—Tom… —Sofía levantó las manos hasta posarlas en los brazos del doctor, sintiendo su piel caliente y sus músculos tensándose, saltando contra su palma.
—Sofía… Juré estar siempre para ti y así lo haré… —Bennet la veía con adoración. Acomodó unos cabellos rebeldes detrás de su oreja y aprovechó para delinear su rostro con las yemas de sus dedos—. Sofía… ¿Qué no haría por ti?
Ella intentaba mantener la cabeza fría, pero la adoración que los ojos de Bennet le profesaban la hacían sentir deseada y su tacto despertaba su piel. ¿Cuántos años habían pasado sin tener un contacto así con un hombre? Se había concentrado en su carrera y en sus hijos y nunca notó que Bennet moría de amor por ella hasta ese momento.
Bennet se inclinó lo suficiente para pegar su frente a la de Sofía e inhalar su aroma, de nuevo el olor de su shampoo inundaba sus fosas nasales y lo enloquecían. Cerró sus ojos y se dejó llevar, la resistencia que ponía su cuerpo y mente se diluyó y alc
Sofía se lavaba las manos en el consultorio, retirándose los restos de talco que los guantes dejó. La operación había sido un éxito, pero se sentía torpe y nerviosa, su mente estaba en lo ocurrido en el vestidor y durante la cirugía, cuando su mano chocaba con la de Bennet no podía evitar temblar ni sostener esa mirada color miel. —¿Sofy? —Louis se asomó—. ¿Puedo pasarte a alguien? —¿Quién? ¿Qué ocurre? —preguntó sin poder ocultar su cansancio. Las ojeras en sus ojos parecían dos sombras oscuras que le recordaban el desgaste de la cirugía y de su vida durante estos días. Louis cerró la puerta detrás de él y se acercó sigilosamente, parecía como si no quisiera que nadie más los escuchara. —Es una chica de servicio, al parecer se «quemó» las manos mientras cocinaba… —dijo con el ceño fruncido sin ocultar su preocupación—. Su mano está muy lastimada. La doctora sentía esa vibra extraña que despedía su enfermero. Algo no an
Adam se mantenía sentado cómodamente mientras el barbero pasaba la filosa navaja por su cuello, quitando el exceso de barba. Esos ojos azules de los mellizos no abandonaban su mente. Estaba seguro de que eran sus hijos, pero no sabía cómo enfrentar el tema con Sofía, no quería perderlos antes de recuperarlos. De pronto un alma en pena atravesó la puerta de su habitación, la vio por el reflejo del espejo. No se asustó, por el contrario, parecía tenerle lástima. La pálida Pía se sentó en el borde de la cama en silencio. Así como Adam, ella tampoco dejaba de pensar en esos niños de ojos encantadores. Mientras su vientre estaba corrupto, el de Sofía había sido fértil y se burlaba de Pía, haciéndola sentir miserable por no haber podido concebir ni un solo hijo en los cuatro años que llevaba de casada con Adam. —¿Los viste? —preguntó Pía en voz baja, sin levantar la voz, como un perro regañado y herido. —¿De qué hablas? —Adam no se mostraba enojado, tampoco f
Sofía entró como todos los días, pero esta vez acompañada por Louis el cual se quedó en la estancia esperando a que ella fuera por el paciente. Se acercó a la puerta de la habitación y tocó un par de veces antes de entrar. Por primera vez estaba iluminada, las cortinas permitían el completo paso de luz y los muebles estaban limpios y ordenados. Ya no olía a melancolía, por el contrario, el aroma de la loción de Adam se había apoderado del lugar. —Llegaste… La voz de Adam la hizo saltar. Lo vio salir del baño en su silla de ruedas, portando unos pantalones de mezclilla y el torso descubierto. Su cabello estaba recortado al igual que su barba. Sus ojos azules se veían más iluminados y se clavaron en ella robándole el aliento. —Vaya cambio —dijo Sofía en un susurro. Las mariposas en su estómago, que creía muertas desde hace cinco años, parecían querer batir las alas y comenzar a revolotear. —¿Cuál es el plan para hoy? —preguntó Adam apoyándos
—No tienes de qué preocuparte… —dijo Isabella detrás de Pía, tomándola por sorpresa.Pía se encontraba delante del espejo del tocador, acomodando su collar de perlas y sus cabellos. Parecía una muñeca, con un maquillaje y vestido perfectos, viviendo una vida que parecía perfecta al lado del hombre perfecto, pero por dentro, su corazón no bombeaba sangre sino más bien podredumbre.—Adam la sigue amando, lo sé. No me lo dijo, pero lo sé —dijo Pía comenzando a sollozar.—¡Deja de llorar! ¡Odio que llores por todo! ¡No solucionas nada! —exclamó Isabella tomando a Pía del brazo y arrastrándola fuera de la habitación—. Ve con tu hombre y demuéstrale que eres mejor que esa estúpida. ¡Anda!Pía vio con horror a Isabella, pero no reclamó
—Pregúntale a tu amada esposa y a tu querida madre, por qué prefirieron decir que te había abandonado y no que estaba embarazada, porque ambas lo sabían y ambas me dieron la espalda y me trataron como una perra oportunista. —Sofía levantó la mirada hacia las escaleras y vio a Isabella aferrada al barandal con ambas manos mientras Pía se mantenía detrás de ella, como su sombra, angustiada y temerosa—. Ambas prefirieron dejarme en la calle, bajo la nieve, tal vez esperando que mis bebés murieran y que yo desapareciera… —Les ofreció su mejor sonrisa, aunque sus ojos seguían llorando. —¡Maldita mentirosa! ¡¿A eso has venido?! ¡¿A causar caos en mi hogar?! —gritó Isabella furiosa, ansiando por ponerle las manos encima a Sofía. —¿Qué le duele más? ¿El éxito que conseguí sin un solo centavo de esta asquerosa familia o que mis pequeños sean más felices sin ustedes? —Aunque quería reír orgullosa, el dolor seguía palpitando en su garganta y corazón. Bajó la mirada hacia Enzo q
Pía no podía creer que Isabella quisiera engañar así a su propio hijo, pero lo que más la lastimaba era que estaba funcionando, pues la mano de Adam comenzaba a ser gentil.—¿Sofía? —preguntó Adam somnoliento y ebrio—. Sofía… No me vuelvas a dejar, no me abandones, cásate conmigo.Tomó a Pía del rostro con ambas manos y la besó con tanta intensidad que ella comenzó a llorar. Ningún beso había sido tan cargado de sentimiento como ese que le daba creyendo que era Sofía. Podía degustar su anhelo, su melancolía y la esperanza de haber encontrado de nuevo al amor que creyó perdido.Isabella salió de la habitación con la frente en alto y sintiéndose orgullosa, creyendo haber acabado con su trabajo. Creía que le hacía un favor a su hijo cuando solo estaba gustosa de
Adam pasó al lado de Pía sin ganas de voltear a verla. Había días que creía odiarla tanto que quería torcerle el cuello, pero al final, siempre terminaba conservando su relación, como si Pía fuera el premio de consolación que le tocó al perder a Sofía. Cuando cerró la puerta de su cuarto detrás de él, Isabella pudo quitarse la máscara de madre comprensiva y abnegada. —Se parece tanto a su padre —dijo con tono amargo de reproche. —Señora Dupont, ahora ¿qué haremos? Es imposible que esté embarazada. Adam nos descubrirá. —Cálmate, lo tengo todo calculado —respondió Isabella segura de que podría convencer a Adam de que Pía estaba en cinta hasta el día de su boda, después de la luna de miel todo estaría solucionado. Si Adam había podido embarazar a Sofía, no tendría problemas en hacerle un hijo a Pía. Ѻ Pía se asomó a la habitación de Adam como aquella vez, pero no lo encontró ahogado en alcohol, más bien, pensativo, recar
Pía lloraba desconsolada sobre la cama de Isabella mientras esta cepillaba su cabello delante del tocador. Escuchar su llanto se volvía una tortura, creía que eso hacia ver a Pía como una mujer débil y patética. Se levantó y se acercó a la miserable chica que no paraba de gimotear. —Adam me dejará… Me pedirá el divorcio y se irá con Sofía, lo sé… —dijo Pía entre lágrimas mientras Isabella se sentaba a su lado y acariciaba sus suaves cabellos. —Has sido muy tonta, pero no te juzgo. Adam no es tan fácil como Enzo, sacó algo de mi vivacidad y astucia, pero descuida, esa Sofía no nos va a ganar, no se quedará con mi hijo, no se quedará con lo que me pertenece a mí y a mi familia… Pía levantó la mirada hacia su suegra y por un momento vio el fuego creciendo dentro de sus pupilas, ardían en coraje. —…como siempre, deja que yo me encargue. La chica con aspecto de ángel caído solo asintió con la cabeza, sintiendo que su deuda con ese diablo se h