Bennet no se inmutó con la presencia de Jimena en su auto, mantenía un rostro frío, pero también cargado de dolor.
—Buenos días, Tom —saludó Jimena al ver que él no pensaba abrir la boca.
—¿Está Sofía en casa? —preguntó con voz oxidada.
—No… ¿No debería de estar contigo? —Jimena se asomó al asiento trasero como si ahí pudiera esconderse su amiga.
La pregunta era dolorosa y muy realista. ¿En verdad valía la pena hacer lo que los demás esperan sacrificando tu propia felicidad? Bajo ningún estrato económico, social, cultural ni racial, debería de estar permitido darle importancia a la opinión de los demás y menos si solo busca lastimar o juzgar con crueldad. Enzo lo había aprendido muy tarde.—¿Te arrepientes? —preguntó Adam sintiendo que las lágrimas se le juntaban en los ojos y la garganta se le volvía un nudo doloroso. Era como hablar con su propia versión del futuro.—Sí, me arrepiento —respondió melancólico, sintiendo el ardor de la decepción palpitando en su pecho—. Pude criarte como mi hijo y tener a la mujer que amaba a mi lado. Una cosa no estaba peleada con la otra, pero la presión de mis padres, de Isabella, pensar que ya había perdido
—No eres la misma niñita que salió de mi casa sosteniendo una maleta llena de dinero, se te nota en los ojos, pero… aún hay algo de esa vieja tú… ¡Anda! ¿Cuánto quieres? —dijo Isabella segura de que todos tienen un precio.—Lo siento, señora Isabella…Cuando Eugenia estaba dispuesta a dar media vuelta, Isabella la tomó del brazo. No estaba dispuesta a ser ignorada por alguien a quien consideraba inferior. De un jalón atrajo a Eugenia hacia ella, quien tuvo que soltar las rosas y agarrarse de la barda para no terminar del otro lado.
—¿Estás enojada? —preguntó Eugenia después de confesarse y explicar lo ocurrido hace cinco años, por lo menos lo que ella recordaba.—No, enojada no… Estoy… furiosa, me siento herida, me siento… iracunda. —Sofía no encontraba la palabra correcta para descifrar su sentir y las lágrimas corrían por sus mejillas.—Sé que tuve que decírtelo antes y entiendo que estés enojada conmigo —dijo Eugenia agachando la cabeza y retrocediendo mientras sus dedos se enroscaban en el borde de su blusa.—¿Qué? ¡No! ¡No estoy enojada contigo! —exclamó Sofía limpiándose las lágrimas y acercándose a Eugenia, con temor de que fuera a desaparecer de pronto. No quería hacerla sentir mal—. Mi molestia no es hacia ti, es hacia la vieja bruja de Isabella.—Pero
—¿Crees que esto fue un accidente? —dijo Adam alejándose de la mesa para que Isabella pudiera verlo por completo—. Solo fue un intento de acabar con mi dolor, con mi miseria. No sabes cuanto sufría al salir del trabajo y llegar aquí, sentarme en la cama y ver el anillo de compromiso que le compré a Sofía. Le pedía todas las noches, como si fuera una estrella fugaz, que la mujer a la que tanto amé estuviera aquí, a mi lado, pero al despertar, volvía a ver a Pía, luciendo un vestido nuevo, colgándose joyas o pidiéndome dinero. Me cansé…—Mi amor… —Isabella se quiso acercar a Adam, pero este retrocedió, herido. Si su madre no se había dado cuenta del sufrimiento que vivía, no era el momento para arrepentirse, por lo menos para él ya era muy tarde.—Odié estos cuatro años sin ella
Sofía apretó los dientes y en cuanto sintió como la primera lágrima caía por su mejilla, dio media vuelta y salió del lugar. Sabía que si abría la boca comenzaría a llorar frente a ellos y no estaba dispuesta a permitirlo.Los pasillos por los que había corrido ahora los caminaba con el corazón partido. No había un lugar que representara un refugio para ella en ese hospital y no sabía dónde llorar su dolor. De pronto se descubrió llegando al estacionamiento vacío y oscuro, como su corazón, y lloró amargamente.—Doctora Duran… —Era Enzo que la había seguido, sintiendo lástima por ella, entendiendo a la perfección su dolor. Sofía se limpió los ojos y le dedicó su mejor sonrisa, queriendo aparentar que no ocurría nada. No le gustaba mostrarse vulnerable.—Señor Dupont, supongo que esto es un adiós —dijo extendiendo su mano. —Adam será el será el único que partirá a Francia, como CEO tiene que arreglar algunas cosas de manera presencial…—Bueno, aun así, no significa que nos volveremos
—Lo siento, yo… quería demostrar que… no… sientes lo que crees que sientes por Sofia y… —Jimena entendía que estaba en un gran aprieto, no podía levantar la mirada hacia Bennet—. Es gracioso, ¿sabes? Creo que lo logré demostrar, pero no fue la forma.Las mejillas sonrojadas de Jimena se volvían cada vez más tentadoras para Bennet, la fría noche se había vuelto cálida y aunque le costara admitirlo, ni siquiera con Sofia entre sus brazos se había sentido de esa forma, tan ansioso. Ignorando cada palabra que salía de la boca de Jimena, Bennet la tomó por la cintura y la atrajo a su cuerpo, pegándola a él, sintiendo su calor. Sus labios volvieron a buscar los de Jimena, tomándola por sorpresa. Ella no supo cómo reaccionar, sus brazos colgaban perezosos mientras que los de Bennet la estrechaban con firmeza y su boca devoraba la suya. Se dejó llevar por el sabor de su saliva, se entregó a la boca de Bennet y cerro sus ojos. El temor a que la descubrieran la abandonó y sus manos se enredar
Cuando el abrazo se disolvió, Sofía pudo sonreír con más tranquilidad. Limpió sus ojos con el dorso de su mano y le ofreció una sonrisa más relajada a Enzo que parecía conforme al verla tranquila. —Niños… ¿Quieren ir a los juegos? —preguntó Enzo regocijándose con la emoción de los mellizos.—¡Sí! —respondieron al unísono al mismo tiempo que Sofía tomó la caja de galletas y la volvió a cerrar.—Desde aquí los veo —dijo Sofía sentándose en la banca mientras los pequeños se levantaban de un brinco.—¿No quieres ir con nosotros? —preguntó Clara con tristeza, extendiendo su mano hacia su mamá, con el remordimiento de disfrutar mientras la veía triste.—¡Sí! ¡Vamos a los columpios! —exclamó Ezio con emoción, dando brinquitos hacia Sofía—. Te gustan los columpios —añadió con un semblante triste y cabizbajo, pero una luz de esperanza en sus ojos. —Anda, Sofía… prometo empujarte en la resbaladilla o ayudarte en el pasamanos —dijo Enzo estirando su mano enguantada hacia ella, dedicándole una
—¿Estás seguro? —preguntó Isabella divertida, apoyada sobre sus antebrazos y con la mirada clavada en Arturo—. ¿Le dirás a Enzo que te revolcaste conmigo en vísperas de nuestra boda? ¿Le dirás que sabías que Adam era tuyo y dejaste que renunciara al amor de esa mediocre y se casara conmigo por el bebé? —Isabella se levantó lentamente, disfrutando de la incertidumbre que inyectaba directo en el corazón de Arturo—. Por cierto, ¿Cómo se encuentran tu esposa y tus hijos? Ya deben de estar muy grandes… ¿Qué edad tienen? Arturo apretó las mandíbulas, sabiendo que Isabella tenía el control de la situación. Tal vez ella perdería las comodidades que Enzo le preveía, pero al separarse, se quedaría con suficiente dinero para vivir bien el resto de sus días. A ella no le importaba perder a su esposo o a su hijo, con que su estilo de vida no se viera afectado era más que suficiente, pero Arturo perdería más, perdería a su mejor amigo, perdería a su hijo no reconocido, su trabajo y