El doctor me exigió explicaciones. Primero se quejó enérgicamente recordándome que el Padre estaba de reposo absoluto y no podía alterarse. Traté de defenderme contando únicamente las partes creíbles, omitiendo lo del diario y el agua bendita que eché en su mano; sin embargo, la manera en la que irrumpí en el cuarto me dejó mal parada ante el médico. Esperé que verificara al sacerdote minuciosamente. Después dijo: —Al Padre Arístides le dio un ataque fulminante al corazón —luego de decir aquellas palabras, sus ojos manifestaron asombró al ver como su mano, que minutos antes estaba negra, ahora tenía su color normal. Las insoportables mujeres ya no estaban en la iglesia y fue mejor así. De habérmelas encontrado de seguro me condenarían y mi terrible miedo y angustia me hubieran llevado a golpear sus odiosas y maquilladas caras. Fui a donde amarré mi caballo y lo desaté; sollozaba. Rápidamente, subí al caballo y comencé a galopar, quizás con la ilusión de dejar todo lo amargo detrás; s
Pude divisar la finca, entré al camino circundado por los árboles de álamo que conducía al inmenso portal de la propiedad. En ese momento una nueva sensación se apoderó de mí y la mirada de Adrián me llegó, perpetuándose en mi mente como una premonición que me informaba que más pronto de lo que creía lo volvería a ver. “Oh, cariño mío, tú sabes que te voy a amar hasta el final de los tiempos…” —susurré deteniendo el caballo. Solamente Adrián me demostraba que yo era digna de todo. Apenas entré en la finca, José y María vinieron corriendo hacia mí. Sus rostros estaban consternados. —¡Niña Estefanía, venga rápido! La patrona se volvió loca, está golpeando a Rosa junto con Edmundo.—Qué Elizabeth, ¡qué! —exclamé y la rabia recorrió todo mi cuerpo hasta el punto de que golpeé el caballo y salí a todo galopé hacia las barracas. Corrí con tanta fuerza que llegué en cuestión de minutos hasta donde Edmundo y Elizabeth tenían a Rosa; ellos les habían prohibido a los demás esclavos estar
—¡Qué rayos sucede aquí! Acaso todos los demonios decidieron bajar y traer discordia a mi hogar —era Rodolfo que llegó junto a Guillermo. Se mostró horrorizado y ambos hombres corrieron hacia mí. —¿Adrián cuándo llegaste? —Inquirió el hombre con entusiasmo que se apagó rápidamente al verme golpeada y a Rosa casi inconsciente. —¡Qué has hecho, Elizabeth! —Exclamó Rodolfo, mientras Guillermo miraba a Adrián con pena. Elizabeth intervino, enloquecida: —En vez de estar reclamándome y juzgándome, mira a tu propia obra… Tu pesadilla se acaba de materializar: ¡Adrián viene por Estefanía, tu hija! Y no solo eso, los demonios que tanto han perseguido a esta familia se están manifestando, ¡ellos vienen en camino! —A Rodolfo se le tensó el semblante. —¡Ya basta madre, calla y no sigas condenándonos! —gritó Adrián casi perdiendo los estribos. Yo sentí que estaba a punto de enloquecer; en ese instante la vida se me escapaba. —Ella no te miente, hijo… —dijo Rodolfo, tomó aire y luego
—No es frialdad, te digo la verdad: tú eres hijo de Rodolfo, eres tú el confundido y crees que las cosas que puedes hacer son pruebas suficientes de que en verdad no eres su hijo; yo también poseo la marca al igual que esta bastarda. La sangre de Rodolfo está infectada por la maldición de Hanna y eso ya es más que suficiente para no ser tan humanos; es más, pregúntale a tu amada Estefanía si encontró el diario de tu abuelo, él ahí lo explica todo ¡Y no se te ocurra negarlo Estefanía! —Rodolfo palideció, yo perdí el habla; esa mujer era diabólica y percibía todo lo que yo hacía. Por otro lado, Guillermo no entendía una sola palabra. Adrián sonrío con ironía y dijo: —¡Bravo! Eres la reina de las mentiras. ¡No te creo ni una sola palabra! Y la prueba más grande es que soy igual a él, a mi verdadero padre. ¿Acaso piensas que ellos no me lo explicaron todo? ¡Tú mientes, blasfema! —No miente Adrián —intervine—. Yo encontré ese diario y también habla de esa persona que mencionas, porque sé
—Madre, a partir de hoy soy huérfano, no acepto haber sido parido por una mujer tan nefasta como usted… ¡Estás muerta para mí! —manifestó Adrián causando que Elizabeth se le acercara tomándolo por el brazo. —Hijo, tú no me puedes odiar, yo todo lo que he hecho es porque te adoro… por tu bienestar. —¡No me toques!… estás enferma y loca —espetó con asco liberándose de ella, entonces Elizabeth giró a verme, sus ojos me contemplaron cargados de hiel y en acto seguido se abalanzó sobre mí. —¡Voy a matarte maldita, no me vas a quitar el amor de mi hijo como lo hizo la zorra de tu madre con mi esposo! —sus manos no llegaron a tocarme; Adrián la detuvo y casi cae al piso. Ella lo miró pasmada mientras una lágrima salió de su mirada fría. —Vámonos de una vez, y no te preocupes por llevarte nada; yo te compraré todo nuevo —me dijo Adrián ignorando lo que había confesado su padre. En aquel momento yo también edifiqué una muralla ante esta verdad que simplemente no aceptaba. Tomé la man
—Ahora sé quién soy, sé con certeza porque estoy aquí y hacia donde me dirigiré… Mi inmortalidad ahora es un manantial de donde tú también vas a beber. Sé que estás desorientada y malinterpretando los hechos; no creas lo que dice mi madre, ella posee tú mismo lunar y puede engendrar hijos de los oscuros y de los centinelas; yo soy un centinela. Esto no es herencia de una simple marca y todo lo que me cuentas lo sé y lo he vivido más que tú; los espíritus de los protagonistas de ese diario, ellos viajaron hasta mí y me mostraron la verdad. Créeme por favor, yo no soy totalmente humano. —¡Ya lo sé! Y quisiste lastimar a Guillermo aprovechándote de esos dones —le reclamé. —¿Y de verdad piensas que lo haría? Solo quería intimidarlo; debes tener fe en mí, le hago un favor; temo por su vida. Él puede morir, no por mi mano, sino por la de otros seres que sí son implacables. Ellos sí son mis verdaderos contrincantes y tampoco son humanos ¿Por qué crees que mi madre está a salvo? Mi padre
Estefanía. Los pasillos de la mansión estaban desolados y oscuros. Corrí temerosa buscando a Adrián y a Rosa, parecía que yo estaba en otro mundo, donde todo era igual pero desolado. Llegué a la cocina; ahí estaba María sentada a un lado de la mesa. Me alegré al verla; yacía muy callada y su cara no manifestaba expresión alguna. Me acerqué, pero al tocarla no reaccionó, estaba sumida en un sueño extraño: respiraba y permanecía con los ojos abiertos. —¡María, debemos salir de aquí! —le informé, sin embargo, a pesar de mi premura, ella continuó sin pestañear. La sacudí y le dije: —¡María, háblame! ¿Has visto a Adrián? ¿Dónde está Rosa? ¡Dónde están todos! El silencio fue total y dejé de insistir, debía hallar a Adrián y largarnos; en aquel momento las dudas estaban en un segundo plano. Antes de partir volví a intentarlo con María, pero ella continuaba como una estatua viva. —Estefanía, ella no te escuchará —declaró una voz familiar a mis espaldas. Giré y vi a Elizabeth con una
—¿Realmente pensaste que sería tan fácil? —su voz azotó mi audición y sentí cómo la sangre fluía saliendo tibia de mis oídos. Él, con nada más hablar, la extraía de mí. Me dijo: —Tienes que primero arrastrarte antes de aprender a caminar. —Nunca creí que sería fácil, ¡y jamás me arrastraré ante ti! Lo que sí consideré fue que sería tu hijo quien vendría a enfrentarme y no su padre en persona. Si algo estoy aprendiendo es que la muerte no es siempre el final de la historia —le respondí aun sin poder levantarme. Él sonrió dejando ver su perfecta dentadura, donde destacaban dos caninos filosos. Seguidamente, pasó su lengua por el labio de arriba y pude ver cómo debajo de ella había dos aguijones. —Pronto lo conocerás… y ciertamente en nuestra raza la muerte no es el final; pero verás, mi hijo aún no sabe de la agradable sorpresa que le va en camino —aclaró y su burla hizo acto de presencia. Entre tanto yo me debatía en la inmovilidad y la impotencia, yo estaba dispuesto a morir si