Cuando subió al coche, marcó el número de Katherine, como de costumbre le enviaba a buzón, había decidido desaparecer. Apretó el volante con fuerza y echó la cabeza hacia atrás, se encontraba desesperado y, ahora, dolido por su ausencia. Sus días eran grises y los recuerdos de los momentos felices que vivieron juntos ardían y dolían en todas partes. La necesitaba, vivía en el infierno y no encontraba cómo salir de allí sin ella.Cada noche despertaba con las peores pesadillas, algunas veces podía verla, y la dicha que sentía lo invadía. Ella sonreía en algunos encuentros y desaparecía en la espesa niebla. Otras veces, estaban tan cerca que hasta podía tocarla, mas, de la nada volvía a esfumarse; despertaba llamándola, sudando y sin poder respirar. Era como si hasta en sueños se negara a estar con él. El tiempo era doloroso, su ausencia, su aroma en la habitación, imaginársela sentada en el comedor, en su habitación tocando la guitarra, sus risas escandalosas cuando él le hacía un chis
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