—Ni siquiera tuviste la decencia de decírmelo a la cara… —Sofía retrocedió un par de pasos, con los hombros caídos y su alma retorciéndose en el suelo—. Si ya no querías nada de mí, hubieras tenido el valor de decírmelo de frente y no mandar a tu madre…
Adam recordó cada momento de dolor, pasó frente a sus ojos como el resumen de una película muy cruel. Cada momento, cada reclamo, cada palabra que escuchó de su madre y después de Pía, lo que había dicho el conserje del edificio donde vivía Sofía. Cómo podía creerle si había más personas que decían lo contrario.
—Tu madre me humilló a tu nombre en ese maldito café… —dijo Sofía entre dientes, ignorando la mirada perdida de Adam que le daba la apariencia de estar desconectado de la realidad&mda
—Creo que podemos regresarle la felicidad a mi hijo, pero primero, tenemos mucho de qué hablar —dijo Isabella con malicia. Había encontrado una salida al problema que había creado.La llevó hacia el despacho de Enzo y al mismo tiempo salía de ahí una sirvienta joven con la que había hablado momentos antes. Llevaba una maleta negra aparentemente pesada. Justo en la entrada, Isabella la vio con desprecio.—No se te olvide, Eugenia, no te quiero volver a ver. No quiero que te acerques a la propiedad y mucho menos a mi hijo o a mi esposo —dijo Isabella con soberbia y altanería.—Sí
—¿Qué edad tienen? —Su estómago se retorció ansioso por escuchar la respuesta. Entre más los veía Adam, más fascinado estaba. De nueva cuenta los niños levantaron su manita, esta vez fue Clara quien se le olvidó levantar un dedo, pero Ezio la ayudó, burlándose porque se había equivocado. —Cinco años —dijo Adam leyendo sus dedos y de pronto las fuerzas lo abandonaron. Cubrió su boca con la mano intentando esconder su sorpresa. Sofía se había ido albergando en su vientre a esas dos criaturas. —¿Pueden acercarse un poco más? Soy amigo de su madre, no soy peligroso, lo juro. Los hermanos se vieron a los ojos y dieron un paso hacia él. Adam logró acariciar esas mejillas regordetas y cabellos oscuros. Estaba seguro de que eran sus hijos, su corazón se lo gritaba, eran sangre de su sangre y carne de su carne. Su presencia calmaba su dolor, curando su corazón y dándole un giro a su vida. Les dedico la sonrisa más tierna que jamás había expresado
—Tom… —Sofía levantó las manos hasta posarlas en los brazos del doctor, sintiendo su piel caliente y sus músculos tensándose, saltando contra su palma. —Sofía… Juré estar siempre para ti y así lo haré… —Bennet la veía con adoración. Acomodó unos cabellos rebeldes detrás de su oreja y aprovechó para delinear su rostro con las yemas de sus dedos—. Sofía… ¿Qué no haría por ti? Ella intentaba mantener la cabeza fría, pero la adoración que los ojos de Bennet le profesaban la hacían sentir deseada y su tacto despertaba su piel. ¿Cuántos años habían pasado sin tener un contacto así con un hombre? Se había concentrado en su carrera y en sus hijos y nunca notó que Bennet moría de amor por ella hasta ese momento. Bennet se inclinó lo suficiente para pegar su frente a la de Sofía e inhalar su aroma, de nuevo el olor de su shampoo inundaba sus fosas nasales y lo enloquecían. Cerró sus ojos y se dejó llevar, la resistencia que ponía su cuerpo y mente se diluyó y alc
Sofía se lavaba las manos en el consultorio, retirándose los restos de talco que los guantes dejó. La operación había sido un éxito, pero se sentía torpe y nerviosa, su mente estaba en lo ocurrido en el vestidor y durante la cirugía, cuando su mano chocaba con la de Bennet no podía evitar temblar ni sostener esa mirada color miel. —¿Sofy? —Louis se asomó—. ¿Puedo pasarte a alguien? —¿Quién? ¿Qué ocurre? —preguntó sin poder ocultar su cansancio. Las ojeras en sus ojos parecían dos sombras oscuras que le recordaban el desgaste de la cirugía y de su vida durante estos días. Louis cerró la puerta detrás de él y se acercó sigilosamente, parecía como si no quisiera que nadie más los escuchara. —Es una chica de servicio, al parecer se «quemó» las manos mientras cocinaba… —dijo con el ceño fruncido sin ocultar su preocupación—. Su mano está muy lastimada. La doctora sentía esa vibra extraña que despedía su enfermero. Algo no an
Adam se mantenía sentado cómodamente mientras el barbero pasaba la filosa navaja por su cuello, quitando el exceso de barba. Esos ojos azules de los mellizos no abandonaban su mente. Estaba seguro de que eran sus hijos, pero no sabía cómo enfrentar el tema con Sofía, no quería perderlos antes de recuperarlos. De pronto un alma en pena atravesó la puerta de su habitación, la vio por el reflejo del espejo. No se asustó, por el contrario, parecía tenerle lástima. La pálida Pía se sentó en el borde de la cama en silencio. Así como Adam, ella tampoco dejaba de pensar en esos niños de ojos encantadores. Mientras su vientre estaba corrupto, el de Sofía había sido fértil y se burlaba de Pía, haciéndola sentir miserable por no haber podido concebir ni un solo hijo en los cuatro años que llevaba de casada con Adam. —¿Los viste? —preguntó Pía en voz baja, sin levantar la voz, como un perro regañado y herido. —¿De qué hablas? —Adam no se mostraba enojado, tampoco f
Sofía entró como todos los días, pero esta vez acompañada por Louis el cual se quedó en la estancia esperando a que ella fuera por el paciente. Se acercó a la puerta de la habitación y tocó un par de veces antes de entrar. Por primera vez estaba iluminada, las cortinas permitían el completo paso de luz y los muebles estaban limpios y ordenados. Ya no olía a melancolía, por el contrario, el aroma de la loción de Adam se había apoderado del lugar. —Llegaste… La voz de Adam la hizo saltar. Lo vio salir del baño en su silla de ruedas, portando unos pantalones de mezclilla y el torso descubierto. Su cabello estaba recortado al igual que su barba. Sus ojos azules se veían más iluminados y se clavaron en ella robándole el aliento. —Vaya cambio —dijo Sofía en un susurro. Las mariposas en su estómago, que creía muertas desde hace cinco años, parecían querer batir las alas y comenzar a revolotear. —¿Cuál es el plan para hoy? —preguntó Adam apoyándos
—No tienes de qué preocuparte… —dijo Isabella detrás de Pía, tomándola por sorpresa.Pía se encontraba delante del espejo del tocador, acomodando su collar de perlas y sus cabellos. Parecía una muñeca, con un maquillaje y vestido perfectos, viviendo una vida que parecía perfecta al lado del hombre perfecto, pero por dentro, su corazón no bombeaba sangre sino más bien podredumbre.—Adam la sigue amando, lo sé. No me lo dijo, pero lo sé —dijo Pía comenzando a sollozar.—¡Deja de llorar! ¡Odio que llores por todo! ¡No solucionas nada! —exclamó Isabella tomando a Pía del brazo y arrastrándola fuera de la habitación—. Ve con tu hombre y demuéstrale que eres mejor que esa estúpida. ¡Anda!Pía vio con horror a Isabella, pero no reclamó
—Pregúntale a tu amada esposa y a tu querida madre, por qué prefirieron decir que te había abandonado y no que estaba embarazada, porque ambas lo sabían y ambas me dieron la espalda y me trataron como una perra oportunista. —Sofía levantó la mirada hacia las escaleras y vio a Isabella aferrada al barandal con ambas manos mientras Pía se mantenía detrás de ella, como su sombra, angustiada y temerosa—. Ambas prefirieron dejarme en la calle, bajo la nieve, tal vez esperando que mis bebés murieran y que yo desapareciera… —Les ofreció su mejor sonrisa, aunque sus ojos seguían llorando. —¡Maldita mentirosa! ¡¿A eso has venido?! ¡¿A causar caos en mi hogar?! —gritó Isabella furiosa, ansiando por ponerle las manos encima a Sofía. —¿Qué le duele más? ¿El éxito que conseguí sin un solo centavo de esta asquerosa familia o que mis pequeños sean más felices sin ustedes? —Aunque quería reír orgullosa, el dolor seguía palpitando en su garganta y corazón. Bajó la mirada hacia Enzo q