—¿Sí? —preguntó Sofía, preocupada por lo que pudiera escuchar. —¿Sofía? ¿Ocupada? —preguntó gentilmente el doctor Bennet. —Hola, Tom. —Volteó hacia sus pequeños que la veían con esos ojos cargados de temor. Sabían que una llamada del tío Tom significaba que mamá iba a salir—. Estamos planeando una pijamada. —Te necesito para una cirugía. Accidente de automóvil. Varón, 28 años, lesión en columna en T12 y L1… —¿Ya lo revisaste? —No, yo también estaba en casa, el ECG me lo pasó la doctora de urgencias. ¿Paso por ti? Sofía echó un vistazo a la tropa esperando su presencia en la pijamada. Cuando vio las miradas tristes de sus cachorros se le rompió el corazón. Los pequeños se escondieron en los sillones, melancólicos y decaídos. —Bien… —dijo en un susurro. —Llego en 15 minutos —añadió Bennet antes de colgar. No era fácil ser doctora y mamá, no podía evitar pensar en todo ese tiempo que le dedicaba al hospital y que tendría que pertenecerles a sus hijos. No quería ser una madre a
Sofía pegó un brinco, soltando la mano de Adam y alejándose un par de pasos mientras la puerta volvía a abrirse, siendo Bennet quien entraba para verla con tristeza y miedo. Sabía que Adam la había dejado y estaba completamente seguro de que no podría surgir nada entre ellos después de lo ocurrido, aun así, tenía miedo de que ella todavía pensara en él y no pudiera ocupar su corazón con un nuevo amor. —¿Estás bien? —preguntó Bennet al verla tan alterada. —Necesito irme de aquí —dijo Sofía con los ojos llorosos y tan pálida como el paciente en la cama. Tom asintió y la invitó a salir de la habitación, dejando a Adam al cuidado de los enfermeros. Ѻ Esa noche Sofía llegó arrastrando los pies por el cansancio, pero también por la conmoción de haber vuelto a ver a Adam. Una parte de ella necesitaba verlo y que él la viera, quería demostrarle que nunca había necesitado su ayuda ni su dinero, que viera todo lo que había logrado sola, poder despertar admiración y arrepentimiento en el hom
—Con fisioterapia —intervino Bennet al notar que Sofía parecía a punto de desmayarse, con ese semblante pálido—. Hay ejercicios y procedimientos que estimulan el sistema nervioso y los músculos. Será un trabajo largo y arduo, pero puede asegurar que Adam vuelva a caminar en poco tiempo. —¿Eso es lo que harán? ¡¿Me entregarán un hijo paralítico y me darán un par de ejercicios esperando que funcione?! ¡¿Creen que nací ayer?! ¡No les creo! —De nuevo hizo acto de presencia la histeria de Isabella. —¡Eso es lo que espero! —gritó Sofía mezclando su dolor con la desesperación que le generaba esa señora—. ¡Que como su madre se avoque a ayudar a su hijo en su rehabilitación! ¿No puede? ¿No tiene tiempo? ¡Bueno! ¡Para eso tiene esposa! ¿No? —Tragó saliva y su corazón se rompió en dos. Fue el momento perfecto en el que se dio cuenta que la herida estaba fresca, casi recién hecha. Después de tantos años, seguía igual de fracturada. —Doctora, disculpe a mi esposa, es un poco… temperamental —
El señor Dupont se acercó a la puerta en el momento que vio entrar a Sofía. La recibió con educación y una sonrisa enorme. Era el único de la familia que tenía modales y un temperamento agradable. Era irónico que quien había hecho su mina de oro y elevado el nombre de la empresa, fuera el más modesto. —Por favor, doctora Sofía, por aquí —dijo Enzo señalando con su mano el camino. Una lucha encarnizada se llevaba dentro de la chica. Una Sofía quería correr y buscar con ansiedad a Adam para arrojarse a sus brazos y llorar amargamente mientras agradecía haberlo reencontrado, pero otra… una oscura y herida, la detenía sujetándola con saña, regañándola y haciéndole recordar todo el dolor que había vivido por su culpa. —Agradezco que hayas aceptado venir —añadió Enzo sacando a Sofía de sus pensamientos, pero esta no se dignó a contestar, no encontraba las palabras. Llegaron hasta la habitación de Adam y Enzo decidió detenerse antes de abrir la puerta. El tiempo que había pasado desde e
—No creas que las puertas se te abrirán con gusto. Mientras él no camine tú no eres más que esa niña tonta e ingenua que conocí hace años —dijo Isabella acercándose llena de odio, hablando entre dientes. —Y tú sigues siendo la misma amargada, con el corazón podrido y vacío —dijo Sofía levantando el rostro hacia Isabella y ofreciéndole una sonrisa divertida—. Yo solo vine a hacer mi trabajo, pero si quieres que no vuelva, no tengo problema. —Eres una… —Isabella se quedó con las palabras atoradas en la garganta. El orgullo la había estrechado lo suficiente para que no pudiera hablar. —Una… ¿Qué? ¿Una muerta de hambre? ¿Un puerco en lodo? ¡Vamos! ¿Con qué ofensa me vas a sorprender el día de hoy? —La sonrisa de Sofía se volvía más grande, pues frente a ella, esa mujer imponente se había transformado en un patético chiste—. Solo hazlo, córreme de aquí, grita y señala la puerta. Dame un motivo para decirle al doctor Bennet que no puedo volver a esta jaula de oro. —¿Dónde quedó todo el
—Adam, tienes que comer, no puedes estar así —dijo Pía con el plato de sopa en la mano y una mirada suplicante en el rostro. Estaba consumida en dolor por ver a su esposo así. —No quiero comer, ya te dije —respondió Adam en un susurro. No quería ser grosero con Pía pues lo había apoyado y cuidado desde que él se había derrumbado por la ausencia de Sofía—. Por favor, solo… vete, déjame. —¿Haces esto por ella? ¿Lo haces porque regresó? —preguntó Pía con el corazón roto y sabiendo la respuesta. Aunque había sido muy feliz en su matrimonio con Adam, pues era el hombre que tanto había soñado, no podía ignorar que sus miradas y caricias no eran las mismas que le había dedicado a Sofía. Desde la primera noche juntos se dio cuenta que el amor de Adam era mecánico, frío, incluso cargado de lástima. En la luna de miel, comprobó que sus caricias eran mustias y vacías así como sus ojos carecían de emoción. La tocaba y la besaba por inercia, pero su mente estaba en otro lado. Incluso Pía sospec
—Ni siquiera tuviste la decencia de decírmelo a la cara… —Sofía retrocedió un par de pasos, con los hombros caídos y su alma retorciéndose en el suelo—. Si ya no querías nada de mí, hubieras tenido el valor de decírmelo de frente y no mandar a tu madre…Adam recordó cada momento de dolor, pasó frente a sus ojos como el resumen de una película muy cruel. Cada momento, cada reclamo, cada palabra que escuchó de su madre y después de Pía, lo que había dicho el conserje del edificio donde vivía Sofía. Cómo podía creerle si había más personas que decían lo contrario.—Tu madre me humilló a tu nombre en ese maldito café… —dijo Sofía entre dientes, ignorando la mirada perdida de Adam que le daba la apariencia de estar desconectado de la realidad&mda
—Creo que podemos regresarle la felicidad a mi hijo, pero primero, tenemos mucho de qué hablar —dijo Isabella con malicia. Había encontrado una salida al problema que había creado.La llevó hacia el despacho de Enzo y al mismo tiempo salía de ahí una sirvienta joven con la que había hablado momentos antes. Llevaba una maleta negra aparentemente pesada. Justo en la entrada, Isabella la vio con desprecio.—No se te olvide, Eugenia, no te quiero volver a ver. No quiero que te acerques a la propiedad y mucho menos a mi hijo o a mi esposo —dijo Isabella con soberbia y altanería.—Sí