Estefanía. Había quedado mirándome por un largo rato frente al inmenso espejo de la alcoba, aquella imagen reflejada en el vidrio no podía ser yo… ¡No me reconocía! Me veía demasiado bien, tomando en cuenta el calvario que estaba viviendo, y ahora se sumaba lo sucedido hace apenas horas con el conde; entonces mi mente comenzó a pensar en estupideces como que aquel extraño té, donde la flor se abría al entrar en contacto con el líquido tibio, tenía el poder de mejorar el semblante, o quizás habría sido el jarabe que hacía poco me había dado Mariana. El haber corrido no causó que me lastimara el tobillo de nuevo. Giré mi espalda, ya sé que podían ver las marcas de los azotes, al mirarlas reviví aquella noche; las cubrí rápidamente, no quería que las tinieblas de aquel recuerdo me envolvieran y me hundieran aún más de lo que ya estaba, necesitaba concentrarme para presentarme ante el conde y pedirle disculpas, hacer todo lo posible para que me diera su ayuda; realmente no quería volv
—No traigo nada —dije en un hilo de voz, pero, aun así, el temblor de mi voz era muy notorio. —Si no le hubieran gustado, se habrían lanzado contra usted; mis lobos no tienen contemplación cuando intuyen algo que no les gusta y por lo visto usted ha pasado la prueba. —Su caballo no sintió lo mismo —el conde enarcó una ceja. —Usted lo agredió, pero la trajo hasta aquí —me recordó, luego se levantó y los lobos retrocedieron; ahora el conde estaba parado frente a mí. No pude apartar la mirada de la imagen que se me mostraba ante aquella claridad. Mis ojos, sin querer, comenzaron a ascender por la figura del conde; primero por sus botas, luego sus largas y musculosas piernas, hasta llegar a su cintura estrecha y su ancho pecho. Finalmente, me detuve en su rostro. En aquel momento, no sabía si temerle o dejarme llevar por la impresión. La timidez invadió todas mis terminaciones nerviosas y los temblores volvieron más fuertes en el momento en que llegué a su cara; aquel hombre era
—Aunque el céfiro era considerado el viento más ligero, especialmente si es comparado con el más frío viento del norte, como muchos me han descrito a mí —hizo una pausa y sonrió—, un hombre frío como el hielo. Creo que aún es posible que el invierno se termine y que llegue la primavera. —Sus ojos volvieron a brillar de manera tan intensa que me produjo escalofríos. Mi lunar volvió a arder, salí de mi mutismo cuando sentí que uno de los lobos se había acercado a mí sin yo darme cuenta, hasta acurrucarse a la orilla de mis pies como anteriormente hacían con el conde; él bajó la mirada y vio cómo su lobo se regocijaba a mis pies. —¿Ve lo que le estoy diciendo? —manifestó haciendo alusión al comportamiento del animal; sin embargo, los nervios no abandonaban mi cuerpo; mi escudo de defensa era detallar el lugar. —Supongo que me dejé llevar por la magia de la pintura —declaró mientras yo seguía tensa e inmóvil, con temor de que aquel perro me mordiera.—Relájese, no le hará nada —me aseg
—Está bien, señor, estoy en su casa y tiene todo el derecho de conocer la verdad acerca del huésped que acoge sin conocerlo. —Pareció interesarse por lo que le decía. —Como se ha mencionado antes, soy una mestiza, así que sus deducciones no están muy alejadas de la realidad. Tuve la suerte de que… —Un nudo en la garganta me impidió continuar hablando, me resultaba muy difícil recordar lo que hacía tan poco me había herido de muerte, hablarle de aquella verdad recién descubierta era recordar que Adrián era mi hermano y dolía demasiado. El conde frunció el ceño cuando perdí la voz. Luego sus facciones se aligeraron, dejando ver compasión, pero aquel rostro permanecía hermoso, aun cuando sus muecas fuesen groseras o nobles. —¿Su padre es Rodolfo Álamo, dueño de la hacienda los Álamos? —no pude evitar sorprenderme. ¿Su padre es Rodolfo Álamo, dueño de la hacienda los Álamos? —no pude evitar sorprenderme. —¿Cómo lo supo? ¿Acaso lo dije en delirios también? —declaré irónicamente, el c
Arturo.Mariana entró en cuanto la muchacha se fue, y en el momento en que la sentí detrás de mí, empecé a dejar salir mis pensamientos. —¿Por qué, cada vez que trato de llevar una vida normal, intentando olvidarme de lo que soy, el poder de mi padre vuelve a aparecer y me recuerda lo que él quiere para mí? Intento pasar por encima de todas esas trampas para crear mi propio imperio, pero él siempre encuentra la manera de hacerme flaquear y quebrarme —hice silencio y giré a ver a Mariana que me escuchaba callada. —No puedo negarlo, sencillamente —proseguí—. Es el ganador otra vez y supongo que debo enfrentarme a él. ¡Afrontémoslo! Luthzer está intentando someterme y humillarme una vez más. —No lo veas de esa manera, tú tienes su fuerza y su sangre corre por tus venas, no debes enfrentarte a él ni refutar sus órdenes. —¡Él pretende someterme enviándome a esa emboscada! —mi voz había subido de tono, Mariana me pidió que me tranquilizara. —No intentes defender y justificar
Adrián.Sobre la mesa, mi padre había colocado el mapa de la región que mostraba la ubicación de todas las haciendas cercanas y lejanas; en casi todas había marcado con una cruz la ubicación de una propiedad, el ruido de la pluma contra el papel tatuando aquella cruz me atormentaba, en aquel momento me parecía la letra más triste y fea de todas, porque era la que me recordaba que en ninguna de esas propiedades se tenía noticias de ella. El dolor y el recuerdo de Estefanía, conmigo, me devolvieron a mi miseria; cerré los puños para controlar mi desesperación, entonces el rostro de aquel conde apareció en mi mente. Guillermo seguía siendo fiel a la búsqueda, en su cara ya se podían ver las marcas del desespero y miedo, también la de largas noches de insomnio. Mi historia no era muy diferente, yo seguía sumido en la desesperación por ella y en la terrible tarea de tener que callar la verdad por órdenes de los centinelas; los recuerdos de aquella noche estaban borrados para siempre en
—Los Álamos dispone de su propia capilla, la cual ordené construir hace poco. —¡Me encantaría conocerla! —manifestó con entusiasmo, ignorando mi comentario amargo. —En ese caso, prosiga - en ese momento el padre giró hacia mí. —Disculpe, joven, ¿podría mostrarme el lugar? Claro, si no está demasiado ocupado. Me he dado cuenta de que llegué en medio de una reunión. —Faltaba más —se anticipó mi padre a responder—. A mi hijo le vendría bien distraerse un poco —no dije nada en respuesta al comentario y, en silencio, guíe al nuevo padre hacia la capilla de la hacienda, pero antes de salir él me dijo su nombre, que era Gabriel. Nos habíamos alejado ya de la casa grande; los dos permanecíamos callados, sintiendo el viento en nuestras caras y contemplando el cielo gris, que parecía haber desterrado el sol. Desde que Arturo Palacios había llegado, el sol no salía mucho, y no solo había traído consigo su presencia el exilio del sol, sino que había logrado en mí una obsesión morta
Estefanía. Los días y las horas transcurrían como si nada, pero la angustia en mi alma seguía intacta, me atrevería a decir que incluso peor. Una vez que me reuní con el conde, me concentré en lograr la invisibilidad, que era lo que realmente quería. ¿Cómo había llegado hasta este punto? ¿Cómo se había convertido mi existencia en una maldita odisea? De pronto, tuve la imperiosa necesidad de abandonar aquella sofocante hacienda, donde la servidumbre siempre estaba en completa sumisión. También anhelaba eludir a aquel conde, no pude impedirme rememorar cómo había sido nuestro encuentro, su asombrosa hermosura era inversamente proporcional a su glacialidad y arrogancia. El recuerdo de la frialdad de Arturo hizo que la calidez de Adrián llegara a mí, dos polos opuestos; cerré los ojos y evoqué la mirada de Adrián, anhelando aquella alma que me embalsamaba con su amor. El recuerdo acabó por destruirme y la tristeza se hizo presente. Me dirigí hacia la ventana, con el pecho comprimido,