Estefanía. Fueron mis nervios lo que produjeron que escuchara ruidos. Era consciente de que Rodolfo no tenía cabeza para examinar el pasadizo, su mente estaba concentrada en la muerte aparente de ese demonio con largos colmillos. El recuerdo de Joaquina me cogió desprevenida; la echaba de menos y no había ningún día en el que no me preguntara si ella estaría bien, al igual que no había ningún día en el que no le pidiera a Dios y a mi madrina que la protegieran. ¡Cuánta falta me hacía su compañía! De estar cerca mi carga sería más llevadera. Dejé a un lado mi nostalgia y recordé la muerte de Lilian; tenía que llenarme de valor y hablar con el sacerdote Arístides, pero antes debía averiguar cómo acceder por esa puerta que tenía grabada la misma marca que le salía
Al llegar, el centinela tiró de las riendas de su caballo para hacer que este se detuviera. Pude observar su rostro aún cubierto con la capucha azul. Todo cobró sentido: él era Alyan, el tercero de los trillizos. A continuación, Alyan tomó una cadena que parecía de oro con un medallón que colgaba de su cuello; este tenía el mismo símbolo que posaba en mis muñecas; Yahadet también poseía un símbolo en su anillo, específicamente una espiral, quizás eran sus amuletos. Al abrir Alyan el medallón pude ver una especie de luz dorada que se desprendía de su interior y que crecía vertiginosamente adentro hasta salir envolviendo el carruaje. —¡El tiempo apremia! —sentí su voz en mi cabeza. —No puedo abandonarlo solo aquí, en medio de este sendero peligroso, y mucho menos c
Vi con sorpresa cómo el otro igual que yacía debajo de mí, ya no estaba, había desaparecido.Yo combatí contra un espejismo, mientras que el verdadero monstruo se enfrentaba a Alyan. Corrí hacia él y vi que su cabeza estaba completamente girada hacia su espalda. —Creo que ahora sí está muerto —indiqué. Él me miró. —No lo está, simplemente lo induje al letargo. No es sencillo acabar con los oscuros o, mejor dicho, con los vampiros, como ellos mismos se han bautizado y que son herederos de la primera línea. El individuo que yace inconsciente en el suelo fue bautizado por el mismo líder de la rebelión, por lo tanto, sería conveniente darnos prisa; disponemos de 15 minutos desde este momento hasta que se despierte y reciba ayuda oscura. —¿Todos tienen ese aspecto tan re
¿Cómo se encuentra la señora Elizabeth? —Preguntó Guillermo a Rodolfo que parecía una chimenea humana de tantos puros que había consumido. —Muy afectada y esa actitud para mí es exagerada —le contestó el hombre con voz tensa. —Bueno, tú mismo me contaste los lazos que ellas crearon. —Aun así, Guillermo, Elizabeth parece estar en otro mundo y no es este. —Trata de comprenderla —le dijo Guillermo tratando de apelar a sus sentimientos más humanos, pero sus palabras solamente lograron dibujar una sonrisa irónica en el hombre. —No sabes lo que me pides, en eso se me ha ido casi toda mi vida: en tratar de comprender a la mujer que Dios me dio como esposa —sus palabras tenían un dejo de melancolía e ironía, también decepci&oacut
Adrián. Logré canalizar el dolor. Bacco se bajó de mi espalda e inició su explicación sobre el arte del ataque: —Quédate un instante más en esa posición —me indicó y seguidamente los demás abrieron más el círculo, dándonos un espacio aún más grande—. No podemos dejarte partir, mucho menos al ver tu defensa ante el atacante oscuro… Debo aclararte que eso solamente fue un poco de lo que esos seres pueden hacer. Levántate e ignora el dolor, ¡Bloquéalo! —haciendo caso a lo que me pidió y tratando de controlar el dolor que disminuía, me levanté y le di el frente poniendo profunda atención a cada una de sus palabras. Él me dijo: —Prevalecer en combate cuerpo a cuerpo es lo que debes tener en tu mente, sin importar el tamaño y potencia fís
Con el impacto quedé mareado y algo aturdido, pero no acepté la derrota. Un denso humo se fue esparciendo por el espacio envolviéndome. Ese humo me obstaculizó la visión, hasta que recordé su nombre. Mi mente lo invocó sin necesidad de yo pedirlo. Ella, la otra parte de mi corazón, me impulsó a continuar luchando ¡Debía hacerlo! Tenía que llegar a Estefanía. La piel me dolía por no poder tocarla. Ahí, su figura casi fantasmagórica se hizo visible, volviéndose mi guía, jalándome como si volara.No sé cómo diablos lo logré, lo cierto era que estaba en lo más alto del bosque. Divisé un claro —¡No voy a dejar que me coma el diablo! —exclamé; me elevé por los aires y comencé a saltar entre las ramas. Un rayo rojizo arrancó una
—¡Todos hemos perdido mucho en esta guerra! Luthzer nos ha dado por donde más nos duele: mató a mucho de los nuestros, aunque no somos los únicos centinelas que quedamos; hay muchos más que lograron escapar a su ira. Unos decidieron adaptarse a la vida humana tomando el ejemplo de Luthzer, pero es un precio muy caro el pretender que se puede comenzar una existencia normal en este mundo. Para crear una familia en este planeta debemos hallar a los que posean la maldición de Hanna y eso implica muerte y destierro… ¡Tienes que aceptarlo y entenderlo, tú no puedes pretender vivir una vida normal como la viviste hasta ahora! Tarde o temprano la destrucción toca a quien amas. Luthzer se volvió un genocida. Y hay otro peligro que acecha: no solamente se trata de la bruja que borra las huellas del hijo de Luthzer, también está su consejero, se hace llamar Istvan Pierre Gicomo, p
—He querido hablar contigo, muchacha, y si no me equivoco, sé que tú también has querido hacerlo conmigo. —Es cierto Padre —no me contuve y dejé salir mi temor ante el párroco. Sabía que era un hombre de fiar, un hombre de fe en quien Rodolfo había depositado toda su confianza. —Habla, Estefanía —me pidió. —Padre, sé que lo que voy a decirle parecerá una locura —le advertí. —Ponme a prueba, pero antes quiero saber cómo está tu relación con Elizabeth, sé que no es agradable. —Realmente no lo es, pero las aguas han estado tranquilas. —Aun así, muchacha, mantente alejada; ella ha estado muy susceptible y no quiero que por estar en ese estado depresivo, lancé ofensas en contra tuya. —Lo sé Padre, y no sabes cuánto he sufrido por esa situación. Pero, en fin, Dios es mi testigo que nada he hecho para ganar tan mortal odio; mi único pecado fue haberme enamorado de Adrián. —¡Pecado! —exclamó él. No pude disimular, mi cara se ensombreció. El sacerdote lo not