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Todos los capítulos de La Doctora del CEO: Capítulo 1 - Capítulo 10
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1. Se acabó el cuento de hadas.
Sus dedos acariciaron con recelo el papel, jamás había visto un cheque en su vida y mucho menos con tantos ceros, la suma era tan grande que no sabía cómo se pronunciaba. Sofía levantó la mirada llorosa hacia la mujer que tenía delante. Se trataba de la madre de Adam, su novio, la señora Isabella, con esa belleza que no perdió durante su juventud, ahora adornada por finas arrugas, así como ropa elegante y ese perfume dulce tan característico. —Tanto tiempo has pasado al lado de mi hijo que se te ha olvidado tu verdadera naturaleza; permíteme que te la recuerde. —Se acomodó en su asiento del otro lado de la mesa y su mirada se volvió fría y hostil—. Eres pobre, corriente y toda una trepadora. Más clara no puedo ser. Tan solo mírate, ve como vistes, como hablas, como te comportas. Crees que eres espontánea y agradable, pero solo eres vulgar. Es como ver a un cerdo en el lodo; es gracioso, pero no quieres tocarlo. —¿Perdón? —Sofía la interrumpió. La tristeza había sido reemplazada por
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2. Amor de madre.
Isabella llegó a la residencia de la familia, esa enorme mansión con amplios jardines, una fuente en medio y una escalera doble que llevaba al elegante pórtico. En cuanto traspasó las puertas, una chica vestida con el uniforme de la servidumbre se acercó para tomar su abrigo. De pronto Adam apareció caminando de un lado a otro, de vez en vez palpándose la vestimenta como si buscara algo. —Ya llegaron de la junta, que bueno —dijo Isabella con una enorme sonrisa. —Sí, no entiendo para qué voy si ni me interesa hacerme cargo de la empresa —dijo Adam paseando su mirada nerviosa en cada rincón—. ¿Han visto mi celular? No lo encuentro. Desde ayer en la noche desapareció. —¡Qué extraño! Tendré que hablar con la servidumbre, en esta casa no se pueden perder las cosas —respondió Isabella fingiendo molestia y ocultando bien su participación en la desaparición del teléfono. —No he podido comunicarme con Sofía —dice Adam con el ceño fruncido—. ¿Fuiste a verla? —Sí, cariño. Prometí que lo
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3. Sin saber a dónde ir.
—Jimena —Se presentó la chica, le ofreció su mano y recibió a cambio una mano temblorosa y sudada. —Sofía —se presentó sin dejar de ver los anuncios de afuera, preguntándose si en verdad era una asesina. —¿Por qué estás aquí? —preguntó Jimena cruzándose de brazos. Parecía la clase de pregunta que se hace dentro de la cárcel. —Yo… Estoy embarazada… —Bueno, eso me queda claro, todas aquí lo estamos. —Jimena acarició su vientre abultado con tristeza—, pero no compartimos los mismos motivos. —Mi… novio ya no me quiere y mi madre me trajo a abortar —dijo Sofía agachando la mirada. —¿Tu madre te trajo? ¿Qué edad tienes? ¿Cinco? —Jimena soltó una risotada cambiando el ambiente mortecino y deprimente. —¿Tú por qué estás aquí? —preguntó Sofía. —Mi pequeño nacerá con problemas muy serios —respondió Jimena triste—. Me duele hacer esto, pero sé que su vida no será fácil, será corta y en extremo dolorosa. Es una decisión difícil, pero creo que es lo mejor. —Volteó hacia Sofía percibiendo qu
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4. ¿Ahora qué hago? ¿En qué fallé?
—No es que pueda arrancarlo de mi corazón… No es que pueda dejar de quererlo de un día a otro… y me duele mucho que así sea… —Sofía rompió en llanto, con sus manos sobre el pecho como si estuviera sosteniendo su corazón. —Me imagino… —dijo Pía acercando un pañuelo de papel a su amiga—. Estás pasando por un momento muy complicado. —Demasiado… —Y me encantaría ayudarte… pero como sabes, esta no es mi casa y tengo que hablar con mis padres y ver si me dejan que te quedes. Si fuera mi casa, con mucho gusto te apoyaba, pero… ellos son los que deciden —dijo Pía apenada por tener que rechazar a su amiga—. Lo siento. Sofía levantó la mirada hacia Pía, el llanto se había acabado y el miedo regresaba. De nuevo esa pregunta que parecía picarle las costillas cada segundo se apoderaba de su mente: «¿Ahora que hago?». Entendía los argumentos de Pía, lo que no entendía era la facilidad con la que se lo decía. ¿Quién tenía razón? ¿La amiga que quería asilo o la que no podía dárselo? —Creo que d
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5. Arrullos del corazón.
Llegaron a una pequeña casa en los suburbios, parecía demasiado para una mujer soltera y muy pequeña para una familia, pero suficiente para un par de nuevas amigas con sus propios problemas por resolver. —Mi casa es tu casa —dijo Jimena extendiendo sus manos como mostrándole de esa forma el interior—. No te cobraré renta, pero sería lindo que me ayudaras un poco con el desorden y las cuentas… —Eso tenlo por seguro… Dejaré la escuela y… —¡No! ¡¿Cómo crees?! ¿Qué estudias? —preguntó Jimena concentrando toda su atención en Sofía. —Estudio medicina… —Una muy buena profesión —respondió Jimena—. Encontraremos la forma, pero debes de seguir estudiando. —¿Hablas en serio? No creo poder aportar mucho si sigo en la escuela —dijo Sofía apenada y al mismo tiempo esperanzada. —Tal vez, pero cuando termines la escuela, ganarás mil veces más que cualquier trabajo que puedas conseguir sin estudios y entonces podrás pagar todo tú. Me gusta verlo como una inversión a futuro —añadió Jimena pens
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6. Viejos rencores.
—¿Sí? —preguntó Sofía, preocupada por lo que pudiera escuchar. —¿Sofía? ¿Ocupada? —preguntó gentilmente el doctor Bennet. —Hola, Tom. —Volteó hacia sus pequeños que la veían con esos ojos cargados de temor. Sabían que una llamada del tío Tom significaba que mamá iba a salir—. Estamos planeando una pijamada. —Te necesito para una cirugía. Accidente de automóvil. Varón, 28 años, lesión en columna en T12 y L1… —¿Ya lo revisaste? —No, yo también estaba en casa, el ECG me lo pasó la doctora de urgencias. ¿Paso por ti? Sofía echó un vistazo a la tropa esperando su presencia en la pijamada. Cuando vio las miradas tristes de sus cachorros se le rompió el corazón. Los pequeños se escondieron en los sillones, melancólicos y decaídos. —Bien… —dijo en un susurro. —Llego en 15 minutos —añadió Bennet antes de colgar. No era fácil ser doctora y mamá, no podía evitar pensar en todo ese tiempo que le dedicaba al hospital y que tendría que pertenecerles a sus hijos. No quería ser una madre a
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7. Sortija de matrimonio en la mano equivocada.
Sofía pegó un brinco, soltando la mano de Adam y alejándose un par de pasos mientras la puerta volvía a abrirse, siendo Bennet quien entraba para verla con tristeza y miedo. Sabía que Adam la había dejado y estaba completamente seguro de que no podría surgir nada entre ellos después de lo ocurrido, aun así, tenía miedo de que ella todavía pensara en él y no pudiera ocupar su corazón con un nuevo amor. —¿Estás bien? —preguntó Bennet al verla tan alterada. —Necesito irme de aquí —dijo Sofía con los ojos llorosos y tan pálida como el paciente en la cama. Tom asintió y la invitó a salir de la habitación, dejando a Adam al cuidado de los enfermeros. Ѻ Esa noche Sofía llegó arrastrando los pies por el cansancio, pero también por la conmoción de haber vuelto a ver a Adam. Una parte de ella necesitaba verlo y que él la viera, quería demostrarle que nunca había necesitado su ayuda ni su dinero, que viera todo lo que había logrado sola, poder despertar admiración y arrepentimiento en el hom
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8. Vendiendo un alma que no es suya.
—Con fisioterapia —intervino Bennet al notar que Sofía parecía a punto de desmayarse, con ese semblante pálido—. Hay ejercicios y procedimientos que estimulan el sistema nervioso y los músculos. Será un trabajo largo y arduo, pero puede asegurar que Adam vuelva a caminar en poco tiempo. —¿Eso es lo que harán? ¡¿Me entregarán un hijo paralítico y me darán un par de ejercicios esperando que funcione?! ¡¿Creen que nací ayer?! ¡No les creo! —De nuevo hizo acto de presencia la histeria de Isabella. —¡Eso es lo que espero! —gritó Sofía mezclando su dolor con la desesperación que le generaba esa señora—. ¡Que como su madre se avoque a ayudar a su hijo en su rehabilitación! ¿No puede? ¿No tiene tiempo? ¡Bueno! ¡Para eso tiene esposa! ¿No? —Tragó saliva y su corazón se rompió en dos. Fue el momento perfecto en el que se dio cuenta que la herida estaba fresca, casi recién hecha. Después de tantos años, seguía igual de fracturada. —Doctora, disculpe a mi esposa, es un poco… temperamental —
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9. Una espina de incertidumbre en el corazón.
El señor Dupont se acercó a la puerta en el momento que vio entrar a Sofía. La recibió con educación y una sonrisa enorme. Era el único de la familia que tenía modales y un temperamento agradable. Era irónico que quien había hecho su mina de oro y elevado el nombre de la empresa, fuera el más modesto. —Por favor, doctora Sofía, por aquí —dijo Enzo señalando con su mano el camino. Una lucha encarnizada se llevaba dentro de la chica. Una Sofía quería correr y buscar con ansiedad a Adam para arrojarse a sus brazos y llorar amargamente mientras agradecía haberlo reencontrado, pero otra… una oscura y herida, la detenía sujetándola con saña, regañándola y haciéndole recordar todo el dolor que había vivido por su culpa. —Agradezco que hayas aceptado venir —añadió Enzo sacando a Sofía de sus pensamientos, pero esta no se dignó a contestar, no encontraba las palabras. Llegaron hasta la habitación de Adam y Enzo decidió detenerse antes de abrir la puerta. El tiempo que había pasado desde e
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10. Mamá leona.
—No creas que las puertas se te abrirán con gusto. Mientras él no camine tú no eres más que esa niña tonta e ingenua que conocí hace años —dijo Isabella acercándose llena de odio, hablando entre dientes. —Y tú sigues siendo la misma amargada, con el corazón podrido y vacío —dijo Sofía levantando el rostro hacia Isabella y ofreciéndole una sonrisa divertida—. Yo solo vine a hacer mi trabajo, pero si quieres que no vuelva, no tengo problema. —Eres una… —Isabella se quedó con las palabras atoradas en la garganta. El orgullo la había estrechado lo suficiente para que no pudiera hablar. —Una… ¿Qué? ¿Una muerta de hambre? ¿Un puerco en lodo? ¡Vamos! ¿Con qué ofensa me vas a sorprender el día de hoy? —La sonrisa de Sofía se volvía más grande, pues frente a ella, esa mujer imponente se había transformado en un patético chiste—. Solo hazlo, córreme de aquí, grita y señala la puerta. Dame un motivo para decirle al doctor Bennet que no puedo volver a esta jaula de oro. —¿Dónde quedó todo el
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