ALYAN Y LEONIDAS.

   Al llegar, el centinela tiró de las riendas de su caballo para hacer que este se detuviera. Pude observar su rostro aún cubierto con la capucha azul. Todo cobró sentido: él era Alyan, el tercero de los trillizos. A continuación, Alyan tomó una cadena que parecía de oro con un medallón que colgaba de su cuello; este tenía el mismo símbolo que posaba en mis muñecas; Yahadet también poseía un símbolo en su anillo, específicamente una espiral, quizás eran sus amuletos. Al abrir Alyan el medallón pude ver una especie de luz dorada que se desprendía de su interior y que crecía vertiginosamente adentro hasta salir envolviendo el carruaje.

   —¡El tiempo apremia! —sentí su voz en mi cabeza.

   —No puedo abandonarlo solo aquí, en medio de este sendero peligroso, y mucho menos c

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