—¡Niña, Estefanía! ¿Qué está haciendo aquí, tirada? —exclamó Rosa, sorprendida, tomándome por los brazos y sacudiéndome con fuerza—. —La locura viene hacia mí, Rosa, ya no puedo escapar —balbuceé. Ella colocó su mano en mi frente para ver si tenía fiebre. —Hija mía, una noche eterna, parece haberse posado sobre esta hacienda y, que Dios me perdone por lo que voy a decir, pero la muerte de Lilian me trajo tranquilidad. —¿Entonces es cierto? ¡Realmente falleció! —aunque sabía que esa diabla estaba muerta, mi mente no lo creía, percibía que algo más potente y negro ocurría. —Sí, el patrón mandó por el médico. La señora Elizabeth no para de llorar. Sal&iacut
Adrián. Mis ojos contemplaban el líquido azul contenido en el recipiente de cristal. Recordando las explicaciones de Yahadet, quité la tapa del pequeño frasco y me lo tomé sin respirar hasta la última gota, dejando de un lado el temor del efecto que aquel brebaje podía producirme. Si era la muerte, entonces ya era tarde, pero debía arriesgarme; lo que había vivido los últimos días fue muy real. Pude sentir cómo el líquido recorrió mi cuerpo, penetró en mis venas, primero frío y luego tibio; noté cómo los rabihats de mi cuerpo se iban volviendo azul como los vi en ellos; giré para colocarme de espalda frente al espejo; detallé los de mi espalda y vi que también se tiñeron de azul. Hice todo tal y como me lo indicaron los centinelas, di instrucciones en la casa y dejé todo arreglado para mi partida, aunque Violeta y Pablo mostraron cara de no estar de acuerdo por lo rápido de mi estadía. El tiempo apremiaba. Me recosté un momento, sentí cómo mis músculos se relajaban y se me despe
Estefanía. Fueron mis nervios lo que produjeron que escuchara ruidos. Era consciente de que Rodolfo no tenía cabeza para examinar el pasadizo, su mente estaba concentrada en la muerte aparente de ese demonio con largos colmillos. El recuerdo de Joaquina me cogió desprevenida; la echaba de menos y no había ningún día en el que no me preguntara si ella estaría bien, al igual que no había ningún día en el que no le pidiera a Dios y a mi madrina que la protegieran. ¡Cuánta falta me hacía su compañía! De estar cerca mi carga sería más llevadera. Dejé a un lado mi nostalgia y recordé la muerte de Lilian; tenía que llenarme de valor y hablar con el sacerdote Arístides, pero antes debía averiguar cómo acceder por esa puerta que tenía grabada la misma marca que le salía
Al llegar, el centinela tiró de las riendas de su caballo para hacer que este se detuviera. Pude observar su rostro aún cubierto con la capucha azul. Todo cobró sentido: él era Alyan, el tercero de los trillizos. A continuación, Alyan tomó una cadena que parecía de oro con un medallón que colgaba de su cuello; este tenía el mismo símbolo que posaba en mis muñecas; Yahadet también poseía un símbolo en su anillo, específicamente una espiral, quizás eran sus amuletos. Al abrir Alyan el medallón pude ver una especie de luz dorada que se desprendía de su interior y que crecía vertiginosamente adentro hasta salir envolviendo el carruaje. —¡El tiempo apremia! —sentí su voz en mi cabeza. —No puedo abandonarlo solo aquí, en medio de este sendero peligroso, y mucho menos c
Vi con sorpresa cómo el otro igual que yacía debajo de mí, ya no estaba, había desaparecido.Yo combatí contra un espejismo, mientras que el verdadero monstruo se enfrentaba a Alyan. Corrí hacia él y vi que su cabeza estaba completamente girada hacia su espalda. —Creo que ahora sí está muerto —indiqué. Él me miró. —No lo está, simplemente lo induje al letargo. No es sencillo acabar con los oscuros o, mejor dicho, con los vampiros, como ellos mismos se han bautizado y que son herederos de la primera línea. El individuo que yace inconsciente en el suelo fue bautizado por el mismo líder de la rebelión, por lo tanto, sería conveniente darnos prisa; disponemos de 15 minutos desde este momento hasta que se despierte y reciba ayuda oscura. —¿Todos tienen ese aspecto tan re
¿Cómo se encuentra la señora Elizabeth? —Preguntó Guillermo a Rodolfo que parecía una chimenea humana de tantos puros que había consumido. —Muy afectada y esa actitud para mí es exagerada —le contestó el hombre con voz tensa. —Bueno, tú mismo me contaste los lazos que ellas crearon. —Aun así, Guillermo, Elizabeth parece estar en otro mundo y no es este. —Trata de comprenderla —le dijo Guillermo tratando de apelar a sus sentimientos más humanos, pero sus palabras solamente lograron dibujar una sonrisa irónica en el hombre. —No sabes lo que me pides, en eso se me ha ido casi toda mi vida: en tratar de comprender a la mujer que Dios me dio como esposa —sus palabras tenían un dejo de melancolía e ironía, también decepci&oacut
Adrián. Logré canalizar el dolor. Bacco se bajó de mi espalda e inició su explicación sobre el arte del ataque: —Quédate un instante más en esa posición —me indicó y seguidamente los demás abrieron más el círculo, dándonos un espacio aún más grande—. No podemos dejarte partir, mucho menos al ver tu defensa ante el atacante oscuro… Debo aclararte que eso solamente fue un poco de lo que esos seres pueden hacer. Levántate e ignora el dolor, ¡Bloquéalo! —haciendo caso a lo que me pidió y tratando de controlar el dolor que disminuía, me levanté y le di el frente poniendo profunda atención a cada una de sus palabras. Él me dijo: —Prevalecer en combate cuerpo a cuerpo es lo que debes tener en tu mente, sin importar el tamaño y potencia fís
Con el impacto quedé mareado y algo aturdido, pero no acepté la derrota. Un denso humo se fue esparciendo por el espacio envolviéndome. Ese humo me obstaculizó la visión, hasta que recordé su nombre. Mi mente lo invocó sin necesidad de yo pedirlo. Ella, la otra parte de mi corazón, me impulsó a continuar luchando ¡Debía hacerlo! Tenía que llegar a Estefanía. La piel me dolía por no poder tocarla. Ahí, su figura casi fantasmagórica se hizo visible, volviéndose mi guía, jalándome como si volara.No sé cómo diablos lo logré, lo cierto era que estaba en lo más alto del bosque. Divisé un claro —¡No voy a dejar que me coma el diablo! —exclamé; me elevé por los aires y comencé a saltar entre las ramas. Un rayo rojizo arrancó una