2. Amor de madre.

Isabella llegó a la residencia de la familia, esa enorme mansión con amplios jardines, una fuente en medio y una escalera doble que llevaba al elegante pórtico. En cuanto traspasó las puertas, una chica vestida con el uniforme de la servidumbre se acercó para tomar su abrigo. 

De pronto Adam apareció caminando de un lado a otro, de vez en vez palpándose la vestimenta como si buscara algo. 

—Ya llegaron de la junta, que bueno —dijo Isabella con una enorme sonrisa.

—Sí, no entiendo para qué voy si ni me interesa hacerme cargo de la empresa —dijo Adam paseando su mirada nerviosa en cada rincón—. ¿Han visto mi celular? No lo encuentro. Desde ayer en la noche desapareció.

—¡Qué extraño! Tendré que hablar con la servidumbre, en esta casa no se pueden perder las cosas —respondió Isabella fingiendo molestia y ocultando bien su participación en la desaparición del teléfono.

—No he podido comunicarme con Sofía —dice Adam con el ceño fruncido—. ¿Fuiste a verla? 

—Sí, cariño. Prometí que lo haría. —El rostro de Isabella se volvió una mueca de tristeza y pesar—. Lo siento tanto, sabes que tenía la intención de mejorar nuestra relación.

—¿Qué ocurre? —preguntó Adam dejando de buscar su celular y plantándose frente a su madre.

—Mi amor, no sé cómo decirte esto. —Bajó la mirada y un par de lágrimas falsas surcaron su rostro—. La encontré besándose con otro, mofándose de ti…

Las palabras de Isabella lastimaron el corazón de Adam y lo primero que se le vino a la mente fue la imagen de Sofía en brazos de otro. Sacudió su cabeza espantando esas ideas funestas que lo atormentaban.

—No, estás equivocada. Sofía es incapaz de algo así —dijo en voz baja con el corazón roto.

—Lo siento, mi amor, pero así fue. Me acerqué buscando una explicación y solo recibí burlas.

—No, ella no es así —insistió Adam apretando los dientes y retrocediendo claramente herido.

—Cariño, nunca conocemos a las personas en realidad. —Isabella se acercó y acarició el cabello de su hijo—. Discúlpame, pero le pedí que se alejara de ti, le dije que no permitiría que siguiera burlándose así de nosotros…

De pronto Adam levantó la mirada hacia su madre, temeroso de la respuesta que Sofía le dio. 

—…me dijo que lo haría si le pagaba lo suficiente. 

—No, esa mujer de la que hablas no es Sofía, ella no diría algo así. —Adam se sacudió la mano de su madre de encima y retrocedió viéndola con horror—. Eso no puede ser verdad.

Isabella sacó su chequera y le mostró el espacio del cheque faltante, el papel rasgado y el cambio en la numeración, como si fuera suficiente para comprobar que lo que decía era cierto.

—No, mientes. Tengo que hablar con ella —dijo angustiado y sacando de su bolsillo las llaves de su Maserati—. Tengo que verla.

—Adam, no te lastimes de esta forma, no tienes por qué buscarla para que te quiera mentir, esa chica no te conviene —dijo Isabella aterrada, no creyó que fuera a complicarse su plan.

Ѻ

Sofía llegó cabizbaja a su casa, arrastrando los pies y la mochila. Vio una vez más su teléfono y el sin fin de llamadas perdidas que nunca contestó Adam. Ya no tenía energía para volverlo a llamar. Abrió la puerta y recorrió la pequeña sala, dejando su mochila en uno de los sillones y notando cierta quietud anormal en el departamento.

—¿Mamá? —preguntó alzando la voz antes de llegar a su cuarto.

Sobre la cama individual se encontraba su madre, con la mirada clavada en el suelo y el rostro inexpresivo, solo sus ojos gritaban coraje y frustración.

—¿Mamá? ¿Qué ocurre? ¿Qué haces en mi habitación? —preguntó Sofía acercándose con recelo.

—¿Qué es esto, Sofía? —dijo Laura, la madre de Sofía, alzando un pequeño objeto tan largo como una pluma y tres veces más grueso—. ¡¿Qué es esto?! —exclamó levantándose de la cama y sosteniendo la prueba de embarazo frente a los ojos de su hija.

—Mamá… Yo… 

Después de esas noches de amor con Adam, no solo había prometido casarse con él, sino que la pasión y el cariño que se profesaron rindió frutos y una vida estaba creciendo dentro de ella. Pensaba hablar con Adam ese mismo día, pero a la única que había visto era a Isabella y sus malas noticias. 

Los ojos llorosos de su madre no solo demostraban frustración y desilusión, también representaban a la perfección el miedo en el corazón de Sofía, era una sensación oscura que se apoderaba de ella y la hacía sentir sola.

—Sofía… ¡¿Qué hiciste?! —exclamó Laura al borde del llanto, sacudiendo la prueba al aire.

—Mamá, yo solo necesito hablar con Adam y…

—¡Ese muchacho nunca se hará responsable! ¡En cuanto sepa que estás embarazada te abandonará!  

—No, mamá, él no hará eso —dijo Sofía temerosa, recordando cada palabra dicha por Isabella—. Solo tengo que encontrarlo, hablar con él y…

—¿Encontrarlo? —la interrumpió con esa sonrisa sarcástica, sabiendo que sus palabras se habían vuelto realidad antes de lo que pensaba—. ¿Ya huyó?

—Mamá, él ni siquiera sabe que estoy embarazada…

—¿Segura? Yo creo que sí, yo creo que ya te abandonó, que no quiere hacerse cargo y fue a disfrutar de su dinero con otra mujer.

—Adam no es así —dijo Sofía luchando porque esa pequeña luz de esperanza no se apagara, pero era como intentar cuidar la llama de una vela solo con las manos, en medio de una ventisca invernal.

—Lo mismo creí de tu padre y aquí estamos —dijo Laura antes de arrojar la prueba al piso con despecho—. Cámbiate y abrígate.

—¿Por qué? 

—Saldremos…

—¿A dónde? —Sofía siguió a su madre hasta la puerta de su cuarto cuando de pronto esta se detuvo y volteó hacia ella bruscamente.

—Yo no voy a mantener a tu hijo y tú no puedes sostener una carrera y atender a un bebé al mismo tiempo. 

—¿Qué? 

—Haré por ti lo que nadie hizo por mí. Iremos a la clínica para que abortes.

Sofía colocó sus manos sobre su vientre y abrió los ojos con horror, sintiendo que esas palabras estaban apuñalando su corazón. 

—Pero… mamá…

—Pero nada, no vas a arruinar tu vida de esa forma… ¡Apúrate!

Ѻ

Adam llegó al edificio de departamentos en el que vivía Sofía. Se acercó a la entrada donde unas rejas oxidadas y a punto de caerse resguardaban al conserje, un señor entrado en años tan cascarrabias como ambicioso.

—Señor Dupont. ¡Qué gusto tenerlo por acá! —dijo el anciano acercándose con paso lento—. ¿En qué le puedo ayudar?

—Vine a ver a Sofía. ¿Puedo pasar? —Adam se preparaba para entrar corriendo, pero las puertas herrumbradas nunca se abrieron para él. 

—No joven, lo siento —dijo el conserje agachando la mirada—. La señorita Sofía ya no vive aquí.

—¡¿Qué?! ¡¿Cómo que ya no vive aquí?! —Adam frunció el ceño y se aferró a los barrotes con fuerza hasta que los nudillos se le pusieron pálidos.

Ese viejo guardián solo repetía lo que la madre de Sofía había exigido. Su odio por Adam era tan grande que le había pagado por negar a Sofía. «Dile que no vive aquí. Si ese malnacido se atreve a acercarse al edificio, dile que Sofía salió del país, que se murió, que encontró el amor en brazos que no son los suyos, di lo que sea necesario para que no vuelva», había dicho Laura con la boca llena de rencor, pues ese joven adinerado y carismático le recordaba al padre de Sofía y no quería que ella sufriera de más falsas promesas. Entendía que los hombres como ellos eran buenos huyendo de los problemas y enredando mujeres con sus mentiras.

—Lo siento, chico, pero Sofía… se fue a vivir con su novio —añadió el anciano sintiendo el peso de su compromiso y fidelidad hacia Laura convertido en dinero en su bolsillo.

—¡Yo soy el novio de Sofía! —exclamó Adam iracundo.

—Creo que ya no —dijo el anciano dando media vuelta, decidido a ignorar al joven con el corazón roto.

—¡No!¡Espere por favor! Tengo que hablar con ella.

—Ya te dije, hijo, ella ya no vive aquí.

—¿Dónde la puedo encontrar? —preguntó sin ocultar su desesperación. No iba a rendirse tan fácil.

—No tengo idea.

—Déjeme hablar con la señora Laura.

La petición de Adam hizo reír a carcajadas al conserje.

—Tampoco está, pero si estuviera, no te recibiría, créeme.

Ѻ

Sofía se mantenía sentada en las sillas de plástico, frías y duras, esperando su turno. Su madre, que no se alejó de ella en ningún momento, como si se tratara de una carcelera, se levantó y avanzó hacia la recepcionista.

Afuera de la clínica un grupo de mujeres con pancartas proclamaban que el aborto era asesinato. Gritaban por megáfonos y pegaban sus propagandas contra los vidrios, como si todas las de adentro fueran criminales.

—¿Asustada?

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