Capítulo 4

Llevaba un par de días encerrada en la habitación; realmente las comodidades eran pocas, únicamente una cama, sin más muebles, o un espejo.

La luz entraba únicamente por una pequeña ventana con gruesos barrotes, por donde se podía observar lo que ocurría frente a palacio; aquello se convirtió en la única entretención para Namar.

Una tarde de aquellos días, que para ella transcurrían de la misma manera, vio como la gente frente a palacio se agolpaba y, a lo lejos, un séquito se acercaba.

Al entrar en la ciudad, sonaron trompetas y los lobos recibieron con vítores al grupo de recién llegados.

Namar desconocía el motivo de tal agitación, podía escuchar cómo, dentro de palacio, los lobos también corrían, sin embargo, un sentimiento de temor llenó su corazón…

Caía ya la noche, cuando el grupo de lobos entró a Palacio y el encargado de los esclavos irrumpió de golpe en la habitación.

- Muévete – dijo sin dar más explicaciones.

Namar no comprendió la orden y lo observó con rostro de duda.

– ¡Vamos! Rápido. Debo prepararte, Alfa Caleb te espera.

El temor recorrió todo su ser, el momento que tanto temía al fin había llegado.

Rogaba para que la diosa de la Luna de hiciera tropezar y morir en ese instante.

No sabía que esperar, probablemente, Alfa Caleb era un lobo de la edad de su padre y ella tendría que darle placer.

Y si aun así no fuera, odiaba la idea de tener que entregarse a un lobo por obligación y saber que así sería su vida para siempre, inclusive, si este Alfa Caleb deseaba venderla o entregársela a cualquier otro lobo, ella tendría que obedecer.

Madre Tabita siempre le enseñó que el ser sumisa alargaba los días de vida de un esclavo; pero, ¿De qué vale la vida de un esclavo? ¿Qué es vivir, para un lobo que no puede correr ni decidir a donde ir? ¿Era una vida digna de ser vivida?

Tal vez, era más valioso un segundo como un lobo libre a mil años como un esclavo.

Caminó por los pacillos, fue llevada a los baños, donde fue, nuevamente, minuciosamente examinada y limpiada.

Esta vez, el encargado de los esclavos no la dejó sola ni un solo segundo; puso una cadena alrededor de su cuello que impedía su transformación, vestida con telas traslúcidas, propias de una meretriz y conducida a los aposentos del Alfa.

El encargado golpeó la puerta y Alfa Caleb le permitió pasar.

En el momento en que el encargado entró a la fastuosa habitación, Namar intentó correr en la dirección contraria; sin embargo, los guardias la detuvieron antes de que pudiera siquiera alejarse del lugar.

Pusieron una correa sujeta a la cadena de su cuello y la hicieron entrar a la habitación a la fuerza; la obligaron a arrodillarse y agachar la cabeza, evitando que pudiese ver al Alfa que se imponía frente a ella.

- ¿Quién te crees, esclava, para desobedecer una orden de tu Alfa? – La gruesa voz de aquel lobo hizo temblar el suelo de la habitación.

Namar sintió gran temor, percibiendo, en su corazón, que el final se acercaba.

- Esta, Alfa Caleb, es la esclava de la que he hablado – dijo el encargado de los esclavos – es una perra salvaje. Pero es una cortesana virgen de las montañas frías, su piel y su cabello así lo revelan. De seguro, con el tiempo, se convertirá en una concubina digna para usted. Si así lo desea, ordenaré que le den cincuenta azotes por su osadía.

- No será necesario… - dijo el Alfa – yo mismo le enseñaré. Pueden salir.

Los guardias y el encargado de los esclavos salieron de la habitación dejando a Namar sola con el Alfa.

- Muéstrame tu rostro – ordenó el Alfa con su voz firme.

Namar en rebeldía no levantó la vista.

- Tu Alfa te ha dado una orden – habló nuevamente con enojo

- Tú no eres mi Alfa – le dijo Namar con desdén.

Alfa Caleb se exasperó, tiró de la correa y Namar cayó de espaldas en el suelo, luego la tomó por los brazos y la lanzó sobre la cama y la sostuvo con sus fuertes manos por las muñecas.

Namar sintió gran temor y levantó la mirada, para ver directamente a los ojos del irritado Alfa.

Se trataba de un lobo joven, de cabello largo hasta los hombros, color negro ébano y ojos color avellana. Intentó mostrar fortaleza y no permitir que aquel Alfa notara que todo en ella temblaba producto del miedo que le producía su mirada.

- ¿Quién te crees que eres, esclava, para hablarme así? ¿Una Luna, una princesa? No eres nadie.

- Soy una princesa – dijo sin demostrar su miedo – soy hija de Alfa Drago.

La miró a los ojos y luego esbozó una sonrisa, burlándose de sus palabras.

- Lo que dices no es cierto, esclava.

- Estoy diciendo la verdad – dijo con firmeza – mi nombre es Namar, hija de Alfa Drago.

- Alfa Drago no tiene hijas, ese cretino tenía solo dos hijos, a los que yo acabo de asesinar – dijo Alfa Caleb.

Namar abrió los ojos sin lograr disimular el temor.

- No puede ser…

Alfa Caleb se levantó de la cama y caminó hacia un cofre en el rincón de la habitación.

- Tengo este paquete que enviaré al que dices que es tu padre – abrió el cofre y allí se encontraban las dos cabezas de los hijos del Alfa Drago, hermanos de Namar.

- Por la diosa… - Namar se cubrió el rostro afectada por la terrible visión. Sus ojos se llenaron de lágrimas.

- Estás muy afectada por estos traidores. Esto es lo que pasa cuando alguien no conoce su lugar y me traiciona.

- ¿Qué estás esperando entonces? – dijo Namar cerrando los ojos – ve y acaba con mi vida también.

- ¿Crees que soy un idiota? Eso es lo que esperas que yo haga desde que entraste a estos aposentos ¿Qué crees que dirá tu padre cuando se entere que el lobo que mató a sus queridos hijos, también se folla a su hija.

- Eso… a él jamás le importará

- ¿A no? Eres una m*****a esclava llena de mentiras. Pero ahora que has mostrado afecto por estos traidores, no puedo sino sentir asco – pateó el cofre y este se cerró – La muerte no será tu fin, esclava, sería demasiado fácil. Lamentarás haber dicho el nombre de ese desgraciado en esta alcoba.

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