Habíamos recorrido casi todos los caseríos y haciendas de la región, nadie la había visto; dentro de mí sabía que no sería fácil, Nahe me lo había advertido: “Los oscuros tienen el poder de borrar y bloquear los caminos y cuándo son más desarrollados, pueden dejarte desarmado de tus facultades por un tiempo breve, esto es señal de que te has topado con uno; sin embargo, ya no lo hacen porque aunque nos debilitan, a ellos los dejan al descubierto; claro todo esto cambia si no les importa ser descubiertos”. Ya no quería pensar en aquello, únicamente me aferraba a la fe de que la volvería a ver. La lluvia hizo acto de presencia y la noche ya se hacía más perpetua, reclamando su lugar, erradicando la claridad del cielo; esta parecía intuir la amargura de mi alma; desde el día en que la apartaron de mí, hasta el momento, mis noches eran infiernos. Llegamos hasta los límites del pueblo, a decir verdad, bastante lejos; los pocos caseríos ya quedaban atrás de nuestros pasos. Ahora camino
—Debo dar unas instrucciones en la cocina, así que no tardo; ya luego me contarás tu pesar, cuando tengas más confianza, pero déjame decirte que no todos somos iguales —aseveró Mariana. Cuando ya estaba dispuesta a retirarse algo la detuvo, acto seguido comenzó a mirar alrededor del cuarto. No pude evitar sentirme asustada, sus ojos se veían diferentes, lejanos, como si entrara en un trance; sentí que miraba a alguien con una gigantesca fuerza; yo intuía también una extraña sensación; definitivamente aquello no me era desconocido. El fuego de la chimenea comenzó a crepitar con más fuerza de lo normal, entonces los leños empezaron a estallar; a Mariana parecía no perturbarle, sentí que yo estaba entrando en terrenos que no conocía. —Así que el centinela ha decidido nadar en aguas desconocidas —murmuró y la palabra “centinela” retumbó en mi cabeza como si quisiera gritarme algo; pero no me llegaba nada, solamente oscuridad, causando que el dolor de cabeza regresara. —¡Qué pasa do
Estefanía. «Nunca olvides que fe es creer en lo que no ves, pero tienes la convicción de que existe… Con esto quiero decir que el momento de que abras los ojos; está llegando y al hacerlo ya no podrás sentirme más, están sellando nuestra conexión.» —¡Abuela no te alejes!… por amor a Dios no me dejes sola en esta oscuridad insondable ¿Por qué no me lo dijiste? Si él era mi hermano, ¿Por qué me diste tu bendición? —Luchaba con mi dolor en aquel abismo sin fondo. —Ya es hora de que abras tus ojos, debes encarar tu destino… ¡Lucha, te lo ordeno! —No quiero hacerlo, criaste a una cobarde —la voz se desvanecía. —Nos vemos estorbados y convertidos en seres prosaicos, incapaz de indagar más profundamente en nuestro interior, quizás por miedo o por el veneno de la vida. En esa lección fallé, no supe cómo protegerte de ti misma, tampoco a que vieras más allá de lo que ven tus ojos, siempre tuve la fiel convicción de que eso debías descubrirlo por ti sola, ¡Oh mi dulce niña! De
—¡Vaya que sorpresa, es usted muy joven! —dijo mi padre, el hombre sonrió.—Pierda cuidado, no es el primero en manifestar esa reacción. Muchos se sorprenden porque suponen que se van a conseguir a un hombre mayor, pero me temo que hablan de mi padre o de mi abuelo Efraín Palacios, que llevan mucho tiempo de haber abandonado este mundo. Y no lo facilita el hecho de que a casi todos los llamaron igual, ya saben, excentricidades de familia, aunque debo admitir que me alegra profundamente que me hayan puesto un nombre diferente. —Si no se llama Efraín ¿Cuál es su nombre? —inquirí de repente interrumpiendo la conversación, mi voz había sonado algo imprudente. —Arturo Palacios es mi nombre, pero prefiero que se refieran a mí como Conde Dómine —su mirada se volvió fría al contemplarme —¿Y el nombre de mi visitante cuál es? —Adrián Álamo, pero a diferencia de usted, no poseo títulos tan distinguidos, así que solo llámeme Adrián —al decirle mi nombre, y mi sarcástica respuesta advert
Estefanía. Otra vez el despertar reclamaba mi presencia, al abrir los ojos vi nuevamente a Mariana muy atenta; las preguntas se amontonaban en mi boca, sentía que caminaba ciegamente hacia una situación que no había propiciado; por otro lado, cada despertar traía conmigo el dolor profundo de la nueva realidad que me envolvía; Adrián, mi amado Adrián, él continuaba fluyendo a través de mí como un río, pero ahora el dolor había extinto la primavera, aquel hombre que ahora el destino me presentaba como mi hermano, seguía ardiendo en mí; por más que los días fueran fríos, el simple hecho de pensar en él me hacía flamear. Sin proponérmelo las lágrimas emergían cortando mis mejillas, ya no me importaba que desconocidos me vieran llorar, tenía que hacerlo, sacar mi agonía para calmar mi pesar. Aquella maldición de haber sido la mujer de mi hermano era torturante, por qué aun sabiendo de aquella realidad, mi corazón lo continuaba amando más que nunca. Mariana me miraba desde una distanci
Las voces tras de mí se habían apagado para darle paso a ruido de cascos, al principio pensé que nuevamente deliraba; Mariana me había contado que caí del caballo, eso tuvo que haber afectado algo en mi cabeza, el ruido sonaba más cerca; en ese punto de terror me arrodillé para implorar a Dios por mi alma. Entonces, de entre los espesos árboles, vi una especie de aura blanca, como una luz que mostraba facciones muy sutiles, similares a las de mi madrina; en ese último minuto me levanté con audacia, sin quitar la mirada de aquella aparición fantasmagórica que me daba valor; seguidamente el suelo tembló por el galopar de un caballo y un trueno rasgó el pequeño silencio con más fuerza, causando que la imagen se volatilizara dejándome sola. Fue ahí donde frente a frente contemplé al enviado de la muerte. Un descomunal corcel negro relinchó y se agitó ante mí, dejando sus cascos de hierros al aire a pocos centímetros de donde me encontraba; en el lomo de ese monstruo iba montado un hom
Estefanía. Había quedado mirándome por un largo rato frente al inmenso espejo de la alcoba, aquella imagen reflejada en el vidrio no podía ser yo… ¡No me reconocía! Me veía demasiado bien, tomando en cuenta el calvario que estaba viviendo, y ahora se sumaba lo sucedido hace apenas horas con el conde; entonces mi mente comenzó a pensar en estupideces como que aquel extraño té, donde la flor se abría al entrar en contacto con el líquido tibio, tenía el poder de mejorar el semblante, o quizás habría sido el jarabe que hacía poco me había dado Mariana. El haber corrido no causó que me lastimara el tobillo de nuevo. Giré mi espalda, ya sé que podían ver las marcas de los azotes, al mirarlas reviví aquella noche; las cubrí rápidamente, no quería que las tinieblas de aquel recuerdo me envolvieran y me hundieran aún más de lo que ya estaba, necesitaba concentrarme para presentarme ante el conde y pedirle disculpas, hacer todo lo posible para que me diera su ayuda; realmente no quería volv
—No traigo nada —dije en un hilo de voz, pero, aun así, el temblor de mi voz era muy notorio. —Si no le hubieran gustado, se habrían lanzado contra usted; mis lobos no tienen contemplación cuando intuyen algo que no les gusta y por lo visto usted ha pasado la prueba. —Su caballo no sintió lo mismo —el conde enarcó una ceja. —Usted lo agredió, pero la trajo hasta aquí —me recordó, luego se levantó y los lobos retrocedieron; ahora el conde estaba parado frente a mí. No pude apartar la mirada de la imagen que se me mostraba ante aquella claridad. Mis ojos, sin querer, comenzaron a ascender por la figura del conde; primero por sus botas, luego sus largas y musculosas piernas, hasta llegar a su cintura estrecha y su ancho pecho. Finalmente, me detuve en su rostro. En aquel momento, no sabía si temerle o dejarme llevar por la impresión. La timidez invadió todas mis terminaciones nerviosas y los temblores volvieron más fuertes en el momento en que llegué a su cara; aquel hombre era