El Abaddon

El auto se detuvo en el estacionamiento subterráneo y dos hombres con máscaras oscuras ya lo esperaban, resguardando la entrada al club. Franco palpó su arma con sigilo mientras veía a los guardias abrir las puertas metálicas.

La música estridente le dio la bienvenida y una rubia despampanante lo esperaba a medio pasillo con una copa en la mano.

Él la ignoró. No estaba allí por diversión.

La mujer lo miró con cautela. Era su preferida, aunque ahora ya no la encontraba tan atractiva como semanas atrás. Deslizó su mirada por su piel descubierta y se dio cuenta de lo estúpido que era al imaginarse sobre esa piel clara los tatuajes que le pertenecían a Livia.

Suspiró ofuscado, necesitaba aliviar toda la opresión que esa mujer le provocaba, con urgencia. Siguió a la rubia que se contoneaba cada vez más al sentir su mirada sobre su cuerpo y abrió la puerta de la oficina para él, donde tres de sus hombres se pusieron de pie al verlo entrar.

—Que te avisen cuando termine —le dijo cerca d
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