—¡Vaya que sorpresa, es usted muy joven! —dijo mi padre, el hombre sonrió.—Pierda cuidado, no es el primero en manifestar esa reacción. Muchos se sorprenden porque suponen que se van a conseguir a un hombre mayor, pero me temo que hablan de mi padre o de mi abuelo Efraín Palacios, que llevan mucho tiempo de haber abandonado este mundo. Y no lo facilita el hecho de que a casi todos los llamaron igual, ya saben, excentricidades de familia, aunque debo admitir que me alegra profundamente que me hayan puesto un nombre diferente. —Si no se llama Efraín ¿Cuál es su nombre? —inquirí de repente interrumpiendo la conversación, mi voz había sonado algo imprudente. —Arturo Palacios es mi nombre, pero prefiero que se refieran a mí como Conde Dómine —su mirada se volvió fría al contemplarme —¿Y el nombre de mi visitante cuál es? —Adrián Álamo, pero a diferencia de usted, no poseo títulos tan distinguidos, así que solo llámeme Adrián —al decirle mi nombre, y mi sarcástica respuesta advert
Estefanía. Otra vez el despertar reclamaba mi presencia, al abrir los ojos vi nuevamente a Mariana muy atenta; las preguntas se amontonaban en mi boca, sentía que caminaba ciegamente hacia una situación que no había propiciado; por otro lado, cada despertar traía conmigo el dolor profundo de la nueva realidad que me envolvía; Adrián, mi amado Adrián, él continuaba fluyendo a través de mí como un río, pero ahora el dolor había extinto la primavera, aquel hombre que ahora el destino me presentaba como mi hermano, seguía ardiendo en mí; por más que los días fueran fríos, el simple hecho de pensar en él me hacía flamear. Sin proponérmelo las lágrimas emergían cortando mis mejillas, ya no me importaba que desconocidos me vieran llorar, tenía que hacerlo, sacar mi agonía para calmar mi pesar. Aquella maldición de haber sido la mujer de mi hermano era torturante, por qué aun sabiendo de aquella realidad, mi corazón lo continuaba amando más que nunca. Mariana me miraba desde una distanci
Las voces tras de mí se habían apagado para darle paso a ruido de cascos, al principio pensé que nuevamente deliraba; Mariana me había contado que caí del caballo, eso tuvo que haber afectado algo en mi cabeza, el ruido sonaba más cerca; en ese punto de terror me arrodillé para implorar a Dios por mi alma. Entonces, de entre los espesos árboles, vi una especie de aura blanca, como una luz que mostraba facciones muy sutiles, similares a las de mi madrina; en ese último minuto me levanté con audacia, sin quitar la mirada de aquella aparición fantasmagórica que me daba valor; seguidamente el suelo tembló por el galopar de un caballo y un trueno rasgó el pequeño silencio con más fuerza, causando que la imagen se volatilizara dejándome sola. Fue ahí donde frente a frente contemplé al enviado de la muerte. Un descomunal corcel negro relinchó y se agitó ante mí, dejando sus cascos de hierros al aire a pocos centímetros de donde me encontraba; en el lomo de ese monstruo iba montado un hom
Estefanía. Había quedado mirándome por un largo rato frente al inmenso espejo de la alcoba, aquella imagen reflejada en el vidrio no podía ser yo… ¡No me reconocía! Me veía demasiado bien, tomando en cuenta el calvario que estaba viviendo, y ahora se sumaba lo sucedido hace apenas horas con el conde; entonces mi mente comenzó a pensar en estupideces como que aquel extraño té, donde la flor se abría al entrar en contacto con el líquido tibio, tenía el poder de mejorar el semblante, o quizás habría sido el jarabe que hacía poco me había dado Mariana. El haber corrido no causó que me lastimara el tobillo de nuevo. Giré mi espalda, ya sé que podían ver las marcas de los azotes, al mirarlas reviví aquella noche; las cubrí rápidamente, no quería que las tinieblas de aquel recuerdo me envolvieran y me hundieran aún más de lo que ya estaba, necesitaba concentrarme para presentarme ante el conde y pedirle disculpas, hacer todo lo posible para que me diera su ayuda; realmente no quería volv
—No traigo nada —dije en un hilo de voz, pero, aun así, el temblor de mi voz era muy notorio. —Si no le hubieran gustado, se habrían lanzado contra usted; mis lobos no tienen contemplación cuando intuyen algo que no les gusta y por lo visto usted ha pasado la prueba. —Su caballo no sintió lo mismo —el conde enarcó una ceja. —Usted lo agredió, pero la trajo hasta aquí —me recordó, luego se levantó y los lobos retrocedieron; ahora el conde estaba parado frente a mí. No pude apartar la mirada de la imagen que se me mostraba ante aquella claridad. Mis ojos, sin querer, comenzaron a ascender por la figura del conde; primero por sus botas, luego sus largas y musculosas piernas, hasta llegar a su cintura estrecha y su ancho pecho. Finalmente, me detuve en su rostro. En aquel momento, no sabía si temerle o dejarme llevar por la impresión. La timidez invadió todas mis terminaciones nerviosas y los temblores volvieron más fuertes en el momento en que llegué a su cara; aquel hombre era
—Aunque el céfiro era considerado el viento más ligero, especialmente si es comparado con el más frío viento del norte, como muchos me han descrito a mí —hizo una pausa y sonrió—, un hombre frío como el hielo. Creo que aún es posible que el invierno se termine y que llegue la primavera. —Sus ojos volvieron a brillar de manera tan intensa que me produjo escalofríos. Mi lunar volvió a arder, salí de mi mutismo cuando sentí que uno de los lobos se había acercado a mí sin yo darme cuenta, hasta acurrucarse a la orilla de mis pies como anteriormente hacían con el conde; él bajó la mirada y vio cómo su lobo se regocijaba a mis pies. —¿Ve lo que le estoy diciendo? —manifestó haciendo alusión al comportamiento del animal; sin embargo, los nervios no abandonaban mi cuerpo; mi escudo de defensa era detallar el lugar. —Supongo que me dejé llevar por la magia de la pintura —declaró mientras yo seguía tensa e inmóvil, con temor de que aquel perro me mordiera.—Relájese, no le hará nada —me aseg
—Está bien, señor, estoy en su casa y tiene todo el derecho de conocer la verdad acerca del huésped que acoge sin conocerlo. —Pareció interesarse por lo que le decía. —Como se ha mencionado antes, soy una mestiza, así que sus deducciones no están muy alejadas de la realidad. Tuve la suerte de que… —Un nudo en la garganta me impidió continuar hablando, me resultaba muy difícil recordar lo que hacía tan poco me había herido de muerte, hablarle de aquella verdad recién descubierta era recordar que Adrián era mi hermano y dolía demasiado. El conde frunció el ceño cuando perdí la voz. Luego sus facciones se aligeraron, dejando ver compasión, pero aquel rostro permanecía hermoso, aun cuando sus muecas fuesen groseras o nobles. —¿Su padre es Rodolfo Álamo, dueño de la hacienda los Álamos? —no pude evitar sorprenderme. ¿Su padre es Rodolfo Álamo, dueño de la hacienda los Álamos? —no pude evitar sorprenderme. —¿Cómo lo supo? ¿Acaso lo dije en delirios también? —declaré irónicamente, el c
Arturo.Mariana entró en cuanto la muchacha se fue, y en el momento en que la sentí detrás de mí, empecé a dejar salir mis pensamientos. —¿Por qué, cada vez que trato de llevar una vida normal, intentando olvidarme de lo que soy, el poder de mi padre vuelve a aparecer y me recuerda lo que él quiere para mí? Intento pasar por encima de todas esas trampas para crear mi propio imperio, pero él siempre encuentra la manera de hacerme flaquear y quebrarme —hice silencio y giré a ver a Mariana que me escuchaba callada. —No puedo negarlo, sencillamente —proseguí—. Es el ganador otra vez y supongo que debo enfrentarme a él. ¡Afrontémoslo! Luthzer está intentando someterme y humillarme una vez más. —No lo veas de esa manera, tú tienes su fuerza y su sangre corre por tus venas, no debes enfrentarte a él ni refutar sus órdenes. —¡Él pretende someterme enviándome a esa emboscada! —mi voz había subido de tono, Mariana me pidió que me tranquilizara. —No intentes defender y justificar