Los días fueron pasando y Sara no tenía noticias de su amiga. Temía que tomara una decisión equivocada, pero sabía que con lo testaruda que era, sería imposible poder persuadirla de hacer lo correcto, al menos, bajo sus creencias. Por eso decidió ir hacia su casa y ver que su amiga no había hecho ninguna locura. La joven tocó el timbre esperando que la atendiera y estuvo un tiempo considerable en la puerta esperando, incluso, tocó varias veces. Cuando estaba por ir directo a la policía para hacer la denuncia, la puerta se abrió. —¡Santos cielos Milagros! —exclamó la representante al verla. Milagros estaba envuelta en una bata de toalla y la cabeza con otra. —Lo siento, estaba bañándome. Justo salía de la ducha cuando escuché el timbre, hice lo más rápido posible. —¿Puedo pasar o aún quieres seguir sola? —preguntó con dudas. —Si viniste hasta aquí, pasa. —Se corrió para que la joven lo hiciera. —¿Cómo estás? —inquirió finalmente dentro. —Estoy bien —espetó dubitativa. —Se te ve
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