—No es frialdad, te digo la verdad: tú eres hijo de Rodolfo, eres tú el confundido y crees que las cosas que puedes hacer son pruebas suficientes de que en verdad no eres su hijo; yo también poseo la marca al igual que esta bastarda. La sangre de Rodolfo está infectada por la maldición de Hanna y eso ya es más que suficiente para no ser tan humanos; es más, pregúntale a tu amada Estefanía si encontró el diario de tu abuelo, él ahí lo explica todo ¡Y no se te ocurra negarlo Estefanía! —Rodolfo palideció, yo perdí el habla; esa mujer era diabólica y percibía todo lo que yo hacía. Por otro lado, Guillermo no entendía una sola palabra. Adrián sonrío con ironía y dijo: —¡Bravo! Eres la reina de las mentiras. ¡No te creo ni una sola palabra! Y la prueba más grande es que soy igual a él, a mi verdadero padre. ¿Acaso piensas que ellos no me lo explicaron todo? ¡Tú mientes, blasfema! —No miente Adrián —intervine—. Yo encontré ese diario y también habla de esa persona que mencionas, porque sé
—Madre, a partir de hoy soy huérfano, no acepto haber sido parido por una mujer tan nefasta como usted… ¡Estás muerta para mí! —manifestó Adrián causando que Elizabeth se le acercara tomándolo por el brazo. —Hijo, tú no me puedes odiar, yo todo lo que he hecho es porque te adoro… por tu bienestar. —¡No me toques!… estás enferma y loca —espetó con asco liberándose de ella, entonces Elizabeth giró a verme, sus ojos me contemplaron cargados de hiel y en acto seguido se abalanzó sobre mí. —¡Voy a matarte maldita, no me vas a quitar el amor de mi hijo como lo hizo la zorra de tu madre con mi esposo! —sus manos no llegaron a tocarme; Adrián la detuvo y casi cae al piso. Ella lo miró pasmada mientras una lágrima salió de su mirada fría. —Vámonos de una vez, y no te preocupes por llevarte nada; yo te compraré todo nuevo —me dijo Adrián ignorando lo que había confesado su padre. En aquel momento yo también edifiqué una muralla ante esta verdad que simplemente no aceptaba. Tomé la man
—Ahora sé quién soy, sé con certeza porque estoy aquí y hacia donde me dirigiré… Mi inmortalidad ahora es un manantial de donde tú también vas a beber. Sé que estás desorientada y malinterpretando los hechos; no creas lo que dice mi madre, ella posee tú mismo lunar y puede engendrar hijos de los oscuros y de los centinelas; yo soy un centinela. Esto no es herencia de una simple marca y todo lo que me cuentas lo sé y lo he vivido más que tú; los espíritus de los protagonistas de ese diario, ellos viajaron hasta mí y me mostraron la verdad. Créeme por favor, yo no soy totalmente humano. —¡Ya lo sé! Y quisiste lastimar a Guillermo aprovechándote de esos dones —le reclamé. —¿Y de verdad piensas que lo haría? Solo quería intimidarlo; debes tener fe en mí, le hago un favor; temo por su vida. Él puede morir, no por mi mano, sino por la de otros seres que sí son implacables. Ellos sí son mis verdaderos contrincantes y tampoco son humanos ¿Por qué crees que mi madre está a salvo? Mi padre
Estefanía. Los pasillos de la mansión estaban desolados y oscuros. Corrí temerosa buscando a Adrián y a Rosa, parecía que yo estaba en otro mundo, donde todo era igual pero desolado. Llegué a la cocina; ahí estaba María sentada a un lado de la mesa. Me alegré al verla; yacía muy callada y su cara no manifestaba expresión alguna. Me acerqué, pero al tocarla no reaccionó, estaba sumida en un sueño extraño: respiraba y permanecía con los ojos abiertos. —¡María, debemos salir de aquí! —le informé, sin embargo, a pesar de mi premura, ella continuó sin pestañear. La sacudí y le dije: —¡María, háblame! ¿Has visto a Adrián? ¿Dónde está Rosa? ¡Dónde están todos! El silencio fue total y dejé de insistir, debía hallar a Adrián y largarnos; en aquel momento las dudas estaban en un segundo plano. Antes de partir volví a intentarlo con María, pero ella continuaba como una estatua viva. —Estefanía, ella no te escuchará —declaró una voz familiar a mis espaldas. Giré y vi a Elizabeth con una
—¿Realmente pensaste que sería tan fácil? —su voz azotó mi audición y sentí cómo la sangre fluía saliendo tibia de mis oídos. Él, con nada más hablar, la extraía de mí. Me dijo: —Tienes que primero arrastrarte antes de aprender a caminar. —Nunca creí que sería fácil, ¡y jamás me arrastraré ante ti! Lo que sí consideré fue que sería tu hijo quien vendría a enfrentarme y no su padre en persona. Si algo estoy aprendiendo es que la muerte no es siempre el final de la historia —le respondí aun sin poder levantarme. Él sonrió dejando ver su perfecta dentadura, donde destacaban dos caninos filosos. Seguidamente, pasó su lengua por el labio de arriba y pude ver cómo debajo de ella había dos aguijones. —Pronto lo conocerás… y ciertamente en nuestra raza la muerte no es el final; pero verás, mi hijo aún no sabe de la agradable sorpresa que le va en camino —aclaró y su burla hizo acto de presencia. Entre tanto yo me debatía en la inmovilidad y la impotencia, yo estaba dispuesto a morir si
Estefanía.Algo descontroló a Edmundo, que me apretó con más fuerza hasta el punto de que me costaba respirar. Él elevó su vista al cielo y al hacerlo, pude sentir el latido de su corazón acelerado. Tenía colocadas mis manos sobre su pecho usándolas como barreras. Elevé también la mirada al cielo nocturno y vi un hermoso halcón que volaba sobre nosotros, acercándose cada vez más; sus ojos verdes brillaban como dos esmeraldas. Me acordé de aquel impresionante ser que acompañaba a Adrián al llegar a la finca y de cómo se volvió halcón ante mi mirada incrédula ¡Debía de ser él! Eso logró que mis esperanzas se elevaran, pero estas se desplomaron con la misma rapidez con la que llegaron, al ver cómo aquella ave se perdía en una niebla oscura y densa que apareciendo de la nada, se la tragó repentinamente, tal y como había sucedido en la hacienda. Edmundo se carcajeó, pero yo no me di por vencida; debía liberarme de aquellas garras que se aferraban a mí, implacables. Entramos por un camino e
Arturo. —¡Detén el carruaje! —ordené a mi cochero al ver a un jinete caer de su caballo. Bajé rápidamente para averiguar. —¡No se baje, mi señor! —vociferó Vicente—, yo mismo puedo averiguar, creo que se trata de una joven. —No te preocupes, yo lo haré contigo —. Efectivamente, como lo había provisto Vicente, al acercarme me di cuenta de que era una joven. Su ropa estaba rasgada, se notaba que escapaba de algo muy grave. Me acerqué a ella y la tomé entre mis brazos. —¿Qué piensa hacer, amo? —preguntó Vicente con curiosidad. —Llevármela. No considerarás que la dejaré tirada en medio de esta noche lluviosa —Vicente no dijo nada, pero sus ojos me miraron con extrañeza por mi actitud. No era propio de mí aquel comportamiento; mi naturaleza huraña era muy marcada. Al alzarla percibí un aroma que no era desconocido para mí; en ese instante sentí la presencia de mi padre, hombre que aún rechazaba, pero que siempre estaba ahí. Al tomar aquella mujer, algo extraño sucedió en mi
—Coloca la vasija sobre la mesa de noche; yo me encargaré de lo demás —le ordenó Mariana a la muchacha. —Como usted diga —contestó la joven, hizo una reverencia y se marchó en silencio. Mariana me miró y me dijo: —Inefable… altas cualidades divinas que son imposible de explicar, y que van más allá de tu entendimiento. Son sentimientos que no conocen límites ¡La dicha inefable de los bienaventurados! Todo lo contrario, a lo impronunciable e indecible… No deberías de temerle, todo lo contrario, he ahí lo que tu alma añoraba. —¡Qué ironía! El sarcasmo en su esencia más pura, yo soy lo impronunciable, una herejía. Esto es estúpido ¿Quieres hacerme creer la historia que me contó tantas veces mi madre? Ahora resulta que esta muchacha es quien me mostrará ese mundo visto desde las estrellas cuando ya estoy cansado de posar mis ojos sobre mis cicatrices —respondí con burla. —Y entonces, mi querido caballero oscuro, si es mentira y no lo consideras, ¿cómo es que puedes percibir en el