—¡Niña, Estefanía! ¿Qué está haciendo aquí, tirada? —exclamó Rosa, sorprendida, tomándome por los brazos y sacudiéndome con fuerza—. —La locura viene hacia mí, Rosa, ya no puedo escapar —balbuceé. Ella colocó su mano en mi frente para ver si tenía fiebre. —Hija mía, una noche eterna, parece haberse posado sobre esta hacienda y, que Dios me perdone por lo que voy a decir, pero la muerte de Lilian me trajo tranquilidad. —¿Entonces es cierto? ¡Realmente falleció! —aunque sabía que esa diabla estaba muerta, mi mente no lo creía, percibía que algo más potente y negro ocurría. —Sí, el patrón mandó por el médico. La señora Elizabeth no para de llorar. Sal&iacut
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