las veía con los ojos entrecerrados—. ¿Por qué lo confundieron conmigo?Elisa, que terminaba de servir el té frío en una jarra para llevarlo a la sala y compartirlo con la abuela y el padre del padre de sus hijas, giró la cabeza para poder mirar al hombre que, al parecer, les reclamaba cosas a dos niñas que ni siquiera tenían dos años.—¿No estás esperando que te expliquen, o sí? —preguntó la rubia, más que confundida, entonces el hombre que juraba amarla la miró casi molesto—. Tienen año y medio, Humberto, y las conoces de toda la vida, sabes bien que te confunden con todo hombre que les pasa por enfrente.—Ya no me confunden tanto —alegó el mencionado, lento, como si de esa manera quedaría completamente claro lo que él decía—, y me ofende que me confundieran precisamente con él.—Ay, por favor, Humberto —pidió la rubia, volviendo la cara a
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CAPÍTULO 33
—No puede pasar —soltó con firmeza Elisa, interponiéndose entre su casa y la madre de su esposo.Ni bien abrió la puerta, a la rubia le tocó enfrentarse a una cantaleta grosera y cansona de parte de una mujer que se presentó justo así, como la madre de Humberto Valtierra, el idiota al que, según las palabras de esa mujer, ella no podría estafar jamás.—Esta es la casa de mi hijo —vociferó con furia la mayor, deteniendo sus pasos a fuerza de la rubia mujercita que, con los brazos cruzados al frente, no se movía de debajo del marco de la puerta.—Sí —respondió Elisa sin perder la calma—, pero también es mía, y sé por Humberto, y por la abuela de Humberto, que usted no tiene buenas intenciones hacía mí o hacia mis hijas, así que no puede pasar a mi hogar. Ahora, sino le molesta, retírese, por favor.—Por supuesto que me molesta —declaró la mayor entre dientes, pues estaba usando todas sus fuerzas en contenerse de tomar a la rubia con ambas manos y comenzar a hacerla jirones cual hoja de p
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