Franco no olvidaría ese día con facilidad, ni siquiera estaba seguro de que todo lo que había vivido en el transcurso del mismo fuese del todo real. Eran las extrañas sensaciones que aún pululaban dentro de su pecho lo único que lo convencía de que no era producto de su retorcida imaginación.El cargamento que encontró en Holanda se encontraba en un estado tan deplorable que estuvo a punto de hacer desaparecer a cada uno de los miembros del grupo que lo había desafiado. No se iba a quejar por el pago que recibió como retribución y mucho menos del acuerdo por dejar a cada uno de los chicos en el estado con el que llegaron inicialmente a sus manos, pero las vidas que cobró por ello eran parte del juego para no perder el respeto. Esos muchachos no habían sido atrapados como esclavos sexuales, habían sido reclutados como empleados de una red gigantesca, que, aunque se movía entre sombras, no podía darse el lujo de una denuncia por maltrato debido al tipo de clientes exclusivos que sosten
Ante él se desplegaba una azotea convertida en una maravilla, donde incluso había un par árboles de limón y diferentes hortalizas, flores en maceteros, tres tumbonas alrededor de un jacuzzi que había tenido mejores épocas y un sofá largo, con una pequeña mesa de madera desvencijada justo frente a una baranda metálica que rodeaba el perímetro. Franco se movió hasta el sofá para admirar la vista de la ciudad. A lo lejos, se divisaba la zona comercial y el tránsito ininterrumpido de un habitual viernes por la noche.—¿Quieres beber algo? —preguntó ella moviendo varias cajas de madera. Él se puso de pie para ayudar, pero ella negó con la cabeza y Franco volvió a tomar asiento. Livia abrió un minibar antiguo, pero parecía funcionar y sacó varias latas de cervezas. Le ofreció una y ella se quedó con tres.—Gracias —dijo él recibiendo la bebida y mirando de reojo cómo Livia se sentaba sobre una de sus piernas y flexionaba la otra. Con ello obtuvo respuesta a su duda, llevaba un pantalón co
El amanecer solía traer consigo escenarios que a Livia le encantaba fotografiar. Su alma se calmaba cuando captaba esos colores que parecían creados solo para su deleite. Abrió los ojos y parpadeó un par de veces, tuvo que sonreír al notar al sol que tímidamente salía por el este de la ciudad que parecía invitarla a esa cita que solían tener cada tanto. Escuchó el golpeteo del corazón acompasado de Franco bajo su cuerpo y se distrajo con la tibieza de los músculos firmes que la rodeaban. Pensó en ir por café para ambos, pero no estaba segura de la posición en que la dejaría el hacerlo. No eran una pareja, aunque él hubiese usado esa línea con ella horas atrás.Recordar que fue por ella que terminaron teniendo sexo la hizo suspirar con desgana y el movimiento de su cuerpo causó que Franco la abrazara con posesividad.Un dedo le golpeó la cabeza con insistencia y eso la hizo girar y voltear hacia arriba. Clara le hizo señas para que se levantara y aunque eran amigas de muchos años, no
A regañadientes tuvo que entregarle el teléfono de Livia a Patricia. Sus planes de desayunar con ella y hablar con Elías se desmoronaron en el momento en que su secretaria le daba el mensaje de su tía, convocándolos a una reunión extraordinaria de accionistas. Ni siquiera habían tenido tiempo de ultimar los detalles de sus respectivas propuestas y eso lo puso de peor humor. No le gustaba que ella se impusiera de esa forma. Estaba muy consciente de que fue ella quien dio la cara cuando él decidió irse del país y también sabía que había actuado como un niño consentido, al negarse volver cuando se lo pidió, pero desde que decidió asumir su lugar con todas sus consecuencias, ella le había dado luz verde para manejar los negocios según su criterio. No entendía por qué había empezado a actuar a sus espaldas.Entró a la sala de juntas sin saludar y le irritó sobremanera la sonrisa burlona que se le dibujó a la anciana en los labios cuando lo miró. La tía Viviana había sido una mujer dura al
La música se escuchaba embotada desde el lugar donde estaban. Su madre le acariciaba el cabello con esa delicadeza tan suya que lo hacía relajarse y que solo las manos de Livia habían logrado reproducir el mismo efecto sobre él.—Háblame de ella —le pidió en tono divertido.—No, aún no tenemos nada en concreto —dijo sin abrir los ojos, pero con una sonrisa pugnando por salir de sus labios—. Mejor dime cómo te sientes. —Franco, no. No quiero hablar de mí. Siempre estas angustiándote y eso me hace infeliz. —Mamá… sabes que no puedo venir tanto como quisiera. El que no respondas mis llamadas me preocupa —dijo sincero. Esta vez abrió los ojos y le dio un beso sobre las heridas de las muñecas que ya empezaban a sanar. Las costras de las rodillas ya estaban mejor, pero en su rostro seguían los vestigios del impacto de la caída.—El día que saliste de esta casa, ¿qué me prometiste?—Que viviría mi vida —recordó él con un nudo en la garganta. Se aflojó el corbatín para poder respirar mejor
Livia se concentró en sentir la tibieza de su lengua y se olvidó un poco de la advertencia que le había hecho la tía abuela de Franco. Saboreó sus labios y se atrevió a morder uno justo antes de que él se alejara riendo. Ella le acarició la entrepierna con disimulo y él saltó hacia atrás sorprendido, pero sin borrar la sonrisa ladina que lo acompañaba cuando la miraba. Le causaba gracia que siendo un hombre tan apasionado le fuese posible turbarlo con tanta facilidad.—¿Cómo llegaste aquí? —preguntó al mismo tiempo en el que se estacionó un autobús de lujo al inicio del camino que llevaba a la salida de la carretera.—Clara nos trajo en su Van, aunque tu tía envió por nosotros.—No, yo envié un auto por ustedes —dijo confuso, mirando hacia el interior de donde se desarrollaba la fiesta—. En fin, deben dejar las llaves con George. Nadie conduce en esta fiesta.—¿Por qué? —Sus amigas habían llegado a su lado junto a tres hombres que no había visto antes, pero reconoció a Efraín al lado
Otra chica uniformada como la del autobús dejó una pila de mullidas toallas sobre la mesa del centro y todos tomaron la suya para secarse. Livia se dio cuenta que esa casa no tenía ningún detalle personal, parecía deshabitada y eso podía implicar un enorme problema si Franco había decidido cambiar de lugar los documentos que necesitaba.—Si quieren beber no habrá problema, pero con la comida tendremos que esperar a que pase la tormenta. Se suponía que los demás se encargarían, pero… —Efraín lo dijo mostrando una botella de whisky en cada mano. —No hay problema, podemos preparar algo —dijo Abril solícita, ocasionando que los demás estallaran en risas. —Claro, te ayudo —Franco se ofreció sin mirarlos y eso los silenció. Livia mentiría si no admitiera que eso le calentó el pecho con agradecimiento por haber apoyado a su amiga. —Será mejor que vayas tú. —Clara la empujó, pero ella negó repetidas veces—. No importa si solo es para que le pongas aderezo a los panes —se burló. Las tres c
Confirmar sus sospechas frente a sus amigos no fue tan humillante como creyó, y verla palidecer ante su descubrimiento tampoco le brindó la satisfacción que esperaba. Así que sopesó sus opciones, a sabiendas de que las implicaciones de las mismas podían ofrecerle lo que quería de Livia más pronto de lo que deseaba, e hizo lo que nadie podría imaginar en una situación como esa.Sonrió de esa forma que desde su adolescencia había practicado frente al espejo y se acercó despacio al círculo formado por los que fueron sus mejores amigos por tantos años. Se colocó de cuclillas frente a una Livia desencajada mientras a su alrededor escuchó justo lo que necesitaba:—¡Eso, Franco! —Marion la pelirroja se reía al lado de su objetivo y se daba aire con la mano—. ¡Ay, mi madre!, le dan pan a quien no tiene dientes. —¡Enséñale! —gritó Marco desde la puerta acristalada que daba al patio. Ahora solo vestía un pantalón de chándal pues el resto de su ropa yacía empapada en un rincón y había rechazado