Cuando amar duele

—¡Buenos días! —saludó a Anna Collins, quien lo recibió en la sala de casa de Guillermo Deveraux—. ¿Está Guillermo?

Anna se sorprendió al ver a Daniel en la casa, su aspecto, aunque más prolijo, se notaba deteriorado, cansado. No existía dudas de que también sufría y, si él estaba así, no quería ni imaginarse a su querida niña.

—¡¿Daniel?! —Guillermo salió del área del comedor, extrañado por la visita de su nuero, tan temprano—. ¿Y Katherine?

—Necesito hablar con usted —solicitó con su rostro yermo. Guillermo supo que algo andaba mal, aun así, sería justo y lo escucharía.

—Vamos a mi despacho —ambos hombres se fueron y Anna Collins rezó porque no fueran malas noticias, porque no había podido hablar con Katherine en los dos últimos días.

—Katherine, Katherine. ¿Qué estás planeando? —Anna murmuró angustiada con sus dedos en cruces.

—Lamento llegar sin avisar.

—Ya déjalo así —Guillermo sacudió su mano sentándose en la silla—. ¿Qué ha pasado con mi hija? —Daniel se removió incómodo y Guil
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