Isabella llegó a la residencia de la familia, esa enorme mansión con amplios jardines, una fuente en medio y una escalera doble que llevaba al elegante pórtico. En cuanto traspasó las puertas, una chica vestida con el uniforme de la servidumbre se acercó para tomar su abrigo.
De pronto Adam apareció caminando de un lado a otro, de vez en vez palpándose la vestimenta como si buscara algo.
—Ya llegaron de la junta, que bueno —dijo Isabella con una enorme sonrisa.
—Sí, no entiendo para qué voy si ni me interesa hacerme cargo de la empresa —dijo Adam paseando su mirada nerviosa en cada rincón—. ¿Han visto mi celular? No lo encuentro. Desde ayer en la noche desapareció.
—¡Qué extraño! Tendré que hablar con la servidumbre, en esta casa no se pueden perder las cosas —respondió Isabella fingiendo molestia y ocultando bien su participación en la desaparición del teléfono.
—No he podido comunicarme con Sofía —dice Adam con el ceño fruncido—. ¿Fuiste a verla?
—Sí, cariño. Prometí que lo haría. —El rostro de Isabella se volvió una mueca de tristeza y pesar—. Lo siento tanto, sabes que tenía la intención de mejorar nuestra relación.
—¿Qué ocurre? —preguntó Adam dejando de buscar su celular y plantándose frente a su madre.
—Mi amor, no sé cómo decirte esto. —Bajó la mirada y un par de lágrimas falsas surcaron su rostro—. La encontré besándose con otro, mofándose de ti…
Las palabras de Isabella lastimaron el corazón de Adam y lo primero que se le vino a la mente fue la imagen de Sofía en brazos de otro. Sacudió su cabeza espantando esas ideas funestas que lo atormentaban.
—No, estás equivocada. Sofía es incapaz de algo así —dijo en voz baja con el corazón roto.
—Lo siento, mi amor, pero así fue. Me acerqué buscando una explicación y solo recibí burlas.
—No, ella no es así —insistió Adam apretando los dientes y retrocediendo claramente herido.
—Cariño, nunca conocemos a las personas en realidad. —Isabella se acercó y acarició el cabello de su hijo—. Discúlpame, pero le pedí que se alejara de ti, le dije que no permitiría que siguiera burlándose así de nosotros…
De pronto Adam levantó la mirada hacia su madre, temeroso de la respuesta que Sofía le dio.
—…me dijo que lo haría si le pagaba lo suficiente.
—No, esa mujer de la que hablas no es Sofía, ella no diría algo así. —Adam se sacudió la mano de su madre de encima y retrocedió viéndola con horror—. Eso no puede ser verdad.
Isabella sacó su chequera y le mostró el espacio del cheque faltante, el papel rasgado y el cambio en la numeración, como si fuera suficiente para comprobar que lo que decía era cierto.
—No, mientes. Tengo que hablar con ella —dijo angustiado y sacando de su bolsillo las llaves de su Maserati—. Tengo que verla.
—Adam, no te lastimes de esta forma, no tienes por qué buscarla para que te quiera mentir, esa chica no te conviene —dijo Isabella aterrada, no creyó que fuera a complicarse su plan.
Ѻ
Sofía llegó cabizbaja a su casa, arrastrando los pies y la mochila. Vio una vez más su teléfono y el sin fin de llamadas perdidas que nunca contestó Adam. Ya no tenía energía para volverlo a llamar. Abrió la puerta y recorrió la pequeña sala, dejando su mochila en uno de los sillones y notando cierta quietud anormal en el departamento.
—¿Mamá? —preguntó alzando la voz antes de llegar a su cuarto.
Sobre la cama individual se encontraba su madre, con la mirada clavada en el suelo y el rostro inexpresivo, solo sus ojos gritaban coraje y frustración.
—¿Mamá? ¿Qué ocurre? ¿Qué haces en mi habitación? —preguntó Sofía acercándose con recelo.
—¿Qué es esto, Sofía? —dijo Laura, la madre de Sofía, alzando un pequeño objeto tan largo como una pluma y tres veces más grueso—. ¡¿Qué es esto?! —exclamó levantándose de la cama y sosteniendo la prueba de embarazo frente a los ojos de su hija.
—Mamá… Yo…
Después de esas noches de amor con Adam, no solo había prometido casarse con él, sino que la pasión y el cariño que se profesaron rindió frutos y una vida estaba creciendo dentro de ella. Pensaba hablar con Adam ese mismo día, pero a la única que había visto era a Isabella y sus malas noticias.
Los ojos llorosos de su madre no solo demostraban frustración y desilusión, también representaban a la perfección el miedo en el corazón de Sofía, era una sensación oscura que se apoderaba de ella y la hacía sentir sola.
—Sofía… ¡¿Qué hiciste?! —exclamó Laura al borde del llanto, sacudiendo la prueba al aire.
—Mamá, yo solo necesito hablar con Adam y…
—¡Ese muchacho nunca se hará responsable! ¡En cuanto sepa que estás embarazada te abandonará!
—No, mamá, él no hará eso —dijo Sofía temerosa, recordando cada palabra dicha por Isabella—. Solo tengo que encontrarlo, hablar con él y…
—¿Encontrarlo? —la interrumpió con esa sonrisa sarcástica, sabiendo que sus palabras se habían vuelto realidad antes de lo que pensaba—. ¿Ya huyó?
—Mamá, él ni siquiera sabe que estoy embarazada…
—¿Segura? Yo creo que sí, yo creo que ya te abandonó, que no quiere hacerse cargo y fue a disfrutar de su dinero con otra mujer.
—Adam no es así —dijo Sofía luchando porque esa pequeña luz de esperanza no se apagara, pero era como intentar cuidar la llama de una vela solo con las manos, en medio de una ventisca invernal.
—Lo mismo creí de tu padre y aquí estamos —dijo Laura antes de arrojar la prueba al piso con despecho—. Cámbiate y abrígate.
—¿Por qué?
—Saldremos…
—¿A dónde? —Sofía siguió a su madre hasta la puerta de su cuarto cuando de pronto esta se detuvo y volteó hacia ella bruscamente.
—Yo no voy a mantener a tu hijo y tú no puedes sostener una carrera y atender a un bebé al mismo tiempo.
—¿Qué?
—Haré por ti lo que nadie hizo por mí. Iremos a la clínica para que abortes.
Sofía colocó sus manos sobre su vientre y abrió los ojos con horror, sintiendo que esas palabras estaban apuñalando su corazón.
—Pero… mamá…
—Pero nada, no vas a arruinar tu vida de esa forma… ¡Apúrate!
Ѻ
Adam llegó al edificio de departamentos en el que vivía Sofía. Se acercó a la entrada donde unas rejas oxidadas y a punto de caerse resguardaban al conserje, un señor entrado en años tan cascarrabias como ambicioso.
—Señor Dupont. ¡Qué gusto tenerlo por acá! —dijo el anciano acercándose con paso lento—. ¿En qué le puedo ayudar?
—Vine a ver a Sofía. ¿Puedo pasar? —Adam se preparaba para entrar corriendo, pero las puertas herrumbradas nunca se abrieron para él.
—No joven, lo siento —dijo el conserje agachando la mirada—. La señorita Sofía ya no vive aquí.
—¡¿Qué?! ¡¿Cómo que ya no vive aquí?! —Adam frunció el ceño y se aferró a los barrotes con fuerza hasta que los nudillos se le pusieron pálidos.
Ese viejo guardián solo repetía lo que la madre de Sofía había exigido. Su odio por Adam era tan grande que le había pagado por negar a Sofía. «Dile que no vive aquí. Si ese malnacido se atreve a acercarse al edificio, dile que Sofía salió del país, que se murió, que encontró el amor en brazos que no son los suyos, di lo que sea necesario para que no vuelva», había dicho Laura con la boca llena de rencor, pues ese joven adinerado y carismático le recordaba al padre de Sofía y no quería que ella sufriera de más falsas promesas. Entendía que los hombres como ellos eran buenos huyendo de los problemas y enredando mujeres con sus mentiras.
—Lo siento, chico, pero Sofía… se fue a vivir con su novio —añadió el anciano sintiendo el peso de su compromiso y fidelidad hacia Laura convertido en dinero en su bolsillo.
—¡Yo soy el novio de Sofía! —exclamó Adam iracundo.
—Creo que ya no —dijo el anciano dando media vuelta, decidido a ignorar al joven con el corazón roto.
—¡No!¡Espere por favor! Tengo que hablar con ella.
—Ya te dije, hijo, ella ya no vive aquí.
—¿Dónde la puedo encontrar? —preguntó sin ocultar su desesperación. No iba a rendirse tan fácil.
—No tengo idea.
—Déjeme hablar con la señora Laura.
La petición de Adam hizo reír a carcajadas al conserje.
—Tampoco está, pero si estuviera, no te recibiría, créeme.
Ѻ
Sofía se mantenía sentada en las sillas de plástico, frías y duras, esperando su turno. Su madre, que no se alejó de ella en ningún momento, como si se tratara de una carcelera, se levantó y avanzó hacia la recepcionista.
Afuera de la clínica un grupo de mujeres con pancartas proclamaban que el aborto era asesinato. Gritaban por megáfonos y pegaban sus propagandas contra los vidrios, como si todas las de adentro fueran criminales.
—¿Asustada?
—Jimena —Se presentó la chica, le ofreció su mano y recibió a cambio una mano temblorosa y sudada. —Sofía —se presentó sin dejar de ver los anuncios de afuera, preguntándose si en verdad era una asesina. —¿Por qué estás aquí? —preguntó Jimena cruzándose de brazos. Parecía la clase de pregunta que se hace dentro de la cárcel. —Yo… Estoy embarazada… —Bueno, eso me queda claro, todas aquí lo estamos. —Jimena acarició su vientre abultado con tristeza—, pero no compartimos los mismos motivos. —Mi… novio ya no me quiere y mi madre me trajo a abortar —dijo Sofía agachando la mirada. —¿Tu madre te trajo? ¿Qué edad tienes? ¿Cinco? —Jimena soltó una risotada cambiando el ambiente mortecino y deprimente. —¿Tú por qué estás aquí? —preguntó Sofía. —Mi pequeño nacerá con problemas muy serios —respondió Jimena triste—. Me duele hacer esto, pero sé que su vida no será fácil, será corta y en extremo dolorosa. Es una decisión difícil, pero creo que es lo mejor. —Volteó hacia Sofía percibiendo qu
—No es que pueda arrancarlo de mi corazón… No es que pueda dejar de quererlo de un día a otro… y me duele mucho que así sea… —Sofía rompió en llanto, con sus manos sobre el pecho como si estuviera sosteniendo su corazón. —Me imagino… —dijo Pía acercando un pañuelo de papel a su amiga—. Estás pasando por un momento muy complicado. —Demasiado… —Y me encantaría ayudarte… pero como sabes, esta no es mi casa y tengo que hablar con mis padres y ver si me dejan que te quedes. Si fuera mi casa, con mucho gusto te apoyaba, pero… ellos son los que deciden —dijo Pía apenada por tener que rechazar a su amiga—. Lo siento. Sofía levantó la mirada hacia Pía, el llanto se había acabado y el miedo regresaba. De nuevo esa pregunta que parecía picarle las costillas cada segundo se apoderaba de su mente: «¿Ahora que hago?». Entendía los argumentos de Pía, lo que no entendía era la facilidad con la que se lo decía. ¿Quién tenía razón? ¿La amiga que quería asilo o la que no podía dárselo? —Creo que d
Llegaron a una pequeña casa en los suburbios, parecía demasiado para una mujer soltera y muy pequeña para una familia, pero suficiente para un par de nuevas amigas con sus propios problemas por resolver. —Mi casa es tu casa —dijo Jimena extendiendo sus manos como mostrándole de esa forma el interior—. No te cobraré renta, pero sería lindo que me ayudaras un poco con el desorden y las cuentas… —Eso tenlo por seguro… Dejaré la escuela y… —¡No! ¡¿Cómo crees?! ¿Qué estudias? —preguntó Jimena concentrando toda su atención en Sofía. —Estudio medicina… —Una muy buena profesión —respondió Jimena—. Encontraremos la forma, pero debes de seguir estudiando. —¿Hablas en serio? No creo poder aportar mucho si sigo en la escuela —dijo Sofía apenada y al mismo tiempo esperanzada. —Tal vez, pero cuando termines la escuela, ganarás mil veces más que cualquier trabajo que puedas conseguir sin estudios y entonces podrás pagar todo tú. Me gusta verlo como una inversión a futuro —añadió Jimena pens
—¿Sí? —preguntó Sofía, preocupada por lo que pudiera escuchar. —¿Sofía? ¿Ocupada? —preguntó gentilmente el doctor Bennet. —Hola, Tom. —Volteó hacia sus pequeños que la veían con esos ojos cargados de temor. Sabían que una llamada del tío Tom significaba que mamá iba a salir—. Estamos planeando una pijamada. —Te necesito para una cirugía. Accidente de automóvil. Varón, 28 años, lesión en columna en T12 y L1… —¿Ya lo revisaste? —No, yo también estaba en casa, el ECG me lo pasó la doctora de urgencias. ¿Paso por ti? Sofía echó un vistazo a la tropa esperando su presencia en la pijamada. Cuando vio las miradas tristes de sus cachorros se le rompió el corazón. Los pequeños se escondieron en los sillones, melancólicos y decaídos. —Bien… —dijo en un susurro. —Llego en 15 minutos —añadió Bennet antes de colgar. No era fácil ser doctora y mamá, no podía evitar pensar en todo ese tiempo que le dedicaba al hospital y que tendría que pertenecerles a sus hijos. No quería ser una madre a
Sofía pegó un brinco, soltando la mano de Adam y alejándose un par de pasos mientras la puerta volvía a abrirse, siendo Bennet quien entraba para verla con tristeza y miedo. Sabía que Adam la había dejado y estaba completamente seguro de que no podría surgir nada entre ellos después de lo ocurrido, aun así, tenía miedo de que ella todavía pensara en él y no pudiera ocupar su corazón con un nuevo amor. —¿Estás bien? —preguntó Bennet al verla tan alterada. —Necesito irme de aquí —dijo Sofía con los ojos llorosos y tan pálida como el paciente en la cama. Tom asintió y la invitó a salir de la habitación, dejando a Adam al cuidado de los enfermeros. Ѻ Esa noche Sofía llegó arrastrando los pies por el cansancio, pero también por la conmoción de haber vuelto a ver a Adam. Una parte de ella necesitaba verlo y que él la viera, quería demostrarle que nunca había necesitado su ayuda ni su dinero, que viera todo lo que había logrado sola, poder despertar admiración y arrepentimiento en el hom
—Con fisioterapia —intervino Bennet al notar que Sofía parecía a punto de desmayarse, con ese semblante pálido—. Hay ejercicios y procedimientos que estimulan el sistema nervioso y los músculos. Será un trabajo largo y arduo, pero puede asegurar que Adam vuelva a caminar en poco tiempo. —¿Eso es lo que harán? ¡¿Me entregarán un hijo paralítico y me darán un par de ejercicios esperando que funcione?! ¡¿Creen que nací ayer?! ¡No les creo! —De nuevo hizo acto de presencia la histeria de Isabella. —¡Eso es lo que espero! —gritó Sofía mezclando su dolor con la desesperación que le generaba esa señora—. ¡Que como su madre se avoque a ayudar a su hijo en su rehabilitación! ¿No puede? ¿No tiene tiempo? ¡Bueno! ¡Para eso tiene esposa! ¿No? —Tragó saliva y su corazón se rompió en dos. Fue el momento perfecto en el que se dio cuenta que la herida estaba fresca, casi recién hecha. Después de tantos años, seguía igual de fracturada. —Doctora, disculpe a mi esposa, es un poco… temperamental —
El señor Dupont se acercó a la puerta en el momento que vio entrar a Sofía. La recibió con educación y una sonrisa enorme. Era el único de la familia que tenía modales y un temperamento agradable. Era irónico que quien había hecho su mina de oro y elevado el nombre de la empresa, fuera el más modesto. —Por favor, doctora Sofía, por aquí —dijo Enzo señalando con su mano el camino. Una lucha encarnizada se llevaba dentro de la chica. Una Sofía quería correr y buscar con ansiedad a Adam para arrojarse a sus brazos y llorar amargamente mientras agradecía haberlo reencontrado, pero otra… una oscura y herida, la detenía sujetándola con saña, regañándola y haciéndole recordar todo el dolor que había vivido por su culpa. —Agradezco que hayas aceptado venir —añadió Enzo sacando a Sofía de sus pensamientos, pero esta no se dignó a contestar, no encontraba las palabras. Llegaron hasta la habitación de Adam y Enzo decidió detenerse antes de abrir la puerta. El tiempo que había pasado desde e
—No creas que las puertas se te abrirán con gusto. Mientras él no camine tú no eres más que esa niña tonta e ingenua que conocí hace años —dijo Isabella acercándose llena de odio, hablando entre dientes. —Y tú sigues siendo la misma amargada, con el corazón podrido y vacío —dijo Sofía levantando el rostro hacia Isabella y ofreciéndole una sonrisa divertida—. Yo solo vine a hacer mi trabajo, pero si quieres que no vuelva, no tengo problema. —Eres una… —Isabella se quedó con las palabras atoradas en la garganta. El orgullo la había estrechado lo suficiente para que no pudiera hablar. —Una… ¿Qué? ¿Una muerta de hambre? ¿Un puerco en lodo? ¡Vamos! ¿Con qué ofensa me vas a sorprender el día de hoy? —La sonrisa de Sofía se volvía más grande, pues frente a ella, esa mujer imponente se había transformado en un patético chiste—. Solo hazlo, córreme de aquí, grita y señala la puerta. Dame un motivo para decirle al doctor Bennet que no puedo volver a esta jaula de oro. —¿Dónde quedó todo el