Al día siguiente Namar despertó con una extraña sensación. Aunque no estaba del todo conforme con su situación actual, se sentía extrañamente agradecida de seguir con vida y, sobre todo, de haber podido dormir en esa cama nuevamente, después de haber pasado el calvario en el pilar. Se miró al espejo y sus cicatrices habían desaparecido casi por completo; su condición de loba ayudó mucho a que eso sucediera, sin mencionar las hierbas y ungüentos que la anciana curandera puso en su espalda. Todo indicaba que, en muy poco tiempo, ya no quedarían indicios de los latigazos que rasgaron su piel el día anterior.Hasú, el encargado de los esclavos abrió la puerta y fue a buscarla. Esta vez, Namar obedeció sin reclamos, ni rebeldía. Fue a los baños y se aseó, y luego, a comer. Varinia la observaba con gran recelo; el resto de las concubinas no comprendían la razón del mal humor de Varinia aquella mañana, sin embargo, el hecho de ver a Namar en el salón, comiendo como una más de ellas, provocó
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