LiviaVer a su madre en el bufete no la sorprendió, lo que sí lo hizo fue notar la familiaridad con la que el abogado de su padre sonreía en su dirección y que a ella no parecía serle indiferente. Recordó con amargura que no era la primera vez que su madre actuaba así. Ella también lo hizo más de una vez y tuvo que fingir en todas ellas estar interesada en algún chico para obtener información que pudiese serle útil a su padre.Y es que gracias a ellas y sus propias argucias, Gilberto Ávalos tuvo momentos memorables en los negocios y en beneficio de muchas familias de su círculo social por muchos años. Livia no podría negar que por él vivió entre algodones por mucho tiempo, hasta que cometió el error de confrontarlo cuando este le exigió que enamorara a Efraín García. Lo que ninguno de ellos dos sabían era que la familia Villanegra también iba tras la fortuna de los García y, que Alberto fue el ganador al obtener la mano de la hija menor. Livia recordaba muy poco a Andrea; una chiqui
La última vez que supo de su abuela Adelle, estaba recorriendo el mundo en un crucero desde hacía meses. Según ella lo había tomado por sugerencia de su médico de cabecera para olvidar los altos niveles de estrés y la horrible vida que había vivido junto a su esposo, quien en realidad fue un amor y se desvivió siempre por ella.—¿Qué haces aquí? —preguntó contrariada. —Catalina, esta niña es tan maleducada como tú —respondió la anciana sin moverse de su sitio, negando con la cabeza y oscilando los ojos mientras ella avanzaba sonriendo en su dirección—. ¿Esa es la forma de saludar a tu abuela?—Lo siento —respondió Livia, abochornada, pero sin detenerse. Su abuela siempre la hacía sentir así cuando actuaba por impulso, como si no hubiese crecido, como si continuara siendo la niña que ella cuidaba cuando sus padres se iban de vacaciones solos, sin ella. La risa de la anciana la contagió cuando la rodeó con ambos brazos y se fundieron en un fuerte abrazo que hizo reír a ambas y que in
FrancoEl amanecer no lo tomó por sorpresa, sino todo lo contrario. Esperaba con ansias que el día despuntara de una vez para conocer todo lo que deparaba, después de la horrible noche que había pasado a solas. Elías no lo había llamado y su teléfono lo envió al buzón desde muy tempranas horas de la noche. Pudo haber ido al hospital y corroborar la versión de Livia, pero si se presentaba, podía poner en riesgo su plan y no era lo que necesitaba en ese momento. Se miró al espejo para acomodar su corbata con rombos azules que su tía Viviana les obsequió a él y a su padre la última navidad que estuvieron juntos y suspiró antes de salir de su casa.El conductor le entregó el periódico antes de abordar el auto como cada mañana y sonrió al leer el titular que le abría paso a una fotografía suya hablando con Livia fuera del restaurante marroquí. Llegaron al edificio en menos de cuarenta minutos, pero él no dejaba de revisar su móvil para verificar la fluctuación de las acciones de la corpo
FrancoEl vecindario no era el mejor, pero no podía decir que era malo. Subió después de escuchar el timbre que le permitía hacerlo y la modelo de hacía unos días le abrió la puerta del diminuto apartamento. —Está por salir, ¿quieres tomar algo mientras tanto? —Le preguntó al señalarle un asiento. —No, estoy bien. ¿Sabes cómo sigue su padre?—Ella no habla mucho del tema, pero está muy mal. Lo tienen con un respirador —susurró sentándose en una silla frente a él—. Franco, sé que no nos conocemos, pero te advierto que si le haces daño a Liv…—Estoy lista. Disculpa el retraso —dijo Livia saliendo de un pequeño pasillo al lado de ellos. Franco se puso de pie, pero le llamó la atención el cambio abrupto de la dulce rubia. Se veía realmente enfadada antes de que su amiga apareciese. —No hay problema. Sé que no es apropiado, pero te ves preciosa —dijo mirándola de pies a cabeza. Lucía un vestido sencillo color negro, pero destacaba su estilo con unos tacones altísimos que le estilizaban
Toda su vida había evitado asistir a lugares como esos. Inventaba haber enfermado, tener viajes impostergables o cualquier pretexto que le evitara presentarse. No era que no soportara ver a un muerto, eran los vivos lo que le crispaba los nervios. Desde niña odió ver a las personas gritar o llorar en plena exageración de su dolor y peor aún, hablar del difunto como si hubiese sido un ser perfecto. Tuvo la desgracia de toparse de frente con la supuesta viuda, que disimulaba una mirada traviesa con otro de los viejos acaudalados de su círculo, como si nadie supiera que había vivido con él de viaje en viaje por el mundo entero, gastando lo poco que les quedaba a los García y que ahora, ocupaba el sitio de la amante de turno de ese señor. El que le mencionara a su madre con tanta familiaridad, en lugar de tranquilizarla, la irritó más. Fueron amigas íntimas por mucho tiempo. Claro, hasta que los García cayeron en desgracia. En su momento, ambas frecuentaban los mismos antros a escondi
Livia se percató de que no iban hacia el hospital cuando el auto tomó el siguiente paso a desnivel.—Franco, debo ir con mi padre —aclaró en voz baja. Quizá los regaños de su madre sobre su comportamiento llegaban tarde a su cabeza, pero algo de todo lo que solía repetir había hecho mella, sobre todo, el que jamás debía discutir abiertamente con un hombre de su posición frente a sus empleados, porque le restaría autoridad, aunque después en privado siguiera cada uno de sus deseos a pies juntillas. —Tenemos un asunto que solucionar entre tú y yo —respondió él sin mirarla. Su centro se humedeció de inmediato. Cómo era posible que con una frase tan escueta como esa, ella se imaginara todo un arsenal de juguetes sexuales a su disposición empotrados en una pared, con Franco delante, mostrándose en todo su esplendor.Entraron a una urbanización que ella conocía demasiado bien. Era la misma en la que vivía su familia y eso le provocó un nudo en el estómago. Qué era lo que tramaba ese rubi
Franco se sintió acalorado al notar que los ojos azules de Livia se oscurecieron y se dilataron con aquella frase. Deseó haber estado en otro lugar para llevar a cabo todo lo que su cabeza había recreado al estar a solas, pero no tenía tiempo. Debía hacerle entender hasta dónde llegaban las dimensiones del trato con el Diablo al que parecía estar pensando en acceder. Si era sincero, lo primero que le dictaba su instinto era convencerla para que se alejara lo más pronto posible de todo lo que estaba a punto de suceder. Pero la necesidad de venganza que llevaba a cuestas era demasiado poderosa como para liberarla sin más.No estaba seguro de que Livia supiera hasta dónde llegaba la influencia de los Ávalos en los negocios clandestinos que llevaban, pero ya era hora de que lo hiciera. Si la careta de Gilberto seguía puesta, sería muy satisfactorio saborear el rostro descompuesto de su hija al enterarse.—Esa no es una razón suficiente —respondió ella después de aclararse la garganta y a
El auto se detuvo en el estacionamiento subterráneo y dos hombres con máscaras oscuras ya lo esperaban, resguardando la entrada al club. Franco palpó su arma con sigilo mientras veía a los guardias abrir las puertas metálicas. La música estridente le dio la bienvenida y una rubia despampanante lo esperaba a medio pasillo con una copa en la mano. Él la ignoró. No estaba allí por diversión. La mujer lo miró con cautela. Era su preferida, aunque ahora ya no la encontraba tan atractiva como semanas atrás. Deslizó su mirada por su piel descubierta y se dio cuenta de lo estúpido que era al imaginarse sobre esa piel clara los tatuajes que le pertenecían a Livia. Suspiró ofuscado, necesitaba aliviar toda la opresión que esa mujer le provocaba, con urgencia. Siguió a la rubia que se contoneaba cada vez más al sentir su mirada sobre su cuerpo y abrió la puerta de la oficina para él, donde tres de sus hombres se pusieron de pie al verlo entrar. —Que te avisen cuando termine —le dijo cerca d