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La Doctora del CEO
La Doctora del CEO
Por: Sathara
1. Se acabó el cuento de hadas.

Sus dedos acariciaron con recelo el papel, jamás había visto un cheque en su vida y mucho menos con tantos ceros, la suma era tan grande que no sabía cómo se pronunciaba. Sofía levantó la mirada llorosa hacia la mujer que tenía delante. Se trataba de la madre de Adam, su novio, la señora Isabella, con esa belleza que no perdió durante su juventud, ahora adornada por finas arrugas, así como ropa elegante y ese perfume dulce tan característico. 

—Tanto tiempo has pasado al lado de mi hijo que se te ha olvidado tu verdadera naturaleza; permíteme que te la recuerde. —Se acomodó en su asiento del otro lado de la mesa y su mirada se volvió fría y hostil—. Eres pobre, corriente y toda una trepadora. Más clara no puedo ser. Tan solo mírate, ve como vistes, como hablas, como te comportas. Crees que eres espontánea y agradable, pero solo eres vulgar. Es como ver a un cerdo en el lodo; es gracioso, pero no quieres tocarlo.

—¿Perdón? —Sofía la interrumpió. La tristeza había sido reemplazada por coraje. 

—Sofía, Jamás tendrás el nivel suficiente para ser merecedora de alguien como mi Adam. Él nació en cuna de oro y su futuro es prometedor, pero no podrá alcanzarlo a tu lado, solo eres un lastre, una pesada carga que lo hunde. 

—Adam está estudiando para ser un gran médico… —dijo con la voz rota, tal cual estaba su corazón.

—Él tenía que enfocarse en prepararse para dirigir la empresa de la familia, no para estar jugando al doctor. Si lo hizo fue para complacerte a ti. 

—¡Miente! ¡Él quería estudiar! ¡Quería superarse! —exclamó Sofía apoyando ambas manos en la mesa.

—¿Superarse? Se te olvida que él no es como tú, no tiene que luchar por nada pues ya lo tiene todo. Y no, no miento, si estoy aquí es porque él no quiso venir y encararte. Sinceramente lo entiendo, ya no quiere ensuciarse más las manos contigo. 

—Adam y yo nos amamos…

—Adam ya se cansó de ti y del jueguito de andar con la chica pobre y sin futuro. A ti se te acabó el cuento de hadas, «Cenicienta ». Si creías que esta familia te iba a acoger y te volverías toda una mujer de sociedad, fingiendo tener clase, te equivocaste.

—Yo jamás esperé algo así. —Sofía quería tener más fuerza en los pulmones, gritar sus respuestas y no solo decirlas en un susurro débil y patético, pero estaba consciente que Isabella la estaba destrozando.

—Cariño, las mujeres oportunistas como tú, eso es lo que buscan. Un hombre que las saque de su patética miseria, pero ¿adivina qué? Adam no será ese hombre. Abrió los ojos y está consciente de tus artimañas de trepadora. 

—¡Se equivoca! ¡Yo nunca he aspirado a tener un lugar dentro de su familia! ¡Todo me lo he ganado con trabajo honrado! En estos cuatro años junto a su hijo nunca he aceptado un solo centavo para mi beneficio. —Se apoyó en la mesa con ambas manos para levantarse y aunque se veía más imponente que la mujer ante ella, esta no dejaba de verla retadoramente.

—Sofía, no arrugues el cheque pues es lo último que podrás sacar de esta familia y el banco no lo recibirá si está en malas condiciones.

Cada palabra taladró los oídos de Sofía. Cerró su mano, arrugando el cheque en su palma y apretó los dientes conteniendo el coraje mientras las lágrimas caían por sus mejillas.

—No lo quiero —las palabras salieron con dificultad de entre sus dientes—. Quiero hablar con Adam.

—No me importa que no quieras el dinero, no vas a hablar con él —respondió Isabella con actitud despreocupada, levantando los hombros y desviando la mirada hacia otro lado, haciendo sentir a Sofía pequeña e insignificante. 

—Adam nunca me haría algo así. Él me ama y sabe que nunca le haría daño ni lo usaría —dijo Sofía con un nudo en la garganta que la asfixiaba y le quitaba fuerza a sus palabras.

—Sofía, entiende… él no te ama, nunca te amó.

—¡Miente! —Volvió a gritar, esta vez con los ojos cerrados y las mandíbulas rígidas, apretando con más fuerza el cheque en su mano.

—Solo fuiste un entretenimiento. Es mi hijo, lo conozco mejor que tú y aunque no lo creas, me duele mucho tener que abrirte los ojos. Solo estuvo contigo mientras no tuvo responsabilidades que atender, pero ya se cansó, ya se aburrió y me pidió que viniera a hablar contigo a su nombre. Créeme, fue mejor, pues él no hubiera sido tan diplomático como lo soy yo contigo, ni siquiera te hubiera dado dinero, solo te hubiera humillado y se hubiera ido. 

—¡Eso no es cierto! ¡No voy a creerle! Si Adam quiere abandonarme, que venga él y lo haga. —Abrió sus ojos llorosos y se encontró con la mirada cargada de lástima de Isabella.

—Para ser una trepadora, tienes corazón. Es una tristeza que de nada te sirva. —Sacó de su bolsillo su chequera, dispuesta a entregarle un cheque nuevo. 

—No quiero su dinero…

—Lo necesitarás cuando te des cuenta de que no volverás a ver a Adam —respondió Isabella sin levantar la mirada hacia la chica destrozada delante de ella.

—Dije que no quiero su dinero —dijo Sofía tomando el cheque maltrecho y rompiéndolo en finos pedazos—. Buscaré a Adam y confirmaré que todo lo que dice es mentira. 

Salió de su asiento y recorrió la cafetería hasta la puerta, justo ahí volteó para ver a Isabella con odio mientras esta le sonreía con burla y mirada gélida.

—Aléjate de mi hijo, «muerta de hambre» —dijo en voz baja, casi en un susurro, pero gesticulando exageradamente para que Sofía pudiera leer sus labios.  

En cuanto Sofía atravesó la puerta, haciendo sonar la pequeña campana que cuelga del marco, Isabella se levantó de la mesa con esa elegancia que una mujer de su posición social presume. Dejó un par de billetes para solventar el cobro de dos cafés que no fueron consumidos y la limpieza de ese cheque hecho pedazos sobre la mesa, así como una propina más que sustanciosa.

El repiqueteo de sus tacones dejó a todos los espectadores de la pelea en silencio, siguiéndola con la mirada hasta que salió de esa cafetería donde la mayoría eran estudiantes de la facultad de medicina que quedaba enfrente. 

Isabella se puso sus lentes de sol mientras veía por el horizonte a Sofía corriendo con zancadas largas de regreso a la escuela, de seguro creyendo que encontraría a Adam. La idea la hizo sonreír. 

Se le acercó un hombre trajeado, con gorra y guantes, era el chofer de Isabella dispuesto a acompañarla al auto. 

—Necesito regresar cuanto antes a casa, tengo que hablar con mi hijo —dijo Isabella desviando la mirada hacia su chofer y dedicándole una sonrisa escueta, pero que aparentaba felicidad.

—De inmediato, señora.

Ѻ

Sofía corrió por los pasillos, se levantó sobre la punta de sus pies para ver por encima del conglomerado de alumnos, buscando con ansias los cabellos negros de Adam, pero no lo encontró. Corrió hacia el salón donde debería de estar terminando la clase de anatomía. Cuando la mayoría de los alumnos habían salido, Sofía entró paseando la mirada en cada asiento.

—¿Sofía? ¿Qué ocurre? —preguntó el doctor Bennet, maestro de la clase.

—Doctor, buenos días. ¿Está Adam? 

—¿Adam? ¿Tú novio? —Se acercó con curiosidad.

El doctor Bennet era un joven prodigio, un hombre que apenas había alcanzado los 30 años y ya tenía una especialidad en neurocirugía. Trabajaba en un hospital muy prestigioso y al mismo tiempo daba clases en la facultad. 

—No, la verdad es que no llegó a clase. ¿Todo bien? —preguntó preocupado, colocando su mano en el hombro de Sofía, intentando contener su histeria.

Sofía bajó la mirada hacia su teléfono y volvió a marcar una vez más el número de Adam sin que este contestara. No había dejado de intentarlo desde que dejó a Isabella en la cafetería, y con cada llamada perdida, se acercaba un paso más a creer en las palabras que le había dicho. 

—No, no puede ser cierto —dijo Sofía apoyando sus manos sobre sus rodillas y sintiendo que el aire que inhalaba no era suficiente.

—¿Qué ocurre? —preguntó Bennet preocupado. Jamás la había visto de esa forma—. ¿Pasa algo con Adam? 

La pregunta hizo que Sofía se soltara a llorar desconsoladamente, cubriendo su rostro con ambas manos mientras se dejaba consumir por el dolor. ¿No le había dicho Adam que su amor sería eterno? ¿No le había creído cuando le prometió matrimonio?

Un par de noches antes, después de entregarse a la pasión y amor que siempre se profesaban entre las sábanas, con infinito cariño, Adam había atado un cordón de algodón al dedo anular de Sofía. «¿Qué se supone que haces?» había preguntado ella con una sonrisa nerviosa y el corazón rebosante de alegría. «Tal vez no es la forma, debería de haber fuegos artificiales, champagne en copas finas y un anillo con un diamante que se viera de aquí a la esquina, pero esto es lo que tengo de momento: sábanas de seda, la promesa de que mi amor por ti no tiene final y un cordón de algodón para pedirte que seas mi esposa, prometo que el anillo real vendrá después».

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