Livia se sentía fuera de lugar en su propio territorio, era algo muy desagradable que se convertía minuto a minuto en malestar físico, ahí, justo en la boca del estómago. Y ahora estaba arrepentida por haberle indicado a Franco la dirección de uno de sus refugios y menos, cuando iban acompañados de una mujer extraña, que actuaba como una carabina entrometida de siglos atrás. La mirada intensa de la famosa tía Viv, como le llamaba con cariño su jefe, la ponía nerviosa. No solía establecer relaciones cercanas con muchas personas, de hecho, las evitaba. Los que formaban parte de su vida era porque habían llegado a ella de manera incidental, y aunque no se arrepentía de considerarlos como tal, era sincera al reconocer que no era ella la parte más interesada en iniciar el vínculo.—Háblame de tu familia —dijo la anciana, mientras le sujetaba la mano y miraba con demasiada cautela a su alrededor. Como si el decorado oriental fuese a cobrar vida para envolverla y enterrarla bajo la alfombr
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