—¡Buenos días! —saludó a Anna Collins, quien lo recibió en la sala de casa de Guillermo Deveraux—. ¿Está Guillermo?Anna se sorprendió al ver a Daniel en la casa, su aspecto, aunque más prolijo, se notaba deteriorado, cansado. No existía dudas de que también sufría y, si él estaba así, no quería ni imaginarse a su querida niña.—¡¿Daniel?! —Guillermo salió del área del comedor, extrañado por la visita de su nuero, tan temprano—. ¿Y Katherine?—Necesito hablar con usted —solicitó con su rostro yermo. Guillermo supo que algo andaba mal, aun así, sería justo y lo escucharía.—Vamos a mi despacho —ambos hombres se fueron y Anna Collins rezó porque no fueran malas noticias, porque no había podido hablar con Katherine en los dos últimos días.—Katherine, Katherine. ¿Qué estás planeando? —Anna murmuró angustiada con sus dedos en cruces.—Lamento llegar sin avisar.—Ya déjalo así —Guillermo sacudió su mano sentándose en la silla—. ¿Qué ha pasado con mi hija? —Daniel se removió incómodo y Guil
Cuando Daniel supo en qué lugar podía encontrarse Katherine, no lo pensó demasiado, no supo en cuánto tiempo llegó hasta donde existía una esperanza, su corazón latió a ritmo galopante. No debía esperar más, no podía darle la oportunidad de desaparecer. Así que sin hacer maletas se fue a su encuentro.Al instante de su llegada, lo supo, incluso su corazón lo reconoció, ella se encontraba en ese lugar. Sintió que por fin acabaría aquella tortura, verla era lo que estuvo deseando desde la noche en que ella se fue. No obstante, la esperanza se vio amenazada por el miedo, cuando le informaron que hacía dos días que ella no se encontraba allí. ¿Entonces, su corazón le jugaba una mala pasada? ¿Había llegado?«No, no, sé que volverás, Ángel».Se sentó a esperar en uno de los puestos de comidas, no podía irse sin haber hecho lo necesario, después de todo no cargó con ninguna maleta. A ese extremo no podía darse por vencido. No sabía qué le diría cuando la viera, cómo la haría entender, lo úni
Daniel se armó de paciencia, mientras más ella insistiera en alejarlo, más se quedaría. Katherine debía dejar de escapar, porque él no estaba dispuesto a permitirlo. —Muy bien, tampoco quiero imponer mi presencia —respondió para darle el gusto. —Dijiste que querías que habláramos —le recordó sin mirarlo siquiera. Eso le desgarró el alma, nunca fue tan fría con él, ni siquiera luego de las discusiones que tenían antes o de que la ignorase para evitar caer en su hechizo. —Y lo haremos…, mientras tomamos algo —añadió, viendo su cuerpo iluminado por la luz del fuego en la chimenea. Katherine lo escuchaba mover objetos en la cocina, se resistió a seguirlo con la mirada. Verlo solo le provocaba ganas de correr hacia él y abrazarlo. Necesitaba tanto de su abrazo que se sentía cada vez más miserable. Tenía que ser fuerte, él podía arrastrar cual ola dantesca y sumergirla en la profundidad del mar. Después de unos minutos, ambos tomaron asiento frente al otro en un sofá y bebieron el pri
Daniel la miró inquebrantable. No sabía si respirar o no, si gritar o agarrarla y levantarla de ese sofá que los separaba como si estuvieran en continentes diferentes y abrazarla como su mente lo pedía. Tanta lejanía le oprimía el corazón. Sin embargo, respondería a todas sus interrogantes. —La noche del beso… —Daniel hizo una pausa—, ella llamó a la hacienda para decirme que iría para allá, yo no la quería cerca de mí, no estaba seguro de lo que sentías por mí y me encontraba confundido con la rabia que sentía por ella, había jurado que Ivette sería solo mi pasado, pero no fue así. Al día siguiente, marcharme fue lo más duro que hice, porque algo más fuerte que mí mismo, me decía que debía quedarme. Estuve a punto de volverme loco, yo… no sabía cómo mirarte luego de la forma en la que te traté después, así que me fui. —Cerró los ojos y echó la cabeza para atrás, siempre se había arrepentido de esa decisión—. Ella llegó a casa de mi padre ese día, no sabía que estaba casado, ni mi pad
Katherine dormía profundo al fin. ¿Tal vez por una semana? La verdad es que ni él mismo sabía cuánto tiempo hacía desde que ella se fuera de su lado, para él parecieron meses. Cada día quizás una eternidad y cada minuto una vida en el infierno. La observó dormida por un rato, estuvo sentado en el suelo a un lado de ella, no quería despegarse de allí, había tenido que vivir sin su presencia por mucho tiempo, y todavía preservaba el miedo de que ella a la mínima oportunidad huyera de nuevo.Es por ello, que hacía media hora cuando se despertó, tras haber tenido otra de las ya incesantes pesadillas de ella alejándose entre la espesa bruma, corrió como bestia salvaje, escaleras arriba, culpándose por haberse quedado dormido. Si era sincero, el sueño le hacía falta. Tomó suave su mano, reteniéndola cerca de él, observando vigilante el rostro de su ángel. Alejó una hebra de cabello que se posó sobre sus ojos y no pudo evitar besarla en la frente; dulce, suave y rápido. Katherine se removió
Cuando la escuchó vomitar en el baño, se asustó y este incrementó cuando ella se negó a responderle, aun así, dejó de oír la llave de la ducha. Estaba consciente, eso lo tranquilizó. Sin embargo, cuando abrió la puerta y vio su aspecto pálido, más fantasmagórico. Lo supo. Había agotado todas las reservas de energía en su cuerpo y la falta de alimentos le pasaba factura a su cuerpo.Se detuvo frente a ella cuando la miró apoyarse en la pared y dar pasos inseguros y tambaleantes. Sabía que con lo terca que era, no dejaría que él la tomara de la mano, siquiera. Sintió temor de que se hubiera descompensado hasta el límite de enfermar.Entonces la miró desorientada y sus rodillas se doblaron. Logró asirla antes de que cayera bocabajo en el suelo. Al levantarla pudo constatar que había disminuido en peso, lo suficiente como para casi no pesar nada.La depositó con cuidado sobre el mullido colchón y acarició su rostro con angustia, tomó su pulso y estaba un poco acelerado, al igual que su co
Katherine miró la hora en el teléfono. Llevaban casi una hora fuera de la cabaña, tras discutir de nuevo y alegar una y mil veces que ella era lo bastante autónoma como para hacer las cosas, que no necesitaba de un vigilante detrás de ella, indicándole lo que debía o no hacer. Se marcharon al médico.Pararon enfrente de una clínica y Katherine miró con resignación el edificio blanco de enormes ventanales. Respiró un par de veces, antes de que Daniel le abriera la puerta para salir. Él le sonreía y ella solo podía mascullar cualquier palabra y evitar su contacto.«Resiste, resiste, Katherine», se animaba a sí cada vez que él se le acercaba.Caminaron juntos, pero sin tocarse. Ella seguía manteniendo la distancia y aunque no lo dijera, a él le dolía. Necesitaba tanto de su roce, de su toque, su piel, el calor de su cuerpo, todo su perfume, su risa y, sobre todo, que lo mirase con el candor de un amor naciente. Con aquella mirada diáfana y risueña.Le dijo todo lo que sentía, lo que ella
Katherine no dijo nada más, salió del consultorio tras darle las gracias al amable doctor y esperó por Daniel en el pasillo. Caminaron sin decir nada, el silencio frío e incómodo interceptó cualquier punto que les permitiera converger. Ya no eran ni la sombra de lo que fueron en su viaje a la isla ni los días posteriores. En ese instante, sí que parecían un matrimonio obligado. Él respiró hondo.—Estos exámenes los haremos mañana antes de irnos a casa —Daniel anunció una vez que estuvieron dentro del carro.—¿Irnos? —Katherine mostró su reticencia—. Yo no pienso irme contigo a ningún lado.El carro frenó de repente y él sacó las llaves del inducido antes de voltearse a mirarla. Ella miraba al frente, sorprendida por lo abrupto del frenazo.—Escúchame algo —Daniel habló conteniéndose—. Tanto quieras cómo no, te vas a regresar conmigo. Entiende eso, mientras más pronto lo hagas será mejor para ti.—¿No entendiste? ¿O no te da la gana de entender? —Ella siseó molesta—. Ya no te quiero y