Sofía inhaló profundamente y sacó todo el aire en un bufido en cuanto leyó el resultado. Una sonrisa se asomó por sus labios y levantó la mirada hacia Adam, que compartía la misma felicidad.
—Es mío —dijo Adam antes de tomar entre sus brazos a Sofía para llenarla de besos—. Nuestro —agregó con una mirada llena de ternura.
—Vamos a los cuneros por nuestro bebé —respondió Sofía tan feliz como él.
La ternura entre ambos llenaba el ambiente de calidez. Incluso sus observadores podían sentirse emocionados y sentimentales solo con estar cerca.
—Adelántense… Yo tengo algo que hacer… —dijo Jimena
—No quiero hacerte daño… —dijo Pía mientras el arma temblaba en su mano.—No permitiré que te lo lleves. ¿Dónde están Clara y Ezio? —preguntó Eugenia aterrorizada imaginándose la desesperación y el miedo de los niños.—Los cuidaré bien… Solo… Dame al bebé…—¡No! —exclamó Eugenia.En un arranque de valentía se abalanzó contra Pía, queriendo quitarle la pistola. El forcejeó incesante terminó liberando un disparo que dejó a ambas mujeres sorprendidas, viéndose directamente a los ojos. Eugenia volteó hacia el sillón que resguardaba
—¡Tu madre la trastornó! ¡Ella no era así! —exclamó Sofía enfrentándose a Adam—. Sabes que ella solo fue arcilla en las manos de Isabella… —¡Ya basta, Sofía! ¡Pía tiene a nuestros hijos y tú solo piensas en seguir culpando a Isabella! ¡Ella ya está lejos de nosotros! Solo porque crees a Pía una víctima más, ¿la justificarás? Si los lastima, si los mata… ¿Dirás que fue culpa de Isabella y pedirás clemencia por ella? Adam no había medido sus palabras, la ira lo había cegado. Notó la mirada sorprendida de su amada y supo que la había herido. —Sofía… —No… —respondió con lágrimas en los ojos—. Tienes razón. Creo que la que terminó trastornada, soy yo. —Salió de la casa sin escuchar explicaciones. —Sofía, espera… —dijo A
—Hay que decirle que te cure. —Ezio se plantó frente a Pía y la tomó de la mano, buscando un poco de piedad.—No creo que quiera —respondió Pía acariciando los cabellos negros de Ezio.—¡Si va a querer! —añadió el pequeño haciendo sus ojos más grandes.—¡Sí! ¡Hay que decirle entre los tres! —dijo Clara emocionada y volteó hacia el pequeño Arno—. Bueno, entre los cuatro. ¿Verdad, hermanito? —le preguntó tomando su manita con ternura.Pía comenzó a llorar desconsolada, sus ojos se nublaron de lágrimas, sintiéndose miserable por lo que había hecho adem&aa
Desconcertada, Sofia retrocedió con los pequeños, alejándolos de ahí. Llegó al auto aparcado a unos metros donde Enzo y Laura la esperaban. Abrieron las puertas y recibieron a los niños. El plan era que Sofía también entrara al auto y se fueran de ahí, pero esta se rehusaba a dejar a Adam solo. Cuando estaba dispuesta a regresar, la mano de Enzo la detuvo tomándola por la muñeca. —¿A dónde crees que vas? Es peligroso —dijo preocupado. —Voy con Adam —respondió Sofia sin quitarle la mirada de encima al hombre que amaba—. No pienso dejarlo solo en esto, no voy a irme de aquí y esperar que todo salga bien. En ese momento Laura entendió perfectamente lo que sentía su hija y tomando del hombro a Enzo, lo persuadió de soltarla. Ѻ Sofía se acomodaba el vestido frente al espejo, lo alisaba con las manos mientras la pequeña Clara la veía con asombro. El corazón de la pequeña iba a mil por hora, la ilusión de ver a su madre de blanco se apoderaba de su cabeza. —¿Te gusta? —preguntó Sofía viéndola por el reflejo del espejo. —Es muy bonito —dijo Clara llena de emoción. —¿Crees que le guste a tu papá? —preguntó modelando para su hija. —Tiene que amarlo. Después de todo no costó cinco centavos —dijo Eugenia entrando con la caja que guardaba los zapatos—. Las bodas de ricos son tan… —Tan… ¿qué? —preguntó Sofía con media sonrisa y ambas manos en la cintura. —Excesivas… —contestó Eugenia. —¡Son hermosas! Es un día especial y tienen el derecho de despilfarrar el dinero que quieran —dijo Jimena arrullando al pequeño Arno entre sus brazos. Tanto Jimena como Eugenia compartían un mismo modelo de vestido en color azul. Eran las damas de honor y mientras una lo disfrutaba con emoción, la otra se sentía ridícula. Epílogo
La recepción se festejó en un enorme salón, como bien había dicho Eugenia, era una fiesta que no tenía límites, había ostentosidad por donde se volteara. Sofía bailó con Adam toda la noche, entre risas y besos furtivos. Eran una pareja feliz y con un brillante futuro. Enzo había reconocido a Sofía como su hija biológica, dejando su fortuna en sus manos y toda la herencia a su nombre y a nombre de sus nietos. Dejó que Adam continuara mandando en la empresa y se hiciera cargo por completo del negocio. Sabía que el futuro de las empresas Dupont estarían en buenas manos. En una de las mesas más cercanas a la pista de baile, Jimena disfrutaba de verlos bailar, hasta que de pronto se sintió atraída por voltear en otra dirección, como si su mirada estuviera magnetizada hacia la puerta de la entrada. Ahí vio a Bennet, con un traje negro que lo hacía ver elegante, pero también de luto. Su corazón se estrujó y no tenía ánimos de acercarse, pero sus pies la llevaron sin que pudiera ofrecer
Sus dedos acariciaron con recelo el papel, jamás había visto un cheque en su vida y mucho menos con tantos ceros, la suma era tan grande que no sabía cómo se pronunciaba. Sofía levantó la mirada llorosa hacia la mujer que tenía delante. Se trataba de la madre de Adam, su novio, la señora Isabella, con esa belleza que no perdió durante su juventud, ahora adornada por finas arrugas, así como ropa elegante y ese perfume dulce tan característico. —Tanto tiempo has pasado al lado de mi hijo que se te ha olvidado tu verdadera naturaleza; permíteme que te la recuerde. —Se acomodó en su asiento del otro lado de la mesa y su mirada se volvió fría y hostil—. Eres pobre, corriente y toda una trepadora. Más clara no puedo ser. Tan solo mírate, ve como vistes, como hablas, como te comportas. Crees que eres espontánea y agradable, pero solo eres vulgar. Es como ver a un cerdo en el lodo; es gracioso, pero no quieres tocarlo. —¿Perdón? —Sofía la interrumpió. La tristeza había sido reemplazada por
Isabella llegó a la residencia de la familia, esa enorme mansión con amplios jardines, una fuente en medio y una escalera doble que llevaba al elegante pórtico. En cuanto traspasó las puertas, una chica vestida con el uniforme de la servidumbre se acercó para tomar su abrigo. De pronto Adam apareció caminando de un lado a otro, de vez en vez palpándose la vestimenta como si buscara algo. —Ya llegaron de la junta, que bueno —dijo Isabella con una enorme sonrisa. —Sí, no entiendo para qué voy si ni me interesa hacerme cargo de la empresa —dijo Adam paseando su mirada nerviosa en cada rincón—. ¿Han visto mi celular? No lo encuentro. Desde ayer en la noche desapareció. —¡Qué extraño! Tendré que hablar con la servidumbre, en esta casa no se pueden perder las cosas —respondió Isabella fingiendo molestia y ocultando bien su participación en la desaparición del teléfono. —No he podido comunicarme con Sofía —dice Adam con el ceño fruncido—. ¿Fuiste a verla? —Sí, cariño. Prometí que lo