Adam pasó al lado de Pía sin ganas de voltear a verla. Había días que creía odiarla tanto que quería torcerle el cuello, pero al final, siempre terminaba conservando su relación, como si Pía fuera el premio de consolación que le tocó al perder a Sofía.
Cuando cerró la puerta de su cuarto detrás de él, Isabella pudo quitarse la máscara de madre comprensiva y abnegada.
—Se parece tanto a su padre —dijo con tono amargo de reproche.
—Señora Dupont, ahora ¿qué haremos? Es imposible que esté embarazada. Adam nos descubrirá.
—Cálmate, lo tengo todo calculado —respondió Isabella segura de que podría convencer a Adam de que Pía estaba en cinta hasta el día de su boda, después de la luna de miel todo estaría solucionado. Si Adam había podido embarazar a Sofía, no tendría problemas en hacerle un hijo a Pía.
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Pía se asomó a la habitación de Adam como aquella vez, pero no lo encontró ahogado en alcohol, más bien, pensativo, recar
Pía lloraba desconsolada sobre la cama de Isabella mientras esta cepillaba su cabello delante del tocador. Escuchar su llanto se volvía una tortura, creía que eso hacia ver a Pía como una mujer débil y patética. Se levantó y se acercó a la miserable chica que no paraba de gimotear. —Adam me dejará… Me pedirá el divorcio y se irá con Sofía, lo sé… —dijo Pía entre lágrimas mientras Isabella se sentaba a su lado y acariciaba sus suaves cabellos. —Has sido muy tonta, pero no te juzgo. Adam no es tan fácil como Enzo, sacó algo de mi vivacidad y astucia, pero descuida, esa Sofía no nos va a ganar, no se quedará con mi hijo, no se quedará con lo que me pertenece a mí y a mi familia… Pía levantó la mirada hacia su suegra y por un momento vio el fuego creciendo dentro de sus pupilas, ardían en coraje. —…como siempre, deja que yo me encargue. La chica con aspecto de ángel caído solo asintió con la cabeza, sintiendo que su deuda con ese diablo se h
—¿Estás loco? ¿Estás consciente de que puedes morir por un choque neurogénico? El dolor que estás sintiendo es demasiado, puede parar tu corazón —exclamó Sofía horrorizada. —Lo sabría si hubiera ido a clases… Hubiera sabido muchas cosas si hubiera regresado al día siguiente a la escuela… Como por ejemplo que iba a ser padre. Sofía comenzó a inyectar medicamentos en el suero y los espasmos de Adam disminuyeron, lentamente el dolor comenzó a ceder. —Que viejos tiempos, tan dulces… Mientras estuve contigo todo fue maravilloso y todo valía la pena —añadió Adam con una mirada cansada y sincera. —Te pondré algo para que puedas dormir antes de que me vaya… —dijo Sofia, temerosa de la dirección que seguía la conversación. —Cierra la puerta y duerme conmigo una última vez —suplicó Adam con un hilo de voz, temeroso del rechazo. —Adam… No puedo hacer eso… —Sofía se sentó a un lado y acomodó los cabellos adheridos a su frente por
Pareciera que cualquiera podría girar sobre la cama sin mayor problema, pero para alguien que tiene las piernas desconectadas del resto del cuerpo no era tan sencillo. Adam no solo había recuperado la sensibilidad, así como su virilidad, sino que la movilidad también. Sofía acarició sus piernas y noto como, al generarle cosquillas, las movió sutilmente. Aún no estaba del todo recuperado, pero era un hecho que faltaba poco para que lo estuviera. Sonrió emotiva y feliz, el hombre al que amaba volvería a caminar. Cubrió su boca mientras las lágrimas caían por su rostro. Había hecho un gran trabajo y se sentía orgullosa, pero la satisfacción de ver a alguien que se quiere, recuperado, era indescriptible. Sin intenciones de despertarlo, se vistió y recogió todas las cosas de Bennet, guardándolas en el maletín. Quería salir a hurtadillas del cuarto, pero no fue posible. —¿Te irás así? ¿Sin despedirte? —preguntó Adam aún con los ojos cerrados, deteniendo
Bennet no se inmutó con la presencia de Jimena en su auto, mantenía un rostro frío, pero también cargado de dolor.—Buenos días, Tom —saludó Jimena al ver que él no pensaba abrir la boca.—¿Está Sofía en casa? —preguntó con voz oxidada.—No… ¿No debería de estar contigo? —Jimena se asomó al asiento trasero como si ahí pudiera esconderse su amiga. La pregunta era dolorosa y muy realista. ¿En verdad valía la pena hacer lo que los demás esperan sacrificando tu propia felicidad? Bajo ningún estrato económico, social, cultural ni racial, debería de estar permitido darle importancia a la opinión de los demás y menos si solo busca lastimar o juzgar con crueldad. Enzo lo había aprendido muy tarde.—¿Te arrepientes? —preguntó Adam sintiendo que las lágrimas se le juntaban en los ojos y la garganta se le volvía un nudo doloroso. Era como hablar con su propia versión del futuro.—Sí, me arrepiento —respondió melancólico, sintiendo el ardor de la decepción palpitando en su pecho—. Pude criarte como mi hijo y tener a la mujer que amaba a mi lado. Una cosa no estaba peleada con la otra, pero la presión de mis padres, de Isabella, pensar que ya había perdido 27. Una familia de verdad.
—No eres la misma niñita que salió de mi casa sosteniendo una maleta llena de dinero, se te nota en los ojos, pero… aún hay algo de esa vieja tú… ¡Anda! ¿Cuánto quieres? —dijo Isabella segura de que todos tienen un precio.—Lo siento, señora Isabella…Cuando Eugenia estaba dispuesta a dar media vuelta, Isabella la tomó del brazo. No estaba dispuesta a ser ignorada por alguien a quien consideraba inferior. De un jalón atrajo a Eugenia hacia ella, quien tuvo que soltar las rosas y agarrarse de la barda para no terminar del otro lado.
—¿Estás enojada? —preguntó Eugenia después de confesarse y explicar lo ocurrido hace cinco años, por lo menos lo que ella recordaba.—No, enojada no… Estoy… furiosa, me siento herida, me siento… iracunda. —Sofía no encontraba la palabra correcta para descifrar su sentir y las lágrimas corrían por sus mejillas.—Sé que tuve que decírtelo antes y entiendo que estés enojada conmigo —dijo Eugenia agachando la cabeza y retrocediendo mientras sus dedos se enroscaban en el borde de su blusa.—¿Qué? ¡No! ¡No estoy enojada contigo! —exclamó Sofía limpiándose las lágrimas y acercándose a Eugenia, con temor de que fuera a desaparecer de pronto. No quería hacerla sentir mal—. Mi molestia no es hacia ti, es hacia la vieja bruja de Isabella.—Pero
—¿Crees que esto fue un accidente? —dijo Adam alejándose de la mesa para que Isabella pudiera verlo por completo—. Solo fue un intento de acabar con mi dolor, con mi miseria. No sabes cuanto sufría al salir del trabajo y llegar aquí, sentarme en la cama y ver el anillo de compromiso que le compré a Sofía. Le pedía todas las noches, como si fuera una estrella fugaz, que la mujer a la que tanto amé estuviera aquí, a mi lado, pero al despertar, volvía a ver a Pía, luciendo un vestido nuevo, colgándose joyas o pidiéndome dinero. Me cansé…—Mi amor… —Isabella se quiso acercar a Adam, pero este retrocedió, herido. Si su madre no se había dado cuenta del sufrimiento que vivía, no era el momento para arrepentirse, por lo menos para él ya era muy tarde.—Odié estos cuatro años sin ella