Ante él se desplegaba una azotea convertida en una maravilla, donde incluso había un par árboles de limón y diferentes hortalizas, flores en maceteros, tres tumbonas alrededor de un jacuzzi que había tenido mejores épocas y un sofá largo, con una pequeña mesa de madera desvencijada justo frente a una baranda metálica que rodeaba el perímetro. Franco se movió hasta el sofá para admirar la vista de la ciudad. A lo lejos, se divisaba la zona comercial y el tránsito ininterrumpido de un habitual viernes por la noche.—¿Quieres beber algo? —preguntó ella moviendo varias cajas de madera. Él se puso de pie para ayudar, pero ella negó con la cabeza y Franco volvió a tomar asiento. Livia abrió un minibar antiguo, pero parecía funcionar y sacó varias latas de cervezas. Le ofreció una y ella se quedó con tres.—Gracias —dijo él recibiendo la bebida y mirando de reojo cómo Livia se sentaba sobre una de sus piernas y flexionaba la otra. Con ello obtuvo respuesta a su duda, llevaba un pantalón co
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