—No es que pueda arrancarlo de mi corazón… No es que pueda dejar de quererlo de un día a otro… y me duele mucho que así sea… —Sofía rompió en llanto, con sus manos sobre el pecho como si estuviera sosteniendo su corazón.
—Me imagino… —dijo Pía acercando un pañuelo de papel a su amiga—. Estás pasando por un momento muy complicado.
—Demasiado…
—Y me encantaría ayudarte… pero como sabes, esta no es mi casa y tengo que hablar con mis padres y ver si me dejan que te quedes. Si fuera mi casa, con mucho gusto te apoyaba, pero… ellos son los que deciden —dijo Pía apenada por tener que rechazar a su amiga—. Lo siento.
Sofía levantó la mirada hacia Pía, el llanto se había acabado y el miedo regresaba. De nuevo esa pregunta que parecía picarle las costillas cada segundo se apoderaba de su mente: «¿Ahora que hago?». Entendía los argumentos de Pía, lo que no entendía era la facilidad con la que se lo decía. ¿Quién tenía razón? ¿La amiga que quería asilo o la que no podía dárselo?
—Creo que deberías de ir a buscar a Adam, aunque no quiera estar contigo, debe de hacerse cargo del bebé, tiene que ser responsable… ¿no crees? Creo que si alguien debería de apoyarte incondicionalmente, pese a todo, es él… —dijo Pía queriendo lavarse las manos y echarle la responsabilidad a alguien más.
—Gracias —dijo Sofía levantándose del sillón, dispuesta a salir de esa casa.
No necesitaba consejos, necesitaba una mano que la ayudara a levantarse sin preguntar. Las opiniones no eran algo que la pudieran ayudar en ese momento.
—Sofía, si hay algo en lo que te pueda ayudar… Algo que esté dentro de mis posibilidades… —añadió Pía apenada e intentando brindarle una sonrisa—. ¿Quieres dinero?
—No… déjalo —dijo Sofía sintiéndose herida. Ahora entendía cuando decían que en las dificultades te das cuenta de quién es tu amigo en verdad.
Atravesó la puerta resintiendo el frío del exterior, sabiendo que tenía que seguir buscando antes de que cayera la noche. Vio en el marco de la entrada a su amiga, aún con mirada apenada, pero sin intenciones de brindarle verdadera ayuda, agitando su mano en el aire, despidiéndose a la distancia con una mirada llena de lástima.
Sofía comenzó a caminar por las calles mientras la nieve caía del cielo. Los pequeños copos se quedaban clavados en su cabello y ropa mientras sus pasos no tenían rumbo hasta que se dio cuenta que la habían llevado hasta la residencia de Adam.
Se plantó frente a las rejas doradas y alcanzó a ver el majestuoso jardín tapizándose de blanco. Tragó saliva y se acercó hasta que sus manos se posaron sobre los fríos barrotes de esa jaula de oro. El encargado de vigilar la puerta se acercó con curiosidad, viendo a la mujer con esa chamarra que no parecía ser capaz de apaciguar el frío del ambiente.
—¿En qué le puedo ayudar? —preguntó con el radio a la altura de su boca.
—Quiero hablar con Adam. —La voz se le quebró al pronunciar su nombre—. Dígale que soy yo.
Antes de que el encargado terminara de mandar el mensaje por la radio, llegó Isabella casi corriendo, agitada, con la mano sobre su pecho intentando recuperar el aliento, temiendo que Adam pudiera enterarse de su presencia.
—¿Qué haces aquí? Pensé que habíamos aclarado todo en la mañana —dijo Isabella molesta.
—Tengo que hablar con Adam —dijo Sofía con el ceño fruncido y dispuesta a sacar fuerza hasta de las piedras con tal de enfrentarse con más gallardía a Isabella esta vez.
—Ya te dije que él no piensa hablar contigo.
—Estoy embarazada —dijo Sofía con el corazón roto y la frente en alto.
—Mientes —respondió Isabella cruzándose de brazos, indignada por lo que consideraba una nueva artimaña de Sofía para llegar a su hijo.
—No miento, estoy embarazada de Adam. Déjame hablar con él, tiene que saberlo —exigió con la voz rota y de nuevo sus manos se posaron en su vientre.
—Manipuladora… Lárgate de aquí antes de que llame a seguridad —dijo Isabella viéndola con asco y desprecio.
—¡Déjame hablar con él! ¡Te lo suplico!
—¡Él no quiere hablar contigo! ¡Lo tienes harto! Si se entera que quieres chantajearlo, perderá la cabeza.
—No es chantaje, estoy embarazada… Lo juro.
—De seguro ni siquiera es de él… ¡Vete de aquí!
Sofía se agarró de los barrotes y escondió su rostro lleno de lágrimas, sintiéndose impotente, apretando sus dientes hasta que rechinaron por el coraje. Levantó la mirada llena de odio y rencor, sintiendo como su corazón se pudría de rabia e impotencia.
—Vete a la m****a Isabella, tú y toda tu familia —dijo Sofía entre dientes sin dejar de ver a esa mujer delante de ella con rencor—. Si eso quieres… eso tendrás. ¿Quieres que me aleje de tu hijo? Así será. ¿Él no quiere verme? No me verá… Si en verdad me ama, me buscará, si no lo hace… no pienso buscarlo yo. ¡Ya me cansé! —Golpeó con la palma de sus manos los barrotes. En ese momento sus lágrimas eran de coraje—. Espero que jamás se arrepientan, porque no pienso permitir que mi hijo sepa de ustedes, él no tendrá padre.
—Lo has dicho mejor de lo que yo podría decirlo —dijo Isabella acercándose con soberbia—. Ahora lárgate.
Sofía retrocedió manteniendo la mirada de Isabella. Limpió las lágrimas de su rostro antes de dar media vuelta y emprendió el camino de nuevo hacia ningún lugar, mientras que Isabella regresaba al «confort» de su casa, dejando que las palabras de Sofía le dieran vueltas en la cabeza. Atravesó la entrada y se quitó el pesado abrigo en silencio, con la mirada perdida y el coraje dentro de su corazón. ¿Cómo se había atrevido a hablarle así esa mujer? «Es una vulgar, una corriente, una…», de pronto la presencia de Adam, tomándola por sorpresa, la sacó de sus pensamientos.
—Escuché que me buscaban —dijo Adam con el ceño fruncido.
—¿Qué? No… era… nadie —respondió Isabella cruzándose de brazos y buscando su mejor sonrisa.
—¿Estás segura? Te ves nerviosa. —Adam se acercó e Isabella pudo ver sus ojos consumidos por el dolor.
—Estoy bien… Todo está bien —respondió abrazándolo con cariño y mordiéndose los labios para no hablar de más.
Cuando Isabella puso distancia entre los dos, notó que una de las manos de Adam sostenía una pequeña caja de terciopelo. La señaló en silencio sin poder abrir la boca, temerosa de la respuesta a la pregunta que aún no formulaba. Adam levantó los hombros y sonrió melancólicamente mientras sus ojos suplicaban por liberar todo el dolor de su corazón.
—Me quería casar con ella —dijo en voz baja abriendo la caja delante de los ojos de Isabella—. Le iba a pedir matrimonio —añadió mientras enseñaba el hermoso diamante que planeaba usar para adornar la mano de la mujer a la que amaba—, pero… se fue, me abandonó… —Cubrió sus ojos con una mano tratando de contener su dolor—. ¿Por qué se fue? ¿Por qué me dejó? ¿Qué hice mal? ¿En qué fallé?
Isabella se quedó por un momento en silencio, sin saber cómo responder a esas preguntas. Todos los motivos que la habían orillado a lo que provocó la desgracia de su hijo, ahora la abandonaban.
—Nada hijo, no eres culpable de nada —dijo Enzo saliendo de su despacho, pasando al lado de Isabella sin dignarse a verla—. No eres responsable de nada.
—Le entregué el corazón, le di todo de mí y… no le importó —añadió Adam apretando los dientes mientras Enzo posó su mano sobre su hombro—. ¡Solo fui su burla! ¡Me humilló! ¡Creí que ella sería diferente! ¡Que ella me amaba por quien era y no por lo que tenía! —Su mirada era suplicante y agónica—. Siempre fue igual que todas… y nunca me di cuenta.
—Adam… —Enzo no supo cómo contener el dolor de su hijo y se sintió tentado a obligar a Isabella a hablar.
—No… se acabó —dijo Adam cerrando la pequeña caja y guardándosela en el bolsillo antes de subir las escaleras.
Ѻ
«Ahora solo somos tú y yo» pensó Sofía al acariciar su vientre, concentrándose en la vida que crecía dentro de ella. De pronto un pequeño auto destartalado se estacionó a su lado y Jimena bajó de él.
—¡Hola de nuevo! —exclamó y abrazó a Sofía con cariño, como si fueran amigas de toda la vida—. ¡Anda! ¡Trépate!
—Pero… No me conoces y…
—¡Anda que me congelo! —añadió Jimena de regreso al auto.
Sofía rodeó el carro y en cuanto entró, el motor se encendió. Se colocó el cinturón de seguridad y vio con desconcierto a Jimena.
—Cuando vi lo que pasó con tu mamá decidí posponer la intervención, me imaginé que necesitarías ayuda, mi instinto de abogada me lo dijo —añadió Jimena con alegría, haciendo que su carcacha comenzara a moverse.
—Quise buscar ayuda, pero… —Sofía no sabía cómo explicar su fracaso.
—No necesitas decir más… Me imagino por lo que has pasado —dijo Jimena colocando su mano sobre el hombro de Sofía antes de emprender el camino.
Llegaron a una pequeña casa en los suburbios, parecía demasiado para una mujer soltera y muy pequeña para una familia, pero suficiente para un par de nuevas amigas con sus propios problemas por resolver. —Mi casa es tu casa —dijo Jimena extendiendo sus manos como mostrándole de esa forma el interior—. No te cobraré renta, pero sería lindo que me ayudaras un poco con el desorden y las cuentas… —Eso tenlo por seguro… Dejaré la escuela y… —¡No! ¡¿Cómo crees?! ¿Qué estudias? —preguntó Jimena concentrando toda su atención en Sofía. —Estudio medicina… —Una muy buena profesión —respondió Jimena—. Encontraremos la forma, pero debes de seguir estudiando. —¿Hablas en serio? No creo poder aportar mucho si sigo en la escuela —dijo Sofía apenada y al mismo tiempo esperanzada. —Tal vez, pero cuando termines la escuela, ganarás mil veces más que cualquier trabajo que puedas conseguir sin estudios y entonces podrás pagar todo tú. Me gusta verlo como una inversión a futuro —añadió Jimena pens
—¿Sí? —preguntó Sofía, preocupada por lo que pudiera escuchar. —¿Sofía? ¿Ocupada? —preguntó gentilmente el doctor Bennet. —Hola, Tom. —Volteó hacia sus pequeños que la veían con esos ojos cargados de temor. Sabían que una llamada del tío Tom significaba que mamá iba a salir—. Estamos planeando una pijamada. —Te necesito para una cirugía. Accidente de automóvil. Varón, 28 años, lesión en columna en T12 y L1… —¿Ya lo revisaste? —No, yo también estaba en casa, el ECG me lo pasó la doctora de urgencias. ¿Paso por ti? Sofía echó un vistazo a la tropa esperando su presencia en la pijamada. Cuando vio las miradas tristes de sus cachorros se le rompió el corazón. Los pequeños se escondieron en los sillones, melancólicos y decaídos. —Bien… —dijo en un susurro. —Llego en 15 minutos —añadió Bennet antes de colgar. No era fácil ser doctora y mamá, no podía evitar pensar en todo ese tiempo que le dedicaba al hospital y que tendría que pertenecerles a sus hijos. No quería ser una madre a
Sofía pegó un brinco, soltando la mano de Adam y alejándose un par de pasos mientras la puerta volvía a abrirse, siendo Bennet quien entraba para verla con tristeza y miedo. Sabía que Adam la había dejado y estaba completamente seguro de que no podría surgir nada entre ellos después de lo ocurrido, aun así, tenía miedo de que ella todavía pensara en él y no pudiera ocupar su corazón con un nuevo amor. —¿Estás bien? —preguntó Bennet al verla tan alterada. —Necesito irme de aquí —dijo Sofía con los ojos llorosos y tan pálida como el paciente en la cama. Tom asintió y la invitó a salir de la habitación, dejando a Adam al cuidado de los enfermeros. Ѻ Esa noche Sofía llegó arrastrando los pies por el cansancio, pero también por la conmoción de haber vuelto a ver a Adam. Una parte de ella necesitaba verlo y que él la viera, quería demostrarle que nunca había necesitado su ayuda ni su dinero, que viera todo lo que había logrado sola, poder despertar admiración y arrepentimiento en el hom
—Con fisioterapia —intervino Bennet al notar que Sofía parecía a punto de desmayarse, con ese semblante pálido—. Hay ejercicios y procedimientos que estimulan el sistema nervioso y los músculos. Será un trabajo largo y arduo, pero puede asegurar que Adam vuelva a caminar en poco tiempo. —¿Eso es lo que harán? ¡¿Me entregarán un hijo paralítico y me darán un par de ejercicios esperando que funcione?! ¡¿Creen que nací ayer?! ¡No les creo! —De nuevo hizo acto de presencia la histeria de Isabella. —¡Eso es lo que espero! —gritó Sofía mezclando su dolor con la desesperación que le generaba esa señora—. ¡Que como su madre se avoque a ayudar a su hijo en su rehabilitación! ¿No puede? ¿No tiene tiempo? ¡Bueno! ¡Para eso tiene esposa! ¿No? —Tragó saliva y su corazón se rompió en dos. Fue el momento perfecto en el que se dio cuenta que la herida estaba fresca, casi recién hecha. Después de tantos años, seguía igual de fracturada. —Doctora, disculpe a mi esposa, es un poco… temperamental —
El señor Dupont se acercó a la puerta en el momento que vio entrar a Sofía. La recibió con educación y una sonrisa enorme. Era el único de la familia que tenía modales y un temperamento agradable. Era irónico que quien había hecho su mina de oro y elevado el nombre de la empresa, fuera el más modesto. —Por favor, doctora Sofía, por aquí —dijo Enzo señalando con su mano el camino. Una lucha encarnizada se llevaba dentro de la chica. Una Sofía quería correr y buscar con ansiedad a Adam para arrojarse a sus brazos y llorar amargamente mientras agradecía haberlo reencontrado, pero otra… una oscura y herida, la detenía sujetándola con saña, regañándola y haciéndole recordar todo el dolor que había vivido por su culpa. —Agradezco que hayas aceptado venir —añadió Enzo sacando a Sofía de sus pensamientos, pero esta no se dignó a contestar, no encontraba las palabras. Llegaron hasta la habitación de Adam y Enzo decidió detenerse antes de abrir la puerta. El tiempo que había pasado desde e
—No creas que las puertas se te abrirán con gusto. Mientras él no camine tú no eres más que esa niña tonta e ingenua que conocí hace años —dijo Isabella acercándose llena de odio, hablando entre dientes. —Y tú sigues siendo la misma amargada, con el corazón podrido y vacío —dijo Sofía levantando el rostro hacia Isabella y ofreciéndole una sonrisa divertida—. Yo solo vine a hacer mi trabajo, pero si quieres que no vuelva, no tengo problema. —Eres una… —Isabella se quedó con las palabras atoradas en la garganta. El orgullo la había estrechado lo suficiente para que no pudiera hablar. —Una… ¿Qué? ¿Una muerta de hambre? ¿Un puerco en lodo? ¡Vamos! ¿Con qué ofensa me vas a sorprender el día de hoy? —La sonrisa de Sofía se volvía más grande, pues frente a ella, esa mujer imponente se había transformado en un patético chiste—. Solo hazlo, córreme de aquí, grita y señala la puerta. Dame un motivo para decirle al doctor Bennet que no puedo volver a esta jaula de oro. —¿Dónde quedó todo el
—Adam, tienes que comer, no puedes estar así —dijo Pía con el plato de sopa en la mano y una mirada suplicante en el rostro. Estaba consumida en dolor por ver a su esposo así. —No quiero comer, ya te dije —respondió Adam en un susurro. No quería ser grosero con Pía pues lo había apoyado y cuidado desde que él se había derrumbado por la ausencia de Sofía—. Por favor, solo… vete, déjame. —¿Haces esto por ella? ¿Lo haces porque regresó? —preguntó Pía con el corazón roto y sabiendo la respuesta. Aunque había sido muy feliz en su matrimonio con Adam, pues era el hombre que tanto había soñado, no podía ignorar que sus miradas y caricias no eran las mismas que le había dedicado a Sofía. Desde la primera noche juntos se dio cuenta que el amor de Adam era mecánico, frío, incluso cargado de lástima. En la luna de miel, comprobó que sus caricias eran mustias y vacías así como sus ojos carecían de emoción. La tocaba y la besaba por inercia, pero su mente estaba en otro lado. Incluso Pía sospec
—Ni siquiera tuviste la decencia de decírmelo a la cara… —Sofía retrocedió un par de pasos, con los hombros caídos y su alma retorciéndose en el suelo—. Si ya no querías nada de mí, hubieras tenido el valor de decírmelo de frente y no mandar a tu madre…Adam recordó cada momento de dolor, pasó frente a sus ojos como el resumen de una película muy cruel. Cada momento, cada reclamo, cada palabra que escuchó de su madre y después de Pía, lo que había dicho el conserje del edificio donde vivía Sofía. Cómo podía creerle si había más personas que decían lo contrario.—Tu madre me humilló a tu nombre en ese maldito café… —dijo Sofía entre dientes, ignorando la mirada perdida de Adam que le daba la apariencia de estar desconectado de la realidad&mda