—Buenos días, cariño. Me estaba preguntando qué le habría pasado a mi bata —murmuró, mientras ella daba tal salto que se le cayeron todos los cubitos de hielo al suelo.—¡Por amor de Dios! —exclamó ella, apresurándose a limpiar todo lo que había caído al suelo.—Vaya, eso es lo que a mí me gusta ver. Una mujer que sabe dónde tiene que estar, que, en este caso, es la cocina y de rodillas, delante de su dueño y señor. ¡Sigue así, Sam!—¡Y tú sigue soñando, su excelencia! —le espetó ella riéndose, mientras recogía los últimos cubitos del suelo.—Bueno, esa era una de mis fantasías —bromeó él—. Así que estamos en un mundo de verdad, ¿no?—¡Exactamente! —murmuró ella, algo nerviosa, mientras se dirigía, sin mirarle a los ojos, al cubo de la basura.Ella le había quitado el albornoz, pero él se podía haber puesto otra cosa que no fuera una toalla muy corta alrededor de las caderas. Lewis había demostrado ser un amante complaciente y generoso, y le había declarado todo lo que sentía por ella
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