¿Cómo se encuentra la señora Elizabeth? —Preguntó Guillermo a Rodolfo que parecía una chimenea humana de tantos puros que había consumido.
—Muy afectada y esa actitud para mí es exagerada —le contestó el hombre con voz tensa.
—Bueno, tú mismo me contaste los lazos que ellas crearon.
—Aun así, Guillermo, Elizabeth parece estar en otro mundo y no es este.
—Trata de comprenderla —le dijo Guillermo tratando de apelar a sus sentimientos más humanos, pero sus palabras solamente lograron dibujar una sonrisa irónica en el hombre.
—No sabes lo que me pides, en eso se me ha ido casi toda mi vida: en tratar de comprender a la mujer que Dios me dio como esposa —sus palabras tenían un dejo de melancolía e ironía, también decepci&oacut
Adrián. Logré canalizar el dolor. Bacco se bajó de mi espalda e inició su explicación sobre el arte del ataque: —Quédate un instante más en esa posición —me indicó y seguidamente los demás abrieron más el círculo, dándonos un espacio aún más grande—. No podemos dejarte partir, mucho menos al ver tu defensa ante el atacante oscuro… Debo aclararte que eso solamente fue un poco de lo que esos seres pueden hacer. Levántate e ignora el dolor, ¡Bloquéalo! —haciendo caso a lo que me pidió y tratando de controlar el dolor que disminuía, me levanté y le di el frente poniendo profunda atención a cada una de sus palabras. Él me dijo: —Prevalecer en combate cuerpo a cuerpo es lo que debes tener en tu mente, sin importar el tamaño y potencia fís
Con el impacto quedé mareado y algo aturdido, pero no acepté la derrota. Un denso humo se fue esparciendo por el espacio envolviéndome. Ese humo me obstaculizó la visión, hasta que recordé su nombre. Mi mente lo invocó sin necesidad de yo pedirlo. Ella, la otra parte de mi corazón, me impulsó a continuar luchando ¡Debía hacerlo! Tenía que llegar a Estefanía. La piel me dolía por no poder tocarla. Ahí, su figura casi fantasmagórica se hizo visible, volviéndose mi guía, jalándome como si volara.No sé cómo diablos lo logré, lo cierto era que estaba en lo más alto del bosque. Divisé un claro —¡No voy a dejar que me coma el diablo! —exclamé; me elevé por los aires y comencé a saltar entre las ramas. Un rayo rojizo arrancó una
—¡Todos hemos perdido mucho en esta guerra! Luthzer nos ha dado por donde más nos duele: mató a mucho de los nuestros, aunque no somos los únicos centinelas que quedamos; hay muchos más que lograron escapar a su ira. Unos decidieron adaptarse a la vida humana tomando el ejemplo de Luthzer, pero es un precio muy caro el pretender que se puede comenzar una existencia normal en este mundo. Para crear una familia en este planeta debemos hallar a los que posean la maldición de Hanna y eso implica muerte y destierro… ¡Tienes que aceptarlo y entenderlo, tú no puedes pretender vivir una vida normal como la viviste hasta ahora! Tarde o temprano la destrucción toca a quien amas. Luthzer se volvió un genocida. Y hay otro peligro que acecha: no solamente se trata de la bruja que borra las huellas del hijo de Luthzer, también está su consejero, se hace llamar Istvan Pierre Gicomo, p
—He querido hablar contigo, muchacha, y si no me equivoco, sé que tú también has querido hacerlo conmigo. —Es cierto Padre —no me contuve y dejé salir mi temor ante el párroco. Sabía que era un hombre de fiar, un hombre de fe en quien Rodolfo había depositado toda su confianza. —Habla, Estefanía —me pidió. —Padre, sé que lo que voy a decirle parecerá una locura —le advertí. —Ponme a prueba, pero antes quiero saber cómo está tu relación con Elizabeth, sé que no es agradable. —Realmente no lo es, pero las aguas han estado tranquilas. —Aun así, muchacha, mantente alejada; ella ha estado muy susceptible y no quiero que por estar en ese estado depresivo, lancé ofensas en contra tuya. —Lo sé Padre, y no sabes cuánto he sufrido por esa situación. Pero, en fin, Dios es mi testigo que nada he hecho para ganar tan mortal odio; mi único pecado fue haberme enamorado de Adrián. —¡Pecado! —exclamó él. No pude disimular, mi cara se ensombreció. El sacerdote lo not
Estefanía.Otras Semanas después. Cada día traté de infundirme valor, pero no lo logré. Volví a sentirme desamparada, afrontando sola esta desgracia. Era difícil aceptar que yo no podía cambiar quién era, y mi entereza mental tenía un precio demasiado alto que debía pagar. No tuve más noticias de Adrián. Ese silencio terminó de resquebrajar la poca fortaleza que me quedaba. Traté de mantener mi orgullo aparentando que estaba bien, cuando dentro de mí solamente crecía un averno. Yo moría cada día por dentro por no saber de él, el escudo que coloqué sobre mí se quebraba, ya no podía mentir más. Hice todo lo necesario para mantener la cordura, el valor por acercarme al mausoleo y rociar el agua bendita no aparecía en mí todavía. Sé que tenía que hacerlo, pero engañaba a mi mente escondiéndome en la excusa de que después de varias semanas nada extraño sucedía. Otro de los inconvenientes que me preocupaba y me daba vueltas en la cabeza, era que el padre Arístides, luego de nu
El doctor me exigió explicaciones. Primero se quejó enérgicamente recordándome que el Padre estaba de reposo absoluto y no podía alterarse. Traté de defenderme contando únicamente las partes creíbles, omitiendo lo del diario y el agua bendita que eché en su mano; sin embargo, la manera en la que irrumpí en el cuarto me dejó mal parada ante el médico. Esperé que verificara al sacerdote minuciosamente. Después dijo: —Al Padre Arístides le dio un ataque fulminante al corazón —luego de decir aquellas palabras, sus ojos manifestaron asombró al ver como su mano, que minutos antes estaba negra, ahora tenía su color normal. Las insoportables mujeres ya no estaban en la iglesia y fue mejor así. De habérmelas encontrado de seguro me condenarían y mi terrible miedo y angustia me hubieran llevado a golpear sus odiosas y maquilladas caras. Fui a donde amarré mi caballo y lo desaté; sollozaba. Rápidamente, subí al caballo y comencé a galopar, quizás con la ilusión de dejar todo lo amargo detrás; s
Pude divisar la finca, entré al camino circundado por los árboles de álamo que conducía al inmenso portal de la propiedad. En ese momento una nueva sensación se apoderó de mí y la mirada de Adrián me llegó, perpetuándose en mi mente como una premonición que me informaba que más pronto de lo que creía lo volvería a ver. “Oh, cariño mío, tú sabes que te voy a amar hasta el final de los tiempos…” —susurré deteniendo el caballo. Solamente Adrián me demostraba que yo era digna de todo. Apenas entré en la finca, José y María vinieron corriendo hacia mí. Sus rostros estaban consternados. —¡Niña Estefanía, venga rápido! La patrona se volvió loca, está golpeando a Rosa junto con Edmundo.—Qué Elizabeth, ¡qué! —exclamé y la rabia recorrió todo mi cuerpo hasta el punto de que golpeé el caballo y salí a todo galopé hacia las barracas. Corrí con tanta fuerza que llegué en cuestión de minutos hasta donde Edmundo y Elizabeth tenían a Rosa; ellos les habían prohibido a los demás esclavos estar
—¡Qué rayos sucede aquí! Acaso todos los demonios decidieron bajar y traer discordia a mi hogar —era Rodolfo que llegó junto a Guillermo. Se mostró horrorizado y ambos hombres corrieron hacia mí. —¿Adrián cuándo llegaste? —Inquirió el hombre con entusiasmo que se apagó rápidamente al verme golpeada y a Rosa casi inconsciente. —¡Qué has hecho, Elizabeth! —Exclamó Rodolfo, mientras Guillermo miraba a Adrián con pena. Elizabeth intervino, enloquecida: —En vez de estar reclamándome y juzgándome, mira a tu propia obra… Tu pesadilla se acaba de materializar: ¡Adrián viene por Estefanía, tu hija! Y no solo eso, los demonios que tanto han perseguido a esta familia se están manifestando, ¡ellos vienen en camino! —A Rodolfo se le tensó el semblante. —¡Ya basta madre, calla y no sigas condenándonos! —gritó Adrián casi perdiendo los estribos. Yo sentí que estaba a punto de enloquecer; en ese instante la vida se me escapaba. —Ella no te miente, hijo… —dijo Rodolfo, tomó aire y luego