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Todos los capítulos de Hasta que tus fobias nos separen: Capítulo 61 - Capítulo 66
66 chapters
LX ¿Y ahora qué?
Primero una visita de su madre y ahora una llamada de su padre. A poco de levantarse Bea él la llamó. El problema de señal del teléfono se había solucionado.—¿Cómo va tu gira, Steve?—De lujo, como siempre. ¿A que no sabes que pasó?—¿Conseguiste una novia más joven que yo?—¡JAJAJAJA! Todavía no. Me llamó tu madre.—¿Para pelear contigo?—Fíjate que no, eso también me sorprendió. Está preocupada por ti.—Mamá todavía no puede aceptar que ya maduré y no soy la chiquilla a la que solía andar riñendo. Siempre se quejaba de que era una hoja al viento y ahora que por fin me asenté, también se queja. No hay cómo darle en el gusto.—Dijo que estabas usando un vestido mientras cocinabas. Y que te subiste a una silla para huir de una cucaracha. ¿Qué rayos es eso, Bea?—El vestido es lindo y las cucarachas transmiten enfermedades.—Dormías junto a las cucarachas cuando íbamos al rancho y nunca te enfermaste.—¿Recuerdas cuando se me infectó un ojo y casi se me sale?—Eso no fue por las cucara
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LXI Hasta que ocurrió
Dermatitis, anemia, déficit de vitamina B12, D y traumatismo encefalocraneano. Ese era el resumen del diagnóstico de Bea en el hospital.—¿Cuál es tu nombre? —fue lo primero que la doctora le preguntó al recuperar la conciencia.—La arcilla huele tan bien... no sé por qué no te gusta —respondió ella, mirando con un ojo a la doctora y con otro al enfermero.Tal vez habría que agregar a la lista una conmoción cerebral y estrabismo.Irene se enteró de lo ocurrido cuando la policía fue a buscar a Magnus a las montañas. Gracias al dramático testimonio de la vecina, en cuestión de horas se convirtió en el criminal más buscado de la ciudad. El hermano de Isabel la llamó, Diego no aparecía, no contestaba las llamadas. A los cargos de maltrato y tortura en contra de su esposa se sumó pronto el secuestro de menores. Iban a secarlo en la cárcel. 〜✿〜Luego de todo un día de descanso, el cerebro de Bea pudo estabilizarse. Irene dormitaba en el sillón de su habi
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LXII El nuevo Magnus
Hoy sería el gran día.—Esto es increíble. Mamá no volverá a decir que eres un vago cuando sepa todo el dinero que estás ganando con tus conciertos.—Para ella seré un vago hasta que me muera, aunque me sepulten en un ataúd de oro.Pese a su creciente fortuna, el estilo de Steve no cambiaba. Las ropas viejas y gastadas eras sus prendas predilectas, aunque la gente se volviera para darle una moneda en la calle.—Stevo, ¿ya terminaste? —preguntó una mujer, asomándose a la oficina donde él y Bea revisaban unos documentos.A Bea los piercings en su cara le recordaron a los de Serafina.—Ya voy, nena. Espérame en el descapotable.La mujer se retiró luego de sonreírle juguetonamente.—Recuérdale que haga las tareas de la escuela entre follada y follada —recalcó Bea.—Envidiosa. Para que lo sepas, está a poco de graduarse de cirujana. Y no seas vulgar. No me esperes despierta.Ella siguió ordenando mucho después de que su padre hubiera partido. Esa habilidad del hombre para no comprometerse
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LXIII La cenicienta
La mente humana era como una caja de sorpresas. A veces uno no tenía idea con qué podía encontrarse hasta que miraba dentro. Otras veces ni eso. Y el contenido podía ser tan resistente como el acero que servía de base para enormes rascacielos o tan frágil como un suspiro que se llevaba el viento. Bea necesitaba saber de cuál extremo estaba más cerca Magnus.Se levantó cuando él todavía dormía y dio un paseo por las instalaciones de la clínica. Aún no amanecía y Bea estaba sentada en un banco del patio, mirando las ventanas de las habitaciones frente a ella. Cada una guardaba un mundo, un pequeño infierno, una prisión.Los enfermeros y enfermeras del turno diurno empezaron a llegar para rotar con los del nocturno. Ellos se irían esperando que la locura no los siguiera a casa, que no se les hubiera impregnado sobre la piel como el sudor frío.La locura tenía aroma, Bea lo había sentido. Olía a medicamentos amargos, a jeringas asépticas y a saliva rancia. Esa mezcla flotaba por los pasil
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LXIV El beso inmortal
Agustina no dejaba de reír.—¡Hay que ver el buen sentido del humor que tenía papá! Y nosotros preocupándonos. Una vez que Magnus y Bea firmen el divorcio todo volverá a ser como al principio y aquí no ha pasado nada. ¡Es grandioso! Iré a preparar mis maletas.Uno a uno todos fueron saliendo del comedor, sólo Bea y Magnus permanecieron en sus puestos."Él ya se había hecho a la idea de perder la herencia", recordaba ella. "Esto no cambia nada". "Es la prueba final", pensaba él. "¿El amor o el dinero?" Tal vez, todas las absurdamente sádicas cláusulas del abuelo perseguían aquel propósito. No se podía tenerlo todo en la vida y había llegado el momento de escoger lo más valioso.Y al final, el amor debía triunfar.—Divorciémonos —dijo Bea de pronto—. No hacerlo echará todos nuestros esfuerzos por la borda. Hagámoslo. Terminemos con esto y seamos libres.Magnus la miró con curiosidad. ¿Sería una prueba también? ¿Esperaría Bea que él se negara y le dijera que la prefería a ella antes que
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Epílogo
La primera en llegar a la casa de Bea y Magnus fue Irene. Ya no trabajaba para los Grandón, al menos desde que recibiera su parte de la herencia. Álvaro también se había acordado de ella y había sido generoso. Y con los consejos de Magnus, las utilidades de sus inversiones la libraron de volver a trabajar en su vida. Separada y con una hija ya independiente, por primera vez podía dedicarse a pensar en ella misma y vivir para ella misma.—Espero que a tu padre no se le ocurra aparecer con alguna chiquilla maleducada. Esta cena es familiar.—Creo que lleva un buen tiempo sin salir con nadie. Aunque tú debes saberlo mejor. Después de todo, hacen negocios juntos.Los consejos de Magnus habían estado influenciados por los secretos deseos de Bea de juntar a sus padres.—Sí... Da igual. Lo que haga con su vida privada no es asunto mío —aseguró Irene, mirando su reflejo en el ventanal.Cada día parecía más joven. Había que ver lo bien que hacía la buena vida.La gran cantidad de invitados requ
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