Katherine había estado en aquel baño por lo que pareció una eternidad. Necesitaba amainar sus nervios y su coraje, Ivette resultó descarada en demasía. Tuvo que hacerse de todo su autocontrol para no caer en su maldito juego, Además, estaba el hecho de que sabía que, a Daniel le seguía inquietando su presencia, pudo sentirlo en su forma de respirar, desconocía si estaba viendo fantasmas donde no los había o imaginándose lo que no era, ya no sabía ni siquiera qué sentir, el corazón le parecía tan pesado que podía caer a su estómago.Solo quería marcharse, pero no saldría corriendo de aquella casa, demostrándole a ella, cómo las dudas habían perforado su seguridad.—Debes dejarlo en paz. —Escuchó la voz de Ileana—. Ya deja de actuar como una adolescente insensata, date cuenta de que él continuó con su vida. Dios, ¿cómo hago para que entiendas?—¿Por qué demonios siempre estás poniéndolo a él por encima de mí? —Ivette le reclamó a su hermana.—Porque es lo correcto, y no lo estoy poniend
Hacía una semana que aquellas amargas verdades la golpearon en el rostro con fuerza descomunal y aún no lograba recuperarse, seguía sin poder recoger los pedazos esparcidos de su corazón.En un principio, sintió que podía morirse, que el dolor no se apagaría, que flagelaría su piel por siempre. Le ardían los ojos y la garganta de tanto que había llorado, nunca antes había sentido el dolor tan hondo, invadiendo toda luz dentro de ella. Era como si las lágrimas nunca se agotaran, como si su cerebro no tuviera más recuerdos que los de esa noche. Una sola persona logró destruirla y lo absurdo e irónico, no había sido su padre.Lo cierto era que no podía culpar a nadie más que a sí misma por haber sucumbido. No hubo nadie que le advirtiera que no debía amarlo, no fue como en los libros que ella tanto leía, donde el protagonista —le advertía a la mujer que él era oscuro, peligroso, inconstante o desleal, que solo le rompería el corazón—. No, ella lo sabía, lo escuchó antes de embarcarse en
Hacía una semana que aquellas amargas verdades la golpearon en el rostro con fuerza descomunal y aún no lograba recuperarse, seguía sin poder recoger los pedazos esparcidos de su corazón. En un principio, sintió que podía morirse, que el dolor no se apagaría, que flagelaría su piel por siempre. Le ardían los ojos y la garganta de tanto que había llorado, nunca antes había sentido el dolor tan hondo, invadiendo toda luz dentro de ella. Era como si las lágrimas nunca se agotaran, como si su cerebro no tuviera más recuerdos que los de esa noche. Una sola persona logró destruirla y lo absurdo e irónico, no había sido su padre. Lo cierto era que no podía culpar a nadie más que a sí misma por haber sucumbido. No hubo nadie que le advirtiera que no debía amarlo, no fue como en los libros que ella tanto leía, donde el protagonista —le advertía a la mujer que él era oscuro, peligroso, inconstante o desleal, que solo le rompería el corazón—. No, ella lo sabía, lo escuchó antes de embarcarse en
Si Katherine estaba devastada. No era que Daniel estuviese mejor, esa noche al ver a su esposa salir del baño en casa de su padre, había perdido todo el valor para silenciar a Ivette, ella no importaba. Él sabía que después de lo que su esposa escuchó, no tenía mucho para defenderse. Odió todavía más a Ivette y se sintió cobarde. Se odiaba a sí mismo por no haber hecho nada. No todo lo que dijo aquella loca mujer era verdad. No obstante, el dolor en los ojos grises de Katherine, le helaron la sangre y le cortó la respiración. No sabía cómo, pero necesitaba que ella lo escuchara, lo perdonara por no haber puesto un alto a aquellas palabras de Ivette, que ahora sentenciaban el amor de ambos. No creyó ser capaz, de amar a alguien luego del daño ocasionado por Ivette, mas, Katherine se fue colando bajo su piel, calando hasta los huesos, se metió tan dentro que no había lugar de él que no le perteneciera. Esa primera noche en la que llegó y ella se había marchado en medio de aquella emerg
Cuando subió al coche, marcó el número de Katherine, como de costumbre le enviaba a buzón, había decidido desaparecer. Apretó el volante con fuerza y echó la cabeza hacia atrás, se encontraba desesperado y, ahora, dolido por su ausencia. Sus días eran grises y los recuerdos de los momentos felices que vivieron juntos ardían y dolían en todas partes. La necesitaba, vivía en el infierno y no encontraba cómo salir de allí sin ella.Cada noche despertaba con las peores pesadillas, algunas veces podía verla, y la dicha que sentía lo invadía. Ella sonreía en algunos encuentros y desaparecía en la espesa niebla. Otras veces, estaban tan cerca que hasta podía tocarla, mas, de la nada volvía a esfumarse; despertaba llamándola, sudando y sin poder respirar. Era como si hasta en sueños se negara a estar con él. El tiempo era doloroso, su ausencia, su aroma en la habitación, imaginársela sentada en el comedor, en su habitación tocando la guitarra, sus risas escandalosas cuando él le hacía un chis
—¡Buenos días! —saludó a Anna Collins, quien lo recibió en la sala de casa de Guillermo Deveraux—. ¿Está Guillermo?Anna se sorprendió al ver a Daniel en la casa, su aspecto, aunque más prolijo, se notaba deteriorado, cansado. No existía dudas de que también sufría y, si él estaba así, no quería ni imaginarse a su querida niña.—¡¿Daniel?! —Guillermo salió del área del comedor, extrañado por la visita de su nuero, tan temprano—. ¿Y Katherine?—Necesito hablar con usted —solicitó con su rostro yermo. Guillermo supo que algo andaba mal, aun así, sería justo y lo escucharía.—Vamos a mi despacho —ambos hombres se fueron y Anna Collins rezó porque no fueran malas noticias, porque no había podido hablar con Katherine en los dos últimos días.—Katherine, Katherine. ¿Qué estás planeando? —Anna murmuró angustiada con sus dedos en cruces.—Lamento llegar sin avisar.—Ya déjalo así —Guillermo sacudió su mano sentándose en la silla—. ¿Qué ha pasado con mi hija? —Daniel se removió incómodo y Guil
Cuando Daniel supo en qué lugar podía encontrarse Katherine, no lo pensó demasiado, no supo en cuánto tiempo llegó hasta donde existía una esperanza, su corazón latió a ritmo galopante. No debía esperar más, no podía darle la oportunidad de desaparecer. Así que sin hacer maletas se fue a su encuentro.Al instante de su llegada, lo supo, incluso su corazón lo reconoció, ella se encontraba en ese lugar. Sintió que por fin acabaría aquella tortura, verla era lo que estuvo deseando desde la noche en que ella se fue. No obstante, la esperanza se vio amenazada por el miedo, cuando le informaron que hacía dos días que ella no se encontraba allí. ¿Entonces, su corazón le jugaba una mala pasada? ¿Había llegado?«No, no, sé que volverás, Ángel».Se sentó a esperar en uno de los puestos de comidas, no podía irse sin haber hecho lo necesario, después de todo no cargó con ninguna maleta. A ese extremo no podía darse por vencido. No sabía qué le diría cuando la viera, cómo la haría entender, lo úni
Daniel se armó de paciencia, mientras más ella insistiera en alejarlo, más se quedaría. Katherine debía dejar de escapar, porque él no estaba dispuesto a permitirlo. —Muy bien, tampoco quiero imponer mi presencia —respondió para darle el gusto. —Dijiste que querías que habláramos —le recordó sin mirarlo siquiera. Eso le desgarró el alma, nunca fue tan fría con él, ni siquiera luego de las discusiones que tenían antes o de que la ignorase para evitar caer en su hechizo. —Y lo haremos…, mientras tomamos algo —añadió, viendo su cuerpo iluminado por la luz del fuego en la chimenea. Katherine lo escuchaba mover objetos en la cocina, se resistió a seguirlo con la mirada. Verlo solo le provocaba ganas de correr hacia él y abrazarlo. Necesitaba tanto de su abrazo que se sentía cada vez más miserable. Tenía que ser fuerte, él podía arrastrar cual ola dantesca y sumergirla en la profundidad del mar. Después de unos minutos, ambos tomaron asiento frente al otro en un sofá y bebieron el pri