Sus dedos acariciaron con recelo el papel, jamás había visto un cheque en su vida y mucho menos con tantos ceros, la suma era tan grande que no sabía cómo se pronunciaba. Sofía levantó la mirada llorosa hacia la mujer que tenía delante. Se trataba de la madre de Adam, su novio, la señora Isabella, con esa belleza que no perdió durante su juventud, ahora adornada por finas arrugas, así como ropa elegante y ese perfume dulce tan característico.
—Tanto tiempo has pasado al lado de mi hijo que se te ha olvidado tu verdadera naturaleza; permíteme que te la recuerde. —Se acomodó en su asiento del otro lado de la mesa y su mirada se volvió fría y hostil—. Eres pobre, corriente y toda una trepadora. Más clara no puedo ser. Tan solo mírate, ve como vistes, como hablas, como te comportas. Crees que eres espontánea y agradable, pero solo eres vulgar. Es como ver a un cerdo en el lodo; es gracioso, pero no quieres tocarlo.
—¿Perdón? —Sofía la interrumpió. La tristeza había sido reemplazada por coraje.
—Sofía, Jamás tendrás el nivel suficiente para ser merecedora de alguien como mi Adam. Él nació en cuna de oro y su futuro es prometedor, pero no podrá alcanzarlo a tu lado, solo eres un lastre, una pesada carga que lo hunde.
—Adam está estudiando para ser un gran médico… —dijo con la voz rota, tal cual estaba su corazón.
—Él tenía que enfocarse en prepararse para dirigir la empresa de la familia, no para estar jugando al doctor. Si lo hizo fue para complacerte a ti.
—¡Miente! ¡Él quería estudiar! ¡Quería superarse! —exclamó Sofía apoyando ambas manos en la mesa.
—¿Superarse? Se te olvida que él no es como tú, no tiene que luchar por nada pues ya lo tiene todo. Y no, no miento, si estoy aquí es porque él no quiso venir y encararte. Sinceramente lo entiendo, ya no quiere ensuciarse más las manos contigo.
—Adam y yo nos amamos…
—Adam ya se cansó de ti y del jueguito de andar con la chica pobre y sin futuro. A ti se te acabó el cuento de hadas, «Cenicienta ». Si creías que esta familia te iba a acoger y te volverías toda una mujer de sociedad, fingiendo tener clase, te equivocaste.
—Yo jamás esperé algo así. —Sofía quería tener más fuerza en los pulmones, gritar sus respuestas y no solo decirlas en un susurro débil y patético, pero estaba consciente que Isabella la estaba destrozando.
—Cariño, las mujeres oportunistas como tú, eso es lo que buscan. Un hombre que las saque de su patética miseria, pero ¿adivina qué? Adam no será ese hombre. Abrió los ojos y está consciente de tus artimañas de trepadora.
—¡Se equivoca! ¡Yo nunca he aspirado a tener un lugar dentro de su familia! ¡Todo me lo he ganado con trabajo honrado! En estos cuatro años junto a su hijo nunca he aceptado un solo centavo para mi beneficio. —Se apoyó en la mesa con ambas manos para levantarse y aunque se veía más imponente que la mujer ante ella, esta no dejaba de verla retadoramente.
—Sofía, no arrugues el cheque pues es lo último que podrás sacar de esta familia y el banco no lo recibirá si está en malas condiciones.
Cada palabra taladró los oídos de Sofía. Cerró su mano, arrugando el cheque en su palma y apretó los dientes conteniendo el coraje mientras las lágrimas caían por sus mejillas.
—No lo quiero —las palabras salieron con dificultad de entre sus dientes—. Quiero hablar con Adam.
—No me importa que no quieras el dinero, no vas a hablar con él —respondió Isabella con actitud despreocupada, levantando los hombros y desviando la mirada hacia otro lado, haciendo sentir a Sofía pequeña e insignificante.
—Adam nunca me haría algo así. Él me ama y sabe que nunca le haría daño ni lo usaría —dijo Sofía con un nudo en la garganta que la asfixiaba y le quitaba fuerza a sus palabras.
—Sofía, entiende… él no te ama, nunca te amó.
—¡Miente! —Volvió a gritar, esta vez con los ojos cerrados y las mandíbulas rígidas, apretando con más fuerza el cheque en su mano.
—Solo fuiste un entretenimiento. Es mi hijo, lo conozco mejor que tú y aunque no lo creas, me duele mucho tener que abrirte los ojos. Solo estuvo contigo mientras no tuvo responsabilidades que atender, pero ya se cansó, ya se aburrió y me pidió que viniera a hablar contigo a su nombre. Créeme, fue mejor, pues él no hubiera sido tan diplomático como lo soy yo contigo, ni siquiera te hubiera dado dinero, solo te hubiera humillado y se hubiera ido.
—¡Eso no es cierto! ¡No voy a creerle! Si Adam quiere abandonarme, que venga él y lo haga. —Abrió sus ojos llorosos y se encontró con la mirada cargada de lástima de Isabella.
—Para ser una trepadora, tienes corazón. Es una tristeza que de nada te sirva. —Sacó de su bolsillo su chequera, dispuesta a entregarle un cheque nuevo.
—No quiero su dinero…
—Lo necesitarás cuando te des cuenta de que no volverás a ver a Adam —respondió Isabella sin levantar la mirada hacia la chica destrozada delante de ella.
—Dije que no quiero su dinero —dijo Sofía tomando el cheque maltrecho y rompiéndolo en finos pedazos—. Buscaré a Adam y confirmaré que todo lo que dice es mentira.
Salió de su asiento y recorrió la cafetería hasta la puerta, justo ahí volteó para ver a Isabella con odio mientras esta le sonreía con burla y mirada gélida.
—Aléjate de mi hijo, «muerta de hambre» —dijo en voz baja, casi en un susurro, pero gesticulando exageradamente para que Sofía pudiera leer sus labios.
En cuanto Sofía atravesó la puerta, haciendo sonar la pequeña campana que cuelga del marco, Isabella se levantó de la mesa con esa elegancia que una mujer de su posición social presume. Dejó un par de billetes para solventar el cobro de dos cafés que no fueron consumidos y la limpieza de ese cheque hecho pedazos sobre la mesa, así como una propina más que sustanciosa.
El repiqueteo de sus tacones dejó a todos los espectadores de la pelea en silencio, siguiéndola con la mirada hasta que salió de esa cafetería donde la mayoría eran estudiantes de la facultad de medicina que quedaba enfrente.
Isabella se puso sus lentes de sol mientras veía por el horizonte a Sofía corriendo con zancadas largas de regreso a la escuela, de seguro creyendo que encontraría a Adam. La idea la hizo sonreír.
Se le acercó un hombre trajeado, con gorra y guantes, era el chofer de Isabella dispuesto a acompañarla al auto.
—Necesito regresar cuanto antes a casa, tengo que hablar con mi hijo —dijo Isabella desviando la mirada hacia su chofer y dedicándole una sonrisa escueta, pero que aparentaba felicidad.
—De inmediato, señora.
Ѻ
Sofía corrió por los pasillos, se levantó sobre la punta de sus pies para ver por encima del conglomerado de alumnos, buscando con ansias los cabellos negros de Adam, pero no lo encontró. Corrió hacia el salón donde debería de estar terminando la clase de anatomía. Cuando la mayoría de los alumnos habían salido, Sofía entró paseando la mirada en cada asiento.
—¿Sofía? ¿Qué ocurre? —preguntó el doctor Bennet, maestro de la clase.
—Doctor, buenos días. ¿Está Adam?
—¿Adam? ¿Tú novio? —Se acercó con curiosidad.
El doctor Bennet era un joven prodigio, un hombre que apenas había alcanzado los 30 años y ya tenía una especialidad en neurocirugía. Trabajaba en un hospital muy prestigioso y al mismo tiempo daba clases en la facultad.
—No, la verdad es que no llegó a clase. ¿Todo bien? —preguntó preocupado, colocando su mano en el hombro de Sofía, intentando contener su histeria.
Sofía bajó la mirada hacia su teléfono y volvió a marcar una vez más el número de Adam sin que este contestara. No había dejado de intentarlo desde que dejó a Isabella en la cafetería, y con cada llamada perdida, se acercaba un paso más a creer en las palabras que le había dicho.
—No, no puede ser cierto —dijo Sofía apoyando sus manos sobre sus rodillas y sintiendo que el aire que inhalaba no era suficiente.
—¿Qué ocurre? —preguntó Bennet preocupado. Jamás la había visto de esa forma—. ¿Pasa algo con Adam?
La pregunta hizo que Sofía se soltara a llorar desconsoladamente, cubriendo su rostro con ambas manos mientras se dejaba consumir por el dolor. ¿No le había dicho Adam que su amor sería eterno? ¿No le había creído cuando le prometió matrimonio?
Un par de noches antes, después de entregarse a la pasión y amor que siempre se profesaban entre las sábanas, con infinito cariño, Adam había atado un cordón de algodón al dedo anular de Sofía. «¿Qué se supone que haces?» había preguntado ella con una sonrisa nerviosa y el corazón rebosante de alegría. «Tal vez no es la forma, debería de haber fuegos artificiales, champagne en copas finas y un anillo con un diamante que se viera de aquí a la esquina, pero esto es lo que tengo de momento: sábanas de seda, la promesa de que mi amor por ti no tiene final y un cordón de algodón para pedirte que seas mi esposa, prometo que el anillo real vendrá después».
Isabella llegó a la residencia de la familia, esa enorme mansión con amplios jardines, una fuente en medio y una escalera doble que llevaba al elegante pórtico. En cuanto traspasó las puertas, una chica vestida con el uniforme de la servidumbre se acercó para tomar su abrigo. De pronto Adam apareció caminando de un lado a otro, de vez en vez palpándose la vestimenta como si buscara algo. —Ya llegaron de la junta, que bueno —dijo Isabella con una enorme sonrisa. —Sí, no entiendo para qué voy si ni me interesa hacerme cargo de la empresa —dijo Adam paseando su mirada nerviosa en cada rincón—. ¿Han visto mi celular? No lo encuentro. Desde ayer en la noche desapareció. —¡Qué extraño! Tendré que hablar con la servidumbre, en esta casa no se pueden perder las cosas —respondió Isabella fingiendo molestia y ocultando bien su participación en la desaparición del teléfono. —No he podido comunicarme con Sofía —dice Adam con el ceño fruncido—. ¿Fuiste a verla? —Sí, cariño. Prometí que lo
—Jimena —Se presentó la chica, le ofreció su mano y recibió a cambio una mano temblorosa y sudada. —Sofía —se presentó sin dejar de ver los anuncios de afuera, preguntándose si en verdad era una asesina. —¿Por qué estás aquí? —preguntó Jimena cruzándose de brazos. Parecía la clase de pregunta que se hace dentro de la cárcel. —Yo… Estoy embarazada… —Bueno, eso me queda claro, todas aquí lo estamos. —Jimena acarició su vientre abultado con tristeza—, pero no compartimos los mismos motivos. —Mi… novio ya no me quiere y mi madre me trajo a abortar —dijo Sofía agachando la mirada. —¿Tu madre te trajo? ¿Qué edad tienes? ¿Cinco? —Jimena soltó una risotada cambiando el ambiente mortecino y deprimente. —¿Tú por qué estás aquí? —preguntó Sofía. —Mi pequeño nacerá con problemas muy serios —respondió Jimena triste—. Me duele hacer esto, pero sé que su vida no será fácil, será corta y en extremo dolorosa. Es una decisión difícil, pero creo que es lo mejor. —Volteó hacia Sofía percibiendo qu
—No es que pueda arrancarlo de mi corazón… No es que pueda dejar de quererlo de un día a otro… y me duele mucho que así sea… —Sofía rompió en llanto, con sus manos sobre el pecho como si estuviera sosteniendo su corazón. —Me imagino… —dijo Pía acercando un pañuelo de papel a su amiga—. Estás pasando por un momento muy complicado. —Demasiado… —Y me encantaría ayudarte… pero como sabes, esta no es mi casa y tengo que hablar con mis padres y ver si me dejan que te quedes. Si fuera mi casa, con mucho gusto te apoyaba, pero… ellos son los que deciden —dijo Pía apenada por tener que rechazar a su amiga—. Lo siento. Sofía levantó la mirada hacia Pía, el llanto se había acabado y el miedo regresaba. De nuevo esa pregunta que parecía picarle las costillas cada segundo se apoderaba de su mente: «¿Ahora que hago?». Entendía los argumentos de Pía, lo que no entendía era la facilidad con la que se lo decía. ¿Quién tenía razón? ¿La amiga que quería asilo o la que no podía dárselo? —Creo que d
Llegaron a una pequeña casa en los suburbios, parecía demasiado para una mujer soltera y muy pequeña para una familia, pero suficiente para un par de nuevas amigas con sus propios problemas por resolver. —Mi casa es tu casa —dijo Jimena extendiendo sus manos como mostrándole de esa forma el interior—. No te cobraré renta, pero sería lindo que me ayudaras un poco con el desorden y las cuentas… —Eso tenlo por seguro… Dejaré la escuela y… —¡No! ¡¿Cómo crees?! ¿Qué estudias? —preguntó Jimena concentrando toda su atención en Sofía. —Estudio medicina… —Una muy buena profesión —respondió Jimena—. Encontraremos la forma, pero debes de seguir estudiando. —¿Hablas en serio? No creo poder aportar mucho si sigo en la escuela —dijo Sofía apenada y al mismo tiempo esperanzada. —Tal vez, pero cuando termines la escuela, ganarás mil veces más que cualquier trabajo que puedas conseguir sin estudios y entonces podrás pagar todo tú. Me gusta verlo como una inversión a futuro —añadió Jimena pens
—¿Sí? —preguntó Sofía, preocupada por lo que pudiera escuchar. —¿Sofía? ¿Ocupada? —preguntó gentilmente el doctor Bennet. —Hola, Tom. —Volteó hacia sus pequeños que la veían con esos ojos cargados de temor. Sabían que una llamada del tío Tom significaba que mamá iba a salir—. Estamos planeando una pijamada. —Te necesito para una cirugía. Accidente de automóvil. Varón, 28 años, lesión en columna en T12 y L1… —¿Ya lo revisaste? —No, yo también estaba en casa, el ECG me lo pasó la doctora de urgencias. ¿Paso por ti? Sofía echó un vistazo a la tropa esperando su presencia en la pijamada. Cuando vio las miradas tristes de sus cachorros se le rompió el corazón. Los pequeños se escondieron en los sillones, melancólicos y decaídos. —Bien… —dijo en un susurro. —Llego en 15 minutos —añadió Bennet antes de colgar. No era fácil ser doctora y mamá, no podía evitar pensar en todo ese tiempo que le dedicaba al hospital y que tendría que pertenecerles a sus hijos. No quería ser una madre a
Sofía pegó un brinco, soltando la mano de Adam y alejándose un par de pasos mientras la puerta volvía a abrirse, siendo Bennet quien entraba para verla con tristeza y miedo. Sabía que Adam la había dejado y estaba completamente seguro de que no podría surgir nada entre ellos después de lo ocurrido, aun así, tenía miedo de que ella todavía pensara en él y no pudiera ocupar su corazón con un nuevo amor. —¿Estás bien? —preguntó Bennet al verla tan alterada. —Necesito irme de aquí —dijo Sofía con los ojos llorosos y tan pálida como el paciente en la cama. Tom asintió y la invitó a salir de la habitación, dejando a Adam al cuidado de los enfermeros. Ѻ Esa noche Sofía llegó arrastrando los pies por el cansancio, pero también por la conmoción de haber vuelto a ver a Adam. Una parte de ella necesitaba verlo y que él la viera, quería demostrarle que nunca había necesitado su ayuda ni su dinero, que viera todo lo que había logrado sola, poder despertar admiración y arrepentimiento en el hom
—Con fisioterapia —intervino Bennet al notar que Sofía parecía a punto de desmayarse, con ese semblante pálido—. Hay ejercicios y procedimientos que estimulan el sistema nervioso y los músculos. Será un trabajo largo y arduo, pero puede asegurar que Adam vuelva a caminar en poco tiempo. —¿Eso es lo que harán? ¡¿Me entregarán un hijo paralítico y me darán un par de ejercicios esperando que funcione?! ¡¿Creen que nací ayer?! ¡No les creo! —De nuevo hizo acto de presencia la histeria de Isabella. —¡Eso es lo que espero! —gritó Sofía mezclando su dolor con la desesperación que le generaba esa señora—. ¡Que como su madre se avoque a ayudar a su hijo en su rehabilitación! ¿No puede? ¿No tiene tiempo? ¡Bueno! ¡Para eso tiene esposa! ¿No? —Tragó saliva y su corazón se rompió en dos. Fue el momento perfecto en el que se dio cuenta que la herida estaba fresca, casi recién hecha. Después de tantos años, seguía igual de fracturada. —Doctora, disculpe a mi esposa, es un poco… temperamental —
El señor Dupont se acercó a la puerta en el momento que vio entrar a Sofía. La recibió con educación y una sonrisa enorme. Era el único de la familia que tenía modales y un temperamento agradable. Era irónico que quien había hecho su mina de oro y elevado el nombre de la empresa, fuera el más modesto. —Por favor, doctora Sofía, por aquí —dijo Enzo señalando con su mano el camino. Una lucha encarnizada se llevaba dentro de la chica. Una Sofía quería correr y buscar con ansiedad a Adam para arrojarse a sus brazos y llorar amargamente mientras agradecía haberlo reencontrado, pero otra… una oscura y herida, la detenía sujetándola con saña, regañándola y haciéndole recordar todo el dolor que había vivido por su culpa. —Agradezco que hayas aceptado venir —añadió Enzo sacando a Sofía de sus pensamientos, pero esta no se dignó a contestar, no encontraba las palabras. Llegaron hasta la habitación de Adam y Enzo decidió detenerse antes de abrir la puerta. El tiempo que había pasado desde e