Sin embargo, a medida que pasaba la tarde, le resultó más difícil mantener el nivel de su enojo. Se sentía triste, deprimida, tanto que, si no hubiera necesitado aquel trabajo para mantener a su hijo, hubiera tirado la toalla allí mismo.—¿Te apetece venir a cenar conmigo? —le preguntó Henry, cuando la jornada llegaba a su fin.—Gracias —dijo Amira—. Pero estoy completamente agotada. Sólo quiero irme a casa, tomarme algo caliente, darme un baño y meterme en la cama.—Yo tampoco me encuentro con ganas —asintió él, mientras se metían en el ascensor—. Ha sido un día muy largo. Por cierto, me ha parecido que ese tipo, Lewishew Warner, defendía muy bien su caso.—Fue sólo obra de las relaciones públicas —le dijo Amira mientras salían a la calle—. Es muy fácil dejarse influir por la publicidad, así que convéncete de que eso es todo lo que viste.—No te preocupes, te entiendo perfectamente —respondió Henry, con una sonrisa, mientras la tomaba por la cintura y le daba un beso en la mejilla—.
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