Al llegar, el centinela tiró de las riendas de su caballo para hacer que este se detuviera. Pude observar su rostro aún cubierto con la capucha azul. Todo cobró sentido: él era Alyan, el tercero de los trillizos. A continuación, Alyan tomó una cadena que parecía de oro con un medallón que colgaba de su cuello; este tenía el mismo símbolo que posaba en mis muñecas; Yahadet también poseía un símbolo en su anillo, específicamente una espiral, quizás eran sus amuletos. Al abrir Alyan el medallón pude ver una especie de luz dorada que se desprendía de su interior y que crecía vertiginosamente adentro hasta salir envolviendo el carruaje.
—¡El tiempo apremia! —sentí su voz en mi cabeza.
—No puedo abandonarlo solo aquí, en medio de este sendero peligroso, y mucho menos c
Vi con sorpresa cómo el otro igual que yacía debajo de mí, ya no estaba, había desaparecido.Yo combatí contra un espejismo, mientras que el verdadero monstruo se enfrentaba a Alyan. Corrí hacia él y vi que su cabeza estaba completamente girada hacia su espalda. —Creo que ahora sí está muerto —indiqué. Él me miró. —No lo está, simplemente lo induje al letargo. No es sencillo acabar con los oscuros o, mejor dicho, con los vampiros, como ellos mismos se han bautizado y que son herederos de la primera línea. El individuo que yace inconsciente en el suelo fue bautizado por el mismo líder de la rebelión, por lo tanto, sería conveniente darnos prisa; disponemos de 15 minutos desde este momento hasta que se despierte y reciba ayuda oscura. —¿Todos tienen ese aspecto tan re
¿Cómo se encuentra la señora Elizabeth? —Preguntó Guillermo a Rodolfo que parecía una chimenea humana de tantos puros que había consumido. —Muy afectada y esa actitud para mí es exagerada —le contestó el hombre con voz tensa. —Bueno, tú mismo me contaste los lazos que ellas crearon. —Aun así, Guillermo, Elizabeth parece estar en otro mundo y no es este. —Trata de comprenderla —le dijo Guillermo tratando de apelar a sus sentimientos más humanos, pero sus palabras solamente lograron dibujar una sonrisa irónica en el hombre. —No sabes lo que me pides, en eso se me ha ido casi toda mi vida: en tratar de comprender a la mujer que Dios me dio como esposa —sus palabras tenían un dejo de melancolía e ironía, también decepci&oacut
Adrián. Logré canalizar el dolor. Bacco se bajó de mi espalda e inició su explicación sobre el arte del ataque: —Quédate un instante más en esa posición —me indicó y seguidamente los demás abrieron más el círculo, dándonos un espacio aún más grande—. No podemos dejarte partir, mucho menos al ver tu defensa ante el atacante oscuro… Debo aclararte que eso solamente fue un poco de lo que esos seres pueden hacer. Levántate e ignora el dolor, ¡Bloquéalo! —haciendo caso a lo que me pidió y tratando de controlar el dolor que disminuía, me levanté y le di el frente poniendo profunda atención a cada una de sus palabras. Él me dijo: —Prevalecer en combate cuerpo a cuerpo es lo que debes tener en tu mente, sin importar el tamaño y potencia fís
Con el impacto quedé mareado y algo aturdido, pero no acepté la derrota. Un denso humo se fue esparciendo por el espacio envolviéndome. Ese humo me obstaculizó la visión, hasta que recordé su nombre. Mi mente lo invocó sin necesidad de yo pedirlo. Ella, la otra parte de mi corazón, me impulsó a continuar luchando ¡Debía hacerlo! Tenía que llegar a Estefanía. La piel me dolía por no poder tocarla. Ahí, su figura casi fantasmagórica se hizo visible, volviéndose mi guía, jalándome como si volara.No sé cómo diablos lo logré, lo cierto era que estaba en lo más alto del bosque. Divisé un claro —¡No voy a dejar que me coma el diablo! —exclamé; me elevé por los aires y comencé a saltar entre las ramas. Un rayo rojizo arrancó una
—¡Todos hemos perdido mucho en esta guerra! Luthzer nos ha dado por donde más nos duele: mató a mucho de los nuestros, aunque no somos los únicos centinelas que quedamos; hay muchos más que lograron escapar a su ira. Unos decidieron adaptarse a la vida humana tomando el ejemplo de Luthzer, pero es un precio muy caro el pretender que se puede comenzar una existencia normal en este mundo. Para crear una familia en este planeta debemos hallar a los que posean la maldición de Hanna y eso implica muerte y destierro… ¡Tienes que aceptarlo y entenderlo, tú no puedes pretender vivir una vida normal como la viviste hasta ahora! Tarde o temprano la destrucción toca a quien amas. Luthzer se volvió un genocida. Y hay otro peligro que acecha: no solamente se trata de la bruja que borra las huellas del hijo de Luthzer, también está su consejero, se hace llamar Istvan Pierre Gicomo, p
—He querido hablar contigo, muchacha, y si no me equivoco, sé que tú también has querido hacerlo conmigo. —Es cierto Padre —no me contuve y dejé salir mi temor ante el párroco. Sabía que era un hombre de fiar, un hombre de fe en quien Rodolfo había depositado toda su confianza. —Habla, Estefanía —me pidió. —Padre, sé que lo que voy a decirle parecerá una locura —le advertí. —Ponme a prueba, pero antes quiero saber cómo está tu relación con Elizabeth, sé que no es agradable. —Realmente no lo es, pero las aguas han estado tranquilas. —Aun así, muchacha, mantente alejada; ella ha estado muy susceptible y no quiero que por estar en ese estado depresivo, lancé ofensas en contra tuya. —Lo sé Padre, y no sabes cuánto he sufrido por esa situación. Pero, en fin, Dios es mi testigo que nada he hecho para ganar tan mortal odio; mi único pecado fue haberme enamorado de Adrián. —¡Pecado! —exclamó él. No pude disimular, mi cara se ensombreció. El sacerdote lo not
Estefanía.Otras Semanas después. Cada día traté de infundirme valor, pero no lo logré. Volví a sentirme desamparada, afrontando sola esta desgracia. Era difícil aceptar que yo no podía cambiar quién era, y mi entereza mental tenía un precio demasiado alto que debía pagar. No tuve más noticias de Adrián. Ese silencio terminó de resquebrajar la poca fortaleza que me quedaba. Traté de mantener mi orgullo aparentando que estaba bien, cuando dentro de mí solamente crecía un averno. Yo moría cada día por dentro por no saber de él, el escudo que coloqué sobre mí se quebraba, ya no podía mentir más. Hice todo lo necesario para mantener la cordura, el valor por acercarme al mausoleo y rociar el agua bendita no aparecía en mí todavía. Sé que tenía que hacerlo, pero engañaba a mi mente escondiéndome en la excusa de que después de varias semanas nada extraño sucedía. Otro de los inconvenientes que me preocupaba y me daba vueltas en la cabeza, era que el padre Arístides, luego de nu
El doctor me exigió explicaciones. Primero se quejó enérgicamente recordándome que el Padre estaba de reposo absoluto y no podía alterarse. Traté de defenderme contando únicamente las partes creíbles, omitiendo lo del diario y el agua bendita que eché en su mano; sin embargo, la manera en la que irrumpí en el cuarto me dejó mal parada ante el médico. Esperé que verificara al sacerdote minuciosamente. Después dijo: —Al Padre Arístides le dio un ataque fulminante al corazón —luego de decir aquellas palabras, sus ojos manifestaron asombró al ver como su mano, que minutos antes estaba negra, ahora tenía su color normal. Las insoportables mujeres ya no estaban en la iglesia y fue mejor así. De habérmelas encontrado de seguro me condenarían y mi terrible miedo y angustia me hubieran llevado a golpear sus odiosas y maquilladas caras. Fui a donde amarré mi caballo y lo desaté; sollozaba. Rápidamente, subí al caballo y comencé a galopar, quizás con la ilusión de dejar todo lo amargo detrás; s