—¿Realmente pensaste que sería tan fácil? —su voz azotó mi audición y sentí cómo la sangre fluía saliendo tibia de mis oídos. Él, con nada más hablar, la extraía de mí. Me dijo: —Tienes que primero arrastrarte antes de aprender a caminar. —Nunca creí que sería fácil, ¡y jamás me arrastraré ante ti! Lo que sí consideré fue que sería tu hijo quien vendría a enfrentarme y no su padre en persona. Si algo estoy aprendiendo es que la muerte no es siempre el final de la historia —le respondí aun sin poder levantarme. Él sonrió dejando ver su perfecta dentadura, donde destacaban dos caninos filosos. Seguidamente, pasó su lengua por el labio de arriba y pude ver cómo debajo de ella había dos aguijones. —Pronto lo conocerás… y ciertamente en nuestra raza la muerte no es el final; pero verás, mi hijo aún no sabe de la agradable sorpresa que le va en camino —aclaró y su burla hizo acto de presencia. Entre tanto yo me debatía en la inmovilidad y la impotencia, yo estaba dispuesto a morir si
Estefanía.Algo descontroló a Edmundo, que me apretó con más fuerza hasta el punto de que me costaba respirar. Él elevó su vista al cielo y al hacerlo, pude sentir el latido de su corazón acelerado. Tenía colocadas mis manos sobre su pecho usándolas como barreras. Elevé también la mirada al cielo nocturno y vi un hermoso halcón que volaba sobre nosotros, acercándose cada vez más; sus ojos verdes brillaban como dos esmeraldas. Me acordé de aquel impresionante ser que acompañaba a Adrián al llegar a la finca y de cómo se volvió halcón ante mi mirada incrédula ¡Debía de ser él! Eso logró que mis esperanzas se elevaran, pero estas se desplomaron con la misma rapidez con la que llegaron, al ver cómo aquella ave se perdía en una niebla oscura y densa que apareciendo de la nada, se la tragó repentinamente, tal y como había sucedido en la hacienda. Edmundo se carcajeó, pero yo no me di por vencida; debía liberarme de aquellas garras que se aferraban a mí, implacables. Entramos por un camino e
Arturo. —¡Detén el carruaje! —ordené a mi cochero al ver a un jinete caer de su caballo. Bajé rápidamente para averiguar. —¡No se baje, mi señor! —vociferó Vicente—, yo mismo puedo averiguar, creo que se trata de una joven. —No te preocupes, yo lo haré contigo —. Efectivamente, como lo había provisto Vicente, al acercarme me di cuenta de que era una joven. Su ropa estaba rasgada, se notaba que escapaba de algo muy grave. Me acerqué a ella y la tomé entre mis brazos. —¿Qué piensa hacer, amo? —preguntó Vicente con curiosidad. —Llevármela. No considerarás que la dejaré tirada en medio de esta noche lluviosa —Vicente no dijo nada, pero sus ojos me miraron con extrañeza por mi actitud. No era propio de mí aquel comportamiento; mi naturaleza huraña era muy marcada. Al alzarla percibí un aroma que no era desconocido para mí; en ese instante sentí la presencia de mi padre, hombre que aún rechazaba, pero que siempre estaba ahí. Al tomar aquella mujer, algo extraño sucedió en mi
—Coloca la vasija sobre la mesa de noche; yo me encargaré de lo demás —le ordenó Mariana a la muchacha. —Como usted diga —contestó la joven, hizo una reverencia y se marchó en silencio. Mariana me miró y me dijo: —Inefable… altas cualidades divinas que son imposible de explicar, y que van más allá de tu entendimiento. Son sentimientos que no conocen límites ¡La dicha inefable de los bienaventurados! Todo lo contrario, a lo impronunciable e indecible… No deberías de temerle, todo lo contrario, he ahí lo que tu alma añoraba. —¡Qué ironía! El sarcasmo en su esencia más pura, yo soy lo impronunciable, una herejía. Esto es estúpido ¿Quieres hacerme creer la historia que me contó tantas veces mi madre? Ahora resulta que esta muchacha es quien me mostrará ese mundo visto desde las estrellas cuando ya estoy cansado de posar mis ojos sobre mis cicatrices —respondí con burla. —Y entonces, mi querido caballero oscuro, si es mentira y no lo consideras, ¿cómo es que puedes percibir en el
Coloqué agua en sus labios, el contacto logró que los abriera nuevamente y al volver a mirarme a los ojos, logró despojarme del orgullo, que luchaba por señalarla como una simple extraña. En cuestión de minutos logró penetrar profundamente en mi alma, que se rindió logrando que mi corazón se arrodillara… Sin embargo, persistió mi lucha contra aquel sentimiento. Quería irme y a la vez quedarme, estaba profundamente confundido ¡Me era tan difícil elegir entre el placer y el dolor! Miles de mujeres intentaron seducirme, unas más hermosas que otras, pero todas ante mis ojos eran iguales: solo blanco y negro. Estefanía mostraba la diferencia, entró en un soplo de color, ahuyentando el gris oscuro. Sé que nada sería lo mismo después de esta noche, en cambio, los recuerdos que tenía de las incontables mujeres que pasaron por mi existencia maldita, no eran nada agradables; muchas murieron, otras me aburrieron, solamente eran carne, sangre y hueso, energía que me daba vida, no obstante, la muj
—Debes entender que son siglos de experiencia y tú apenas renaces; también debes saber que cada padre obsequia este libro milenario al que posea la marca poderosa, esa eran las reglas; Luthzer quiso destruir el libro, pero no tuvo éxito y de antemano sabemos que su primogénito posee el sello oscuro que al igual que tu rabihat, es el más poderoso en la oscuridad, así que su padre le entregó el libro oscuro. —La legión del cuervo negro —terminó la frase Yahadet. —¡Ese libro maldito debe ser destruido! —manifestó Nahe—. Ha hecho poderoso al hijo de Luthzer, lo hace invisible e imperceptible y sobre todo letal, sin contar los años que lleva de práctica ya manejándolo. —¿Acaso Luthzer no tiene un punto débil? ¡Debe existir una forma de matarlo! —la respuesta me la dio mi padre. —Existen dos dagas que contienen en su corazón, sangre original de los primeros centinelas; una de esas dagas está bien resguardada. —¿Y qué esperamos? ¡Debemos de clavársela a ese maldito! —No es
Estefanía. Me había sumido en un extraño mundo donde, a pesar de sentir frío, advertía algo de paz; sin embargo, su nombre no dejaba de resonar en cada rincón de mi mente, de mi existencia y de mi sangre. Me encontraba hundida en aquel letargo oscuro que me llevaba a la demencia, borrando a su paso los recuerdos que ya no tenía muy claro, estos no tenían éxito con el rostro del hombre que amaba. Una agonía más fuerte que la muerte me golpeó nuevamente sin contemplación, en medio de aquella inconsciencia podía sentir que ahora Adrián representaba la nostalgia, la melancolía, el amor soñado que había pasado de lejano a imposible. Era algo más que indignación por una oportunidad perdida; era un sentimiento de la falta de sentido de ese momento, que se sentía como pena. Dentro de aquella oscuridad donde deambulaba, vi una figura tomar forma; lentamente la imagen se fue haciendo conocida y una lágrima brotó de mis pupilas, retrocediéndome a los momentos de mi niñez… ¡Ya no quería ser má
Mariana.—No quiero estar aquí cuando despierte —había dicho Arturo al ver cómo la muchacha ya daba señales de reaccionar. Podía advertir en su corazón muchos sentimientos encontrados, entre ellos el miedo a lo desconocido. Llevaba mucho tiempo perdido en aquel mundo, envuelto entre gritos, sombras y torturas, la vida más ruin y oscura que nadie podría siquiera imaginar; esa era la existencia de un hijo de la noche, aunque él fuera distinto y pudiese caminar en el día. —Hoy la luna se ha teñido de rojo únicamente para traer a esta mujer ante ti, ¿no lo presientes? ¿No conoces su significado? Así que no sientas temor de esta noche. Sabes que todo acabará para darle paso a algo nuevo. No seas como la higuera: hermosa y de bellas hojas, pero que no da frutos. —Es por qué no ha llegado la temporada de darlos, pero sus frutos llegarán, así que no pretendas cambiar mi alma. —Arturo, a veces hasta el ser más frío se cansa. —¿Y qué pretendes? No parece que quien me habla es la Mar