Al llegar a la empresa, no le dio tiempo a ninguno de los dos para que la retuvieran. Las garras de la anciana fueron evidentes cuando se cerraron en el aire, un segundo antes de que ella se deslizara por las puertas del ascensor. Se prometió llevarle un café al siguiente día a uno de los empleados de finanzas que entró dos pisos después y salió uno antes del de gerencia salvándola de quién sabe qué, pero ella se sintió aliviada por ello.—Regresaste ilesa.Elías la dedicó una rápida mirada cuando entró al estudio y siguió revisando unas fotografías frente a un monitor enorme mientras una de las maquillistas retocaba a la modelo que posaba en ese momento.—Si temías por mi integridad física debiste impedir que fuera.—No fuiste… —la corrigió sonriendo—, te llevaron. —Ella asintió—. Me dijeron que la tía Viv cerró sus fauces sobre tu cuello.—Me pareció agradable —respondió mientras señalaba una de las fotografías de la colección y Elías asentía de acuerdo. Pero él se le quedó mirand
Franco la sujetó entre sus brazos y la elevó hasta su altura, haciéndola jadear estrepitosamente. Cuando ella le clavó las uñas en la espalda lo obligó a maldecir por lo bajo, así que la apoyó sobre la pared y le mordió el cuello antes de tomar sus labios. Solo quería dejar de escucharla, quería dejar de pensar, quería… Ella le haló el cabello para que la mirara a los ojos, pero él se negó. Se estaba alargando demasiado todo aquello y estaba hartándose de seguir jugando. Ella sabía a la perfección para qué la había llamado y se sentía estafado al notar que continuaba dilatando lo inevitable.—Hazlo… ya —dijo con la voz entrecortada. Franco al fin sonrió. Apartó el encaje y estaba a punto de entrar en su interior cuando escuchó la carcajada de Elías tras él. Le pareció extraño, porque no recordaba haberlo citado allí. De hecho, ni siquiera tenía planeado compartir aquello, pero la curiosidad lo llevó a voltear y ver sobre su hombro. Grave error.Un par de ojos azules lo miraron sin e
Franco se acababa de enterar de que el restaurante del marroquí no estaba tan bien cimentado a nivel económico como el pobre hombre quería aparentar y enterarse de que la noche anterior Livia se citó con sus padres, fue realmente estimulante, porque quizás, él había pasado algún detalle por alto, pero no sucedería de nuevo.—Livia, buen día. Te busqué ayer por la tarde y me dijeron que te fuiste temprano.—Salgo a las cinco, jefe y me fui a las seis. No le llamaría a eso salir temprano.—Bueno, con tanto trabajo…—No volverá a pasar —dijo ella para silenciarlo. Lo miró a los ojos y aunque en su mirada no parecía haber altanería, no le gustaba en lo absoluto que creyera que podía hacer con él lo que le diera la gana. —¿Podemos hablar?—¿De trabajo?La risita de Elías que se había alejado un poco de ellos lo sacó de sus casillas, pero no les iba a demostrar el efecto que causaba en él su camaradería o lo que fuera que pasara entre ellos.—Por supuesto —masculló, tomándola de la mano s
LiviaVer a su madre en el bufete no la sorprendió, lo que sí lo hizo fue notar la familiaridad con la que el abogado de su padre sonreía en su dirección y que a ella no parecía serle indiferente. Recordó con amargura que no era la primera vez que su madre actuaba así. Ella también lo hizo más de una vez y tuvo que fingir en todas ellas estar interesada en algún chico para obtener información que pudiese serle útil a su padre.Y es que gracias a ellas y sus propias argucias, Gilberto Ávalos tuvo momentos memorables en los negocios y en beneficio de muchas familias de su círculo social por muchos años. Livia no podría negar que por él vivió entre algodones por mucho tiempo, hasta que cometió el error de confrontarlo cuando este le exigió que enamorara a Efraín García. Lo que ninguno de ellos dos sabían era que la familia Villanegra también iba tras la fortuna de los García y, que Alberto fue el ganador al obtener la mano de la hija menor. Livia recordaba muy poco a Andrea; una chiqui
La última vez que supo de su abuela Adelle, estaba recorriendo el mundo en un crucero desde hacía meses. Según ella lo había tomado por sugerencia de su médico de cabecera para olvidar los altos niveles de estrés y la horrible vida que había vivido junto a su esposo, quien en realidad fue un amor y se desvivió siempre por ella.—¿Qué haces aquí? —preguntó contrariada. —Catalina, esta niña es tan maleducada como tú —respondió la anciana sin moverse de su sitio, negando con la cabeza y oscilando los ojos mientras ella avanzaba sonriendo en su dirección—. ¿Esa es la forma de saludar a tu abuela?—Lo siento —respondió Livia, abochornada, pero sin detenerse. Su abuela siempre la hacía sentir así cuando actuaba por impulso, como si no hubiese crecido, como si continuara siendo la niña que ella cuidaba cuando sus padres se iban de vacaciones solos, sin ella. La risa de la anciana la contagió cuando la rodeó con ambos brazos y se fundieron en un fuerte abrazo que hizo reír a ambas y que in
FrancoEl amanecer no lo tomó por sorpresa, sino todo lo contrario. Esperaba con ansias que el día despuntara de una vez para conocer todo lo que deparaba, después de la horrible noche que había pasado a solas. Elías no lo había llamado y su teléfono lo envió al buzón desde muy tempranas horas de la noche. Pudo haber ido al hospital y corroborar la versión de Livia, pero si se presentaba, podía poner en riesgo su plan y no era lo que necesitaba en ese momento. Se miró al espejo para acomodar su corbata con rombos azules que su tía Viviana les obsequió a él y a su padre la última navidad que estuvieron juntos y suspiró antes de salir de su casa.El conductor le entregó el periódico antes de abordar el auto como cada mañana y sonrió al leer el titular que le abría paso a una fotografía suya hablando con Livia fuera del restaurante marroquí. Llegaron al edificio en menos de cuarenta minutos, pero él no dejaba de revisar su móvil para verificar la fluctuación de las acciones de la corpo
FrancoEl vecindario no era el mejor, pero no podía decir que era malo. Subió después de escuchar el timbre que le permitía hacerlo y la modelo de hacía unos días le abrió la puerta del diminuto apartamento. —Está por salir, ¿quieres tomar algo mientras tanto? —Le preguntó al señalarle un asiento. —No, estoy bien. ¿Sabes cómo sigue su padre?—Ella no habla mucho del tema, pero está muy mal. Lo tienen con un respirador —susurró sentándose en una silla frente a él—. Franco, sé que no nos conocemos, pero te advierto que si le haces daño a Liv…—Estoy lista. Disculpa el retraso —dijo Livia saliendo de un pequeño pasillo al lado de ellos. Franco se puso de pie, pero le llamó la atención el cambio abrupto de la dulce rubia. Se veía realmente enfadada antes de que su amiga apareciese. —No hay problema. Sé que no es apropiado, pero te ves preciosa —dijo mirándola de pies a cabeza. Lucía un vestido sencillo color negro, pero destacaba su estilo con unos tacones altísimos que le estilizaban
Toda su vida había evitado asistir a lugares como esos. Inventaba haber enfermado, tener viajes impostergables o cualquier pretexto que le evitara presentarse. No era que no soportara ver a un muerto, eran los vivos lo que le crispaba los nervios. Desde niña odió ver a las personas gritar o llorar en plena exageración de su dolor y peor aún, hablar del difunto como si hubiese sido un ser perfecto. Tuvo la desgracia de toparse de frente con la supuesta viuda, que disimulaba una mirada traviesa con otro de los viejos acaudalados de su círculo, como si nadie supiera que había vivido con él de viaje en viaje por el mundo entero, gastando lo poco que les quedaba a los García y que ahora, ocupaba el sitio de la amante de turno de ese señor. El que le mencionara a su madre con tanta familiaridad, en lugar de tranquilizarla, la irritó más. Fueron amigas íntimas por mucho tiempo. Claro, hasta que los García cayeron en desgracia. En su momento, ambas frecuentaban los mismos antros a escondi