Toda su vida había evitado asistir a lugares como esos. Inventaba haber enfermado, tener viajes impostergables o cualquier pretexto que le evitara presentarse. No era que no soportara ver a un muerto, eran los vivos lo que le crispaba los nervios. Desde niña odió ver a las personas gritar o llorar en plena exageración de su dolor y peor aún, hablar del difunto como si hubiese sido un ser perfecto. Tuvo la desgracia de toparse de frente con la supuesta viuda, que disimulaba una mirada traviesa con otro de los viejos acaudalados de su círculo, como si nadie supiera que había vivido con él de viaje en viaje por el mundo entero, gastando lo poco que les quedaba a los García y que ahora, ocupaba el sitio de la amante de turno de ese señor. El que le mencionara a su madre con tanta familiaridad, en lugar de tranquilizarla, la irritó más. Fueron amigas íntimas por mucho tiempo. Claro, hasta que los García cayeron en desgracia. En su momento, ambas frecuentaban los mismos antros a escondi
Livia se percató de que no iban hacia el hospital cuando el auto tomó el siguiente paso a desnivel.—Franco, debo ir con mi padre —aclaró en voz baja. Quizá los regaños de su madre sobre su comportamiento llegaban tarde a su cabeza, pero algo de todo lo que solía repetir había hecho mella, sobre todo, el que jamás debía discutir abiertamente con un hombre de su posición frente a sus empleados, porque le restaría autoridad, aunque después en privado siguiera cada uno de sus deseos a pies juntillas. —Tenemos un asunto que solucionar entre tú y yo —respondió él sin mirarla. Su centro se humedeció de inmediato. Cómo era posible que con una frase tan escueta como esa, ella se imaginara todo un arsenal de juguetes sexuales a su disposición empotrados en una pared, con Franco delante, mostrándose en todo su esplendor.Entraron a una urbanización que ella conocía demasiado bien. Era la misma en la que vivía su familia y eso le provocó un nudo en el estómago. Qué era lo que tramaba ese rubi
Franco se sintió acalorado al notar que los ojos azules de Livia se oscurecieron y se dilataron con aquella frase. Deseó haber estado en otro lugar para llevar a cabo todo lo que su cabeza había recreado al estar a solas, pero no tenía tiempo. Debía hacerle entender hasta dónde llegaban las dimensiones del trato con el Diablo al que parecía estar pensando en acceder. Si era sincero, lo primero que le dictaba su instinto era convencerla para que se alejara lo más pronto posible de todo lo que estaba a punto de suceder. Pero la necesidad de venganza que llevaba a cuestas era demasiado poderosa como para liberarla sin más.No estaba seguro de que Livia supiera hasta dónde llegaba la influencia de los Ávalos en los negocios clandestinos que llevaban, pero ya era hora de que lo hiciera. Si la careta de Gilberto seguía puesta, sería muy satisfactorio saborear el rostro descompuesto de su hija al enterarse.—Esa no es una razón suficiente —respondió ella después de aclararse la garganta y a
El auto se detuvo en el estacionamiento subterráneo y dos hombres con máscaras oscuras ya lo esperaban, resguardando la entrada al club. Franco palpó su arma con sigilo mientras veía a los guardias abrir las puertas metálicas. La música estridente le dio la bienvenida y una rubia despampanante lo esperaba a medio pasillo con una copa en la mano. Él la ignoró. No estaba allí por diversión. La mujer lo miró con cautela. Era su preferida, aunque ahora ya no la encontraba tan atractiva como semanas atrás. Deslizó su mirada por su piel descubierta y se dio cuenta de lo estúpido que era al imaginarse sobre esa piel clara los tatuajes que le pertenecían a Livia. Suspiró ofuscado, necesitaba aliviar toda la opresión que esa mujer le provocaba, con urgencia. Siguió a la rubia que se contoneaba cada vez más al sentir su mirada sobre su cuerpo y abrió la puerta de la oficina para él, donde tres de sus hombres se pusieron de pie al verlo entrar. —Que te avisen cuando termine —le dijo cerca d
La cortina celeste ondeó con suavidad sobre la piel de la modelo, su expresión era sensual, de pleno éxtasis, como si la acariciara un amante y le susurrara al oído todo lo que aún les faltaba por experimentar. Elías sonrió en su dirección y Livia no pudo evitar sentir admiración por la composición que habían logrado. La portada para la propuesta estaba lista.Era un equipo talentoso que se movía bajo una sinergia que ella nunca había experimentado. Era como si se leyeran el pensamiento unos a otros y cuando no concordaban sobre un tema, surgía algo mucho mejor de lo que se había planeado. Livia se dio cuenta que eso era lo que había buscado por tantos años. Amaba trabajar sola, pero cuando tuvo la oportunidad de hacerlo con otros se sentía fuera de lugar. Ahora todo era distinto, fluía con naturalidad y el trabajo de cada uno se complementaba de una forma casi mágica con el resto. Era palpable cuanto amaban lo que hacían y eso le encantaba cual canto de sirenas. No había observado í
Livia detuvo un taxi al llegar a la calle y en pocos minutos estaba frente a la puerta de la casa de su amiga, mirando las vetas de madera envejecida sin atreverse a tocar. No estaba de ánimo para conversar y mucho menos para hacer confesiones, así que le dio la espalda a la puerta dispuesta a salir de allí. Pensó en que quizá un bar podía ser lo que necesitaba en realidad, pero la puerta se abrió de pronto y Clara la miró con recelo por un momento.—¿Llegaste hace mucho? —preguntó a su amiga sujetándola de la mano y arrastrándola hacia las gradas del siguiente piso que estaba a pocos metros de su puerta. Livia negó—. Tu jefe llamó…, Baumann —aclaró como si fuese necesario. Su sonrisa fue breve, pero sabía que debía darle algo a cambio si no la quería en modo mamá impertinente.—Regresó de viaje y llevo el teléfono apagado —mintió. La verdad era que había sentido la vibración, pero no tenía la fuerza para ver ni siquiera quién era. Estuvo casi segura de que era Elías y esa fue la ve
Franco no olvidaría ese día con facilidad, ni siquiera estaba seguro de que todo lo que había vivido en el transcurso del mismo fuese del todo real. Eran las extrañas sensaciones que aún pululaban dentro de su pecho lo único que lo convencía de que no era producto de su retorcida imaginación.El cargamento que encontró en Holanda se encontraba en un estado tan deplorable que estuvo a punto de hacer desaparecer a cada uno de los miembros del grupo que lo había desafiado. No se iba a quejar por el pago que recibió como retribución y mucho menos del acuerdo por dejar a cada uno de los chicos en el estado con el que llegaron inicialmente a sus manos, pero las vidas que cobró por ello eran parte del juego para no perder el respeto. Esos muchachos no habían sido atrapados como esclavos sexuales, habían sido reclutados como empleados de una red gigantesca, que, aunque se movía entre sombras, no podía darse el lujo de una denuncia por maltrato debido al tipo de clientes exclusivos que sosten
Ante él se desplegaba una azotea convertida en una maravilla, donde incluso había un par árboles de limón y diferentes hortalizas, flores en maceteros, tres tumbonas alrededor de un jacuzzi que había tenido mejores épocas y un sofá largo, con una pequeña mesa de madera desvencijada justo frente a una baranda metálica que rodeaba el perímetro. Franco se movió hasta el sofá para admirar la vista de la ciudad. A lo lejos, se divisaba la zona comercial y el tránsito ininterrumpido de un habitual viernes por la noche.—¿Quieres beber algo? —preguntó ella moviendo varias cajas de madera. Él se puso de pie para ayudar, pero ella negó con la cabeza y Franco volvió a tomar asiento. Livia abrió un minibar antiguo, pero parecía funcionar y sacó varias latas de cervezas. Le ofreció una y ella se quedó con tres.—Gracias —dijo él recibiendo la bebida y mirando de reojo cómo Livia se sentaba sobre una de sus piernas y flexionaba la otra. Con ello obtuvo respuesta a su duda, llevaba un pantalón co