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Todos los capítulos de Mi tirano... ¿es tímido?: Capítulo 101 - Capítulo 110
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Condenados, ¿a muerte?
Al escuchar que una roca se movía, Gérard volteó hacia donde provenía el sonido y parpadeó de asombro al ver que de la pared aparecía la entrada a un pasadizo, del cual se asomó un hombre con ropa de mayordomo, quien rápidamente salió junto con una joven, de rasgos similares a los de Ashal. Seguido de ellos, apareció un grupo de niños temerosos, acompañados por una mucama. «Finalmente, los encontré», pensó Gérard aliviado. En ese momento, el mayordomo notó la presencia del militar y se puso adelante de todos. —¿Quién eres tú? —cuestionó atrevidamente, aunque en el fondo temblaba de miedo. En tanto, la tercera princesa, al ver que frente a ella estaba un soldado que no pertenecía al ejército de Ovidio, sintió escalofríos ante la posibilidad de que su plan de escape hubiera fracasado. «¡Maldita sea! ¡Nos han atrapado!», pensó nerviosa. Por su parte, el comandante Bunger mantuvo su expresión fría y respondió. —Supongo que estaban huyendo, estoy aquí… —¡Estás aquí para capturarnos,
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Familia, ¿en peligro?
El relato de Mary resultó una nueva perspectiva para Adeline, ya que le ayudó a enlazar los fragmentos de la historia que ella había leído en algunos libros sobre la forma en que Ashal había conseguido el poder. Ahora que sabía lo mucho que los pequeños príncipes habían sufrido durante la Guerra de los Mil Días, Adeline consideró que lo mejor sería confesar a la señorita Hina sobre su identidad y conseguir que ella le cuente más sobre ese pasaje oscuro, para así tener una noción clara sobre las decisiones que Ashal tomó en el pasado y que ahora perjudicaban el presente. Lamentablemente, debido a que debía cumplir con su papel como niñera de los jóvenes príncipes, el resto del día tuvo que posponer su encuentro con la tercera princesa. Cuando cayó la noche, estaba tan agotada, que apenas tenía energías para acercarse al despacho de “su jefa” para hablar con ella en privado. «¡Ah! Los chicos son tan demandantes, que no sé si podré soportar su ritmo por más tiempo», pensó frustrada. Mi
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Guardia, ¿confiable?
Como estaba distraído subiendo las cosas en el camión, John no notó la presencia de Marion, hasta que este lo interceptó, tomándolo por sorpresa. —¿Quién eres? —preguntó, asustado por la presencia del imponente militar. En tanto, Marion mantuvo su expresión serena y respondió. —Soy el comandante Marion Solep, estoy aquí para proteger a la emperatriz Adeline. John palideció al escuchar que esa persona era un militar del imperio y por un instante pensó que ya habían sido descubiertos. Antes de cuestionarlo, apareció Hina, quien momentos antes había escuchado la conversación que ambos hombres tenían, se acercó y preguntó bastante alterada. —¡Tú qué haces aquí! ¿Te mandó mi estúpido hermano? La actitud hostil de la delicada joven no perturbó a Marion, que respondió con frialdad. —Estoy aquí por la emperatriz Adeline y los príncipes exiliados. Hace un momento recibí un mensaje de sir Bunger quien me ordenó escoltarlos a una zona segura. Al escuchar que Gérard había enviado a esa per
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Tiempo, ¿limitado?
«¿Cuándo comenzó todo? ¡Ah! Fue cuando su maldito padre la ofreció para evitar su castigo por traición. Aunque detestaba la idea de casarme con la hija de un traidor, cuando la vi tan débil, algo dentro de mí me hizo querer poseerla. Cada vez que ella lloraba para que no la lastimara, más me ensañaba con ella con tal de saciar mi sed de lujuria, pero… al verla muerta… me di cuenta de que realmente la amaba…». —¡A… shal! ¡A… shal! … ¡Ashal! «¿Alguien me llama? Esa voz… me es familiar…». —¡Ashal! ¡Despierta…! «¿Es Gérard? ¿Qué pasó? ¿Por qué no puedo moverme?». —¡Ashal! ¡Despierta! ¡No puedes morir! «¿Muerte? ¿Acaso estoy agonizando? ¡Ah! Ni siquiera pude cambiar las cosas esta vez». —¡Lo estamos perdiendo! ¡Hagan algo! La voz de Gérard resonaba a lo lejos, que Ashal apenas podía escucharla. En realidad se encontraba en un estado de profundo letargo, como si su alma hubiera sido trasladada a un plano distinto de su realidad. «¡Ains! ¿Vale la pena volver? No creo que funcione,
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Batalla, ¿ganada?
En un campamento provisional ubicado en las afueras de la capital de Mont Risto, Adolf Dunesque se encontraba revisando con sus hombres los siguientes movimientos que realizarían para mermar las fuerzas del emperador Ashal. —Señor, me llegaron reportes de que los lores del Norte y Oriente se rindieron pacíficamente y están dispuestos a cooperar con usted para derrocar al emperador Ashal. Solo resta tener noticias de los que se encuentran en el Sur y Poniente, pero confío en que pronto manifestarán su posición —expuso Thomas Zenitty. —Bien, parece que Ashal no logró erradicar por completo la semilla de la ambición —señaló el duque con orgullo—. Esos hombres solo les ofreces dinero y fácilmente aceptan traicionar incluso a su propia familia. Sin embargo, yo no soy como mi estúpido sobrino. Cuando todo esto termine, me encargaré de eliminarlos, así nadie podrá oponerse a mí. Thomas y los demás se miraron entre sí, incómodos con lo que acababan de escuchar, pero antes de mencionar algo
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Hermanos, ¿enfrentados?
Ashal se estremeció al escuchar la voz de Hina, quien al otro lado de la línea sonaba bastante irritada. —¡Responde, Ashal! ¿Estás ahí? Aturdido, el emperador respondió un tanto ofendido. —¿Quién te dio permiso de entrar en la línea privada? —¡Es la primera vez en tanto tiempo que hablamos y así me tratas! —gritó indignada. —¡Ains! Hina, ahora mismo no estoy de humor para soportar tus tonterías, deja que hable con Marion… —Manda a soldados más competentes, uno no bastó para protegernos de los bandidos —demandó ella con autoridad. Este reclamo irritó más a Ashal, pero en ese punto no podía negar que su hermana tenía razón con el hecho de que había cargado a un solo hombre la responsabilidad de proteger a su familia. —Bien, intentaré contactar a la gente en… —¡No! Manda a gente capaz que sea de la Capital —interrumpió Hina—, como Gérard. Los soldados de Flines son unos inútiles. Cuando la tercera princesa mencionó su nombre, Bunger se sonrojó y tosió para calmar sus nervios, a
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Horas, ¿contadas?
Adeline sintió escalofríos al escuchar que el duque del Norte ya estaba enterado de la situación y su mente comenzó a imaginar terroríficos escenarios. «¡Mierda! ¿Qué planes tendrá el duque Adolf conmigo? ¿Acaso me usará como cebo para lastimar a Ashal o hacer que él renuncie al trono? ¡No puede permitirlo! ¡Necesito escapar pronto antes de que estos individuos se atrevan a tocarme!», pensó. En tanto, el tal Max aplaudió satisfecho y preguntó a su compinche. —¿Qué dijo el duque? —Que mantengamos a la emperatriz resguardada, que no es necesario usarla por el momento, solo hasta que consigan dominar a la capital —respondió su compañero. —¿Cómo? ¿Solo eso? ¡Arg! —exclamó Max frustrado. —Igual estoy sorprendido, parece que la emperatriz no es tan valiosa como pensábamos —añadió su compañero, bastante decepcionado. El otro sujeto que estaba junto a Max, se acercó y preguntó con un tanto incómodo. —¿Qué haremos con ella? Max dirigió una mirada severa hacia Adeline y, tomándola brus
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Reencuentro, ¿esperado?
El estruendo tan espantoso sacudió la habitación donde se encontraba Adeline, quien al ver cómo las paredes se movían violentamente y el techo parecía a punto de caer, sintió terror. —¡Ah! ¿Qué está pasando? —gritó asustada. En su desesperación, intentó zafarse de sus ataduras, pero perdió el equilibrio y cayó de lado, gritando de dolor al lastimarse el hombro. —¡Arg! ¡No puede ser! ¡Pedí salir de aquí, no morir aplastada por un temblor! —se lamentó, mientras lloraba por el intenso malestar que sentía. Sin comprender qué estaba pasando afuera, el escándalo resultó suficiente para angustiarla. —¿Qué está sucediendo? ¿Acaso llegó el Ejército Imperial y está atacando a mis captores? —se preguntó ansiosa. Como no podía hacer otra cosa más que quedarse quieta soportando el dolor, gritó con todas sus fuerzas con la esperanza de que alguien la escuchara. —¡Ayuda! Quien quiera que sea, ¡sáqueme de aquí! ¡Me tienen secuestrada y estoy herida! No obstante, el ruido exterior ahogaba sus g
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Soldados, ¿aliados?
La solicitud del emperador Dunesque fue que ambos sujetos lo llevaran hasta la ubicación donde se encontraban Marion y sus hermanos. Aunque seguía dudando de que los soldados de su tío realmente lo ayudaran a salir de Flines, necesitaba de su cooperación para poder pasar desapercibidos en el territorio que ya había sido invadido por el duque. Mientras se dirigían al estacionamiento donde se encontraban varios vehículos del ejército enemigo, el grupo tuvo que pasar por varios pasillos, en los cuales yacían los cuerpos de los soldados imperiales. Al ver este escenario, Adeline se cubrió la boca de la impresión, Ashal notó el malestar de su esposa y se acercó para tranquilizarla. —No mires… —Lo sé, pero aunque cierre los ojos, el olor a sangre es penetrante —respondió ella con una expresión de asco. Uno de los hombres que los acompañaban, al escuchar la conversación, se atrevió a decir. —Lo siento, eso lo hicieron nuestros compañeros, aunque tengo que admitir que los soldados imperia
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Luchar, ¿juntos?
Las palabras de Adeline sacudieron bastante a Ashal, como si esto fuera una señal prodigiosa. Entusiasmado con la posibilidad de que ella hubiera recuperado sus recuerdos, la tomó de los hombros y preguntó ansioso. —Adi… ¿qué acabas de decir? En ese momento, la joven comprendió que había hablado de más, así que desvió la mirada y respondió vagamente. —¿Eh? Bueno, yo me refería a que debemos estar juntos en esta guerra. No puedo seguir huyendo, eso me dejaría mal ante los ciudadanos del imperio. En tanto, Hina no comprendía de qué estaban hablando ellos, pero decidió darles espacio para que pudieran limar asperezas. Así que aclaró la garganta y dijo seriamente. —Bien, parece que lo mejor será que discutamos más tarde el plan para cruzar la frontera. Por fortuna, este lugar está abandonada y tenemos provisiones para pasar la noche, así que en teoría no tenemos prisa por salir. Además, me alivia que estés aquí para ayudar a Marion. No me sentía tranquila dejándole a él toda la carga
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