Arturo. —¡Detén el carruaje! —ordené a mi cochero al ver a un jinete caer de su caballo. Bajé rápidamente para averiguar. —¡No se baje, mi señor! —vociferó Vicente—, yo mismo puedo averiguar, creo que se trata de una joven. —No te preocupes, yo lo haré contigo —. Efectivamente, como lo había provisto Vicente, al acercarme me di cuenta de que era una joven. Su ropa estaba rasgada, se notaba que escapaba de algo muy grave. Me acerqué a ella y la tomé entre mis brazos. —¿Qué piensa hacer, amo? —preguntó Vicente con curiosidad. —Llevármela. No considerarás que la dejaré tirada en medio de esta noche lluviosa —Vicente no dijo nada, pero sus ojos me miraron con extrañeza por mi actitud. No era propio de mí aquel comportamiento; mi naturaleza huraña era muy marcada. Al alzarla percibí un aroma que no era desconocido para mí; en ese instante sentí la presencia de mi padre, hombre que aún rechazaba, pero que siempre estaba ahí. Al tomar aquella mujer, algo extraño sucedió en mi
—Coloca la vasija sobre la mesa de noche; yo me encargaré de lo demás —le ordenó Mariana a la muchacha. —Como usted diga —contestó la joven, hizo una reverencia y se marchó en silencio. Mariana me miró y me dijo: —Inefable… altas cualidades divinas que son imposible de explicar, y que van más allá de tu entendimiento. Son sentimientos que no conocen límites ¡La dicha inefable de los bienaventurados! Todo lo contrario, a lo impronunciable e indecible… No deberías de temerle, todo lo contrario, he ahí lo que tu alma añoraba. —¡Qué ironía! El sarcasmo en su esencia más pura, yo soy lo impronunciable, una herejía. Esto es estúpido ¿Quieres hacerme creer la historia que me contó tantas veces mi madre? Ahora resulta que esta muchacha es quien me mostrará ese mundo visto desde las estrellas cuando ya estoy cansado de posar mis ojos sobre mis cicatrices —respondí con burla. —Y entonces, mi querido caballero oscuro, si es mentira y no lo consideras, ¿cómo es que puedes percibir en el
Coloqué agua en sus labios, el contacto logró que los abriera nuevamente y al volver a mirarme a los ojos, logró despojarme del orgullo, que luchaba por señalarla como una simple extraña. En cuestión de minutos logró penetrar profundamente en mi alma, que se rindió logrando que mi corazón se arrodillara… Sin embargo, persistió mi lucha contra aquel sentimiento. Quería irme y a la vez quedarme, estaba profundamente confundido ¡Me era tan difícil elegir entre el placer y el dolor! Miles de mujeres intentaron seducirme, unas más hermosas que otras, pero todas ante mis ojos eran iguales: solo blanco y negro. Estefanía mostraba la diferencia, entró en un soplo de color, ahuyentando el gris oscuro. Sé que nada sería lo mismo después de esta noche, en cambio, los recuerdos que tenía de las incontables mujeres que pasaron por mi existencia maldita, no eran nada agradables; muchas murieron, otras me aburrieron, solamente eran carne, sangre y hueso, energía que me daba vida, no obstante, la muj
—Debes entender que son siglos de experiencia y tú apenas renaces; también debes saber que cada padre obsequia este libro milenario al que posea la marca poderosa, esa eran las reglas; Luthzer quiso destruir el libro, pero no tuvo éxito y de antemano sabemos que su primogénito posee el sello oscuro que al igual que tu rabihat, es el más poderoso en la oscuridad, así que su padre le entregó el libro oscuro. —La legión del cuervo negro —terminó la frase Yahadet. —¡Ese libro maldito debe ser destruido! —manifestó Nahe—. Ha hecho poderoso al hijo de Luthzer, lo hace invisible e imperceptible y sobre todo letal, sin contar los años que lleva de práctica ya manejándolo. —¿Acaso Luthzer no tiene un punto débil? ¡Debe existir una forma de matarlo! —la respuesta me la dio mi padre. —Existen dos dagas que contienen en su corazón, sangre original de los primeros centinelas; una de esas dagas está bien resguardada. —¿Y qué esperamos? ¡Debemos de clavársela a ese maldito! —No es
Estefanía. Me había sumido en un extraño mundo donde, a pesar de sentir frío, advertía algo de paz; sin embargo, su nombre no dejaba de resonar en cada rincón de mi mente, de mi existencia y de mi sangre. Me encontraba hundida en aquel letargo oscuro que me llevaba a la demencia, borrando a su paso los recuerdos que ya no tenía muy claro, estos no tenían éxito con el rostro del hombre que amaba. Una agonía más fuerte que la muerte me golpeó nuevamente sin contemplación, en medio de aquella inconsciencia podía sentir que ahora Adrián representaba la nostalgia, la melancolía, el amor soñado que había pasado de lejano a imposible. Era algo más que indignación por una oportunidad perdida; era un sentimiento de la falta de sentido de ese momento, que se sentía como pena. Dentro de aquella oscuridad donde deambulaba, vi una figura tomar forma; lentamente la imagen se fue haciendo conocida y una lágrima brotó de mis pupilas, retrocediéndome a los momentos de mi niñez… ¡Ya no quería ser má
Mariana.—No quiero estar aquí cuando despierte —había dicho Arturo al ver cómo la muchacha ya daba señales de reaccionar. Podía advertir en su corazón muchos sentimientos encontrados, entre ellos el miedo a lo desconocido. Llevaba mucho tiempo perdido en aquel mundo, envuelto entre gritos, sombras y torturas, la vida más ruin y oscura que nadie podría siquiera imaginar; esa era la existencia de un hijo de la noche, aunque él fuera distinto y pudiese caminar en el día. —Hoy la luna se ha teñido de rojo únicamente para traer a esta mujer ante ti, ¿no lo presientes? ¿No conoces su significado? Así que no sientas temor de esta noche. Sabes que todo acabará para darle paso a algo nuevo. No seas como la higuera: hermosa y de bellas hojas, pero que no da frutos. —Es por qué no ha llegado la temporada de darlos, pero sus frutos llegarán, así que no pretendas cambiar mi alma. —Arturo, a veces hasta el ser más frío se cansa. —¿Y qué pretendes? No parece que quien me habla es la Mar
Adrián. Antes de ver a nadie sentí una profunda necesidad de encontrar a Estefanía. La lluvia crecía con fuerza, arreciando sin piedad, como la noche que la había perdido a ella; así sentía mi alma, fragmentada, llena de ira y un dolor que no amainaba. Tomé el caballo y emprendí un viaje en aquella noche trágica con la angustia a flor de piel, sensación que viviría conmigo mientras no la encontrara. Había optado en buscarla sin usar ninguna de mis recién desarrolladas facultades sobrenaturales, la buscaría como un humano y no como un centinela. El ensordecedor retumbar de los truenos traspasaban el cielo nocturno, alumbrando brevemente su halo lóbrego, causando que mi desespero creciera. Rodolfo también había armado una cuadrilla para buscarla y yo me uní a ellos en la desesperada labor, pero por más que revisáramos los resultados seguían siendo los mismos; era como si la tierra se la hubiera tragado, aun de esta manera, aquella noche no me detendría, ni los días siguiente
Habíamos recorrido casi todos los caseríos y haciendas de la región, nadie la había visto; dentro de mí sabía que no sería fácil, Nahe me lo había advertido: “Los oscuros tienen el poder de borrar y bloquear los caminos y cuándo son más desarrollados, pueden dejarte desarmado de tus facultades por un tiempo breve, esto es señal de que te has topado con uno; sin embargo, ya no lo hacen porque aunque nos debilitan, a ellos los dejan al descubierto; claro todo esto cambia si no les importa ser descubiertos”. Ya no quería pensar en aquello, únicamente me aferraba a la fe de que la volvería a ver. La lluvia hizo acto de presencia y la noche ya se hacía más perpetua, reclamando su lugar, erradicando la claridad del cielo; esta parecía intuir la amargura de mi alma; desde el día en que la apartaron de mí, hasta el momento, mis noches eran infiernos. Llegamos hasta los límites del pueblo, a decir verdad, bastante lejos; los pocos caseríos ya quedaban atrás de nuestros pasos. Ahora camino