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Todos los capítulos de Hasta que tus fobias nos separen: Capítulo 51 - Capítulo 60
66 chapters
L Los otros
Al tercer día de separados, Bea recibió un correo electrónico de Magnus citándola a mediodía a una reunión en empresas Grandón. El texto señalaba "atuendo formal".Fue temprano a la casa de las colinas. No estaba el auto de Magnus, así que había camino libre. Irrumpió deprisa y estuvo segura. Luego de cerrar la puerta a sus espaldas, oyó un ruido en las entrañas de la casa: un golpe repentino, un sobresalto en respuesta a su intempestivo ingreso a la morada.Se mantuvo quieta, a la espera y con los oídos atentos. No creía que hubiera ratas, con nadie que frenara a Magnus, debía haber fumigado hasta debajo de la cama. Se quitó los zapatos y anduvo en puntillas. Cruzó la sala sin mirar las escaleras y se detuvo en el muro antes del pasillo que daba a la cocina. Fue apenas unos segundos, pero una sutil fragancia le llegó: duraznos en almíbar. Era tan real que se le hizo agua la boca. Siguió en puntillas por el pasillo. Entró a la cocina y una brisa le sacudió el cabello en dirección h
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LI Ya parece conspiración
Sentados en la parte trasera del auto, Bea y Magnus miraban la casa en lo alto, con sus ventanas oscuras y las flores doradas del aromo formando una alfombra a su alrededor. La antigua y lúgubre estructura guardaba un secreto y ellos serían quienes lo descubrirían.—¿Entramos? —preguntó Bea.—Todavía no, sigamos observando.Llevaban allí estacionados una media hora.—Tal vez deberíamos llamar a la policía —sugirió ella.—Ya no vienen cuando yo los llamo. ¿Por qué sería?, se preguntó Bea.Siguieron observando. Una brisa barrió las flores. A Magnus le picó la nariz. Tenía la mascarilla lista para ponérsela en cuanto se bajara.No se la puso.No se bajó.—¿Tienes miedo, Magnus?—¿A qué le temería? ¿A tu amante fantasma?—Entonces baja.—No hay que actuar con impulsividad. Debemos estudiar bien la situación.Bea suspiró y bajó del auto. Los tacones se le hundieron en la tierra blanda. No había tenido tiempo de cambiarse, su ropa estaba dentro de la casa, secuestrada por el ente que allí
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LII Bea, la detective
Luego de una ducha bien fría, Bea estuvo en condiciones de pensar. Ser descubierta prácticamente en medio del acto debía ser de lo más terrorífico que le había pasado. Que se le quitaran las ganas de golpe acabaría por enfermarla, por dejarla paranoica, estresada y seca.Ni hablar de Magnus, a él todo le afectaba el triple. Y justo cuando más receptivo estaba, cuando se atrevía a tomar la iniciativa de manera tan seductora. Rogaba para que no se volviera más aprensivo, para que no quedara impotente o se le cayera el cabello y el pene.Tal vez debía ir a la iglesia para espantar las malas vibras o conseguir de esos amuletos que atraían las buenas vibras o secuestrar a Magnus y llevárselo a donde nadie los conociera y regresarlo cuando de virgen no le quedaran ni las orejas. Sí señor, eso debía hacer, por el bien de su matrimonio y su estabilidad mental.Una media hora después Magnus llegó. Se dejó caer en la cama y se aferró la cabeza, con la vista fija en sus zapatos. Seguía con zapat
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LIII Cuando el miedo es más fuerte
El auto de Magnus iba doblando en la cuesta de las colinas cuando le llegó el resplandor de las balizas iluminando la casa. Había dos autos policíacos. Se apresuró a bajar. No tuvo tiempo ni de ponerse la mascarilla.Los policías entraban y salían de la casa, con sus zapatos llenos de tierra.—¡Yo no lo hice, soy inocente! —gritaba el tío Eli, mientras dos policías lo sacaban esposado de la casa.Magnus pensó en Bea, que no había respondido sus llamadas.—¡¿Qué pasó?! —le preguntó.—¡Magnus, hijo! ¡Yo no lo hice! ¡Ellos me dijeron que querían estar aquí, por eso los traje! ¡Yo no los mat...!Ya no pudo oír lo que decía dentro de la patrulla. Los ojos de Magnus se dirigieron a la casa. La fachada se deformaba igual que lo había hecho el pasillo del segundo piso. La puerta abierta se movía como la boca de un monstruo con ganas de devorarlo. El suelo bajo sus pies, cubierto de las flores del aromo, se movía también. Era el lomo de una bestia que intentaba sacudírselo de encima. Así and
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LIV Éste tampoco cuenta
—¿Magnus ya se fue? —le preguntó Bea por la mañana a Serafina, mientras desayunaba.—Sí, dijo que pasaría a la estación de policía antes de ir a la empresa.—Ni siquiera se despidió de mí.—Supongo que cualquiera se enojaría si le meten a la cárcel a alguien que representa un vínculo con sus padres muertos. —¡Ay Serafina, ojalá fuera eso!—Cuenta, ya me dejaste con la duda.—No puedo, si Magnus se enterara de que ando ventilando nuestras intimidades, probablemente se molestaría.—¿Tienen problemas en la cama?—¡¿Cómo lo supiste?!—Se te nota en la cara.Bea se la cubrió, impactada.—No es cierto, pero es algo obvio conociendo a Magnus. Un hombre tan asquiento no puede ser bueno en la cama. —No se trata de ser bueno o no. No sé cómo explicarlo. Nunca había estado con un hombre como él. Algunas veces me deja la cabeza en blanco y otras me la satura. —¿Y cómo estás ahora?—Las dos al mismo tiempo. Es como la paradoja del gato y el pan con mermelada. ¿La conoces?Serafina negó.—Los ga
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LV Preguntas innecesarias
Sentado a la mesa de la cocina, Magnus se aferraba la cabeza. Había acabado con todo y ropa en la ducha. Por mucho que se había lavado seguía con el aroma agrio del vómito pegado en la nariz. Nadie podría volver a usar ese dormitorio en años.—Luces terrible —le dijo Serafina. Venía llegando de la empresa.—Tengo jaqueca.—¿Tomaste un analgésico?—Ya tomé tres, pero no hacen efecto.—Es que estás muy grandote, primo. No tienes que tomarlos, hay que disparártelos, como a los elefantes.—Ja. Ja. Ja. Refréscame la memoria, Serafina ¿Eras payasa en el circo?La mirada de la mujer se oscureció. Se le acercó, rodeada de un aura siniestra que hizo a Magnus tener un repentino frío.—Lanzaba cuchillos, espero que no lo olvides —le susurró—, porque te puedo aliviar el dolor de cabeza cortándotela.—Hola, Serafina —Bea se sentó junto a Magnus.Serafina la saludó con una amistosa sonrisa y fue a servirse un refresco.—Bea, estoy muy apenado. No deseaba que algo así pasara. Me siento tan repugnant
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LVI Un hombre de palabra
Magnus cruzó el hall de empresas Grandón con la moral en alto. Sería un gran día y terminaría mejor aún. No permitiría que los pensamientos negativos mermaran su seguridad y arruinaran sus promesas sexuales. Era un hombre de palabra.Saludó a su asistente y entró a su oficina. Salió unos segundos después y se quedó mirando los asientos que había en un rincón.—Isabel, eso que está allí, leyendo ¿es un niño?—Sí, señor. —¿Trabaja aquí? Porque, si no recuerdo mal, las leyes laborales nos impiden contratar menores de edad.—No, señor. No es un empleado, es mi sobrino. Mi hermano tuvo un problema con la niñera y no tenía con quién dejarlo.—¿No podía cuidarlo su esposa?—Su esposa los abandonó hace un mes.Magnus volvió a mirarlo. El niño, que no debía tener más de diez años, leía con una concentración propia de un adulto. Se ocultaba detrás de un libro, él sabía lo que era eso.—Es un niño muy bien portado y limpio. Y silencioso también, no dará problemas. El niño fue junto a ellos. —
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LVII Intromisión
Junto a la consumación de su matrimonio llegó para Magnus y Bea la cómoda estabilidad de la rutina. Él se enfocó en descubrir a quienes le estaban jugando sucio en la empresa y ella en resolver sus asuntos pendientes.—Ya sólo me falta pagar la mitad de la deuda —dijo ella.Se había reunido en un café con su ex jefe.—Y ha sido en menos tiempo del que me esperaba. No sé de dónde has logrado sacar tanto dinero, pero ya pude volver a abrir el negocio. De momento estoy con una tienda on line.—Me alegra mucho oír eso.—Mi stock es limitado, así que se me ocurrió que podrías ir abonando a tu deuda haciendo piezas para mí. —Podría intentarlo, tengo muchas ideas en mente.—Si se venden, el monto se descontará de tu deuda, menos los impuestos. Si no, te las devuelvo.Bea estuvo de acuerdo y cerraron el trato con un apretón de manos. Pasó a una tienda a abastecerse de materiales y fue a preparar un espacio en la casa para trabajar.La cena la preparó Ada, la sirvienta de la casa. No alojaba
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LVIII Voluntad quebrada
Una hora estuvo Magnus en la ducha, como en los viejos tiempos. Esta vez Bea no derribó la puerta, aunque ganas no le faltaron. Y no precisamente para salvarlo. —Ya me siento mejor —dijo él cuando salió.—Pues te va a durar poco. Explícame lo que pasó, Magnus y más te vale que sea una explicación convincente.—Ya te lo dije, fue para ayudarte. Si mis peores empleados pueden pasear impunemente por Europa en un Ferrari gracias a mi dinero y darse la gran vida, ¿cómo podría permitir que mi esposa tenga deudas?—¡Lo hiciste a propósito, confiésalo! ¡Lo hiciste para que ya no trabajara con la arcilla! —¿Por qué querría eso?—¡Oh, por Dios! No seas cínico.—Bea, me estás tratando como si fuese alguna especie de mente criminal. No sé el tipo de trato que tenían tu ex jefe y tú, pero ya no le debes nada. Bea inhaló profundamente, la cabeza iba a explotarle. Necesitaba también un baño con agua fría porque la sangre le ardía.—Tienes razón, amor. Disculpa por mi reacción tan apasionada. Creo
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LIX A su imagen y semejanza
La visita de Irene una mañana sorprendió a Bea.—Ya son dos los fines de semana que no van a vernos. Estaba preocupada.—Hemos estado dedicados a disfrutar de la vida en pareja, sólo eso. —¿Es así? El joven Ale me contó de los problemas que ha habido en la empresa. Supuse que Magnus estaría... más quisquilloso que de costumbre.—No lo subestimes, él lidia bastante bien con el estrés. De hecho, ahora salió con un amigo. Imagino que irán a beber a algún lado.—¡¿Amigo?!Bea se carcajeó de la cara de sorpresa de su madre.—Magnus tiene un amigo, se llama Diego. Pueden pasarse tardes enteras hablando por teléfono sobre libros, cine y cosas de hombres. Anoche le dije que se juntaran, pero me dijo que no le daban permiso para salir tan tarde. Su esposa debe ser una bruja mandona. —Es bueno saber que socializa con otras personas. ¿Y tú? ¿Volviste a la universidad? —No, lo dejaré para el año que viene. Bea fue a la cocina. Estaba preparando el almuerzo antes de que Irene llegara.—¿Ada ti
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