Katherine no estaba nerviosa cuando llegaron a la casa de su suegro. Hasta la palabra «suegro» le causaba risas. Daniel no pudo oponerse aun con todos los problemas en la hacienda, su padre no entendería que él no supiera lidiar con la presión, aunque contase con eso para manejar la herencia de su hijo a su antojo.Bajaron del auto y él la tomó de la mano, negando con la cabeza al observar renuente la imponente casa de su padre. Tal vez se debiera a los recuerdos vividos allí, o al simple hecho de que la relación entre él y su padre era casi inexistente.Fueron recibidos por Ileana, una hermosa mujer, amable y elegante. Se parecía mucho a Ivette, aunque sus ojos poseían el mismo color mirada era más dulce que la de su hermana. A Katherine le resultó conocida de algún lugar, quizás la había visto en una foto. La mujer abrazó a Daniel con verdadero afecto y luego de mirar rápido a Katherine, la recibió con un beso y un abrazo, tal como lo hubiera hecho la madre de su esposo si estuviese
Katherine no pudo evitar un funesto sentimiento hacia la mujer. Esta podía ahorrarse resaltar cuál había sido su relación con Daniel. Sabía que algún día llegaría el desagradable encuentro, solo que no calculó que fuese en ese momento, delante de su padre. Asió con fuerza su copa, controlando las ganas de arrojar el contenido sobre el rostro perfecto de esa mujer.—No te preocupes, cariño. Por fortuna, tú eres la esposa… —sonrió con amargura—, aunque él siempre me amará a mí —la joven acotó en voz baja solo para que ella la escuchara.—Tú lo has dicho, soy yo su esposa, presente —Katherine sonrió erguida y soberbia—. Tú eres pasado. —La miró de arriba abajo con hastío y dio la vuelta para volver con su esposo, mas, se topó con él de frente.—Tranquilo que no muerdo. —Ivette sonrió al ver cómo protegía a su esposa.Ivette no tenía límites, con lo que se acercó a él con esa sonrisa tan calculadora y mirada fría, dándole un beso en la mejilla.—¡Hum! Sigues oliendo apetecible —suspiró ig
Katherine había estado en aquel baño por lo que pareció una eternidad. Necesitaba amainar sus nervios y su coraje, Ivette resultó descarada en demasía. Tuvo que hacerse de todo su autocontrol para no caer en su maldito juego, Además, estaba el hecho de que sabía que, a Daniel le seguía inquietando su presencia, pudo sentirlo en su forma de respirar, desconocía si estaba viendo fantasmas donde no los había o imaginándose lo que no era, ya no sabía ni siquiera qué sentir, el corazón le parecía tan pesado que podía caer a su estómago.Solo quería marcharse, pero no saldría corriendo de aquella casa, demostrándole a ella, cómo las dudas habían perforado su seguridad.—Debes dejarlo en paz. —Escuchó la voz de Ileana—. Ya deja de actuar como una adolescente insensata, date cuenta de que él continuó con su vida. Dios, ¿cómo hago para que entiendas?—¿Por qué demonios siempre estás poniéndolo a él por encima de mí? —Ivette le reclamó a su hermana.—Porque es lo correcto, y no lo estoy poniend
Hacía una semana que aquellas amargas verdades la golpearon en el rostro con fuerza descomunal y aún no lograba recuperarse, seguía sin poder recoger los pedazos esparcidos de su corazón.En un principio, sintió que podía morirse, que el dolor no se apagaría, que flagelaría su piel por siempre. Le ardían los ojos y la garganta de tanto que había llorado, nunca antes había sentido el dolor tan hondo, invadiendo toda luz dentro de ella. Era como si las lágrimas nunca se agotaran, como si su cerebro no tuviera más recuerdos que los de esa noche. Una sola persona logró destruirla y lo absurdo e irónico, no había sido su padre.Lo cierto era que no podía culpar a nadie más que a sí misma por haber sucumbido. No hubo nadie que le advirtiera que no debía amarlo, no fue como en los libros que ella tanto leía, donde el protagonista —le advertía a la mujer que él era oscuro, peligroso, inconstante o desleal, que solo le rompería el corazón—. No, ella lo sabía, lo escuchó antes de embarcarse en
Hacía una semana que aquellas amargas verdades la golpearon en el rostro con fuerza descomunal y aún no lograba recuperarse, seguía sin poder recoger los pedazos esparcidos de su corazón. En un principio, sintió que podía morirse, que el dolor no se apagaría, que flagelaría su piel por siempre. Le ardían los ojos y la garganta de tanto que había llorado, nunca antes había sentido el dolor tan hondo, invadiendo toda luz dentro de ella. Era como si las lágrimas nunca se agotaran, como si su cerebro no tuviera más recuerdos que los de esa noche. Una sola persona logró destruirla y lo absurdo e irónico, no había sido su padre. Lo cierto era que no podía culpar a nadie más que a sí misma por haber sucumbido. No hubo nadie que le advirtiera que no debía amarlo, no fue como en los libros que ella tanto leía, donde el protagonista —le advertía a la mujer que él era oscuro, peligroso, inconstante o desleal, que solo le rompería el corazón—. No, ella lo sabía, lo escuchó antes de embarcarse en
Si Katherine estaba devastada. No era que Daniel estuviese mejor, esa noche al ver a su esposa salir del baño en casa de su padre, había perdido todo el valor para silenciar a Ivette, ella no importaba. Él sabía que después de lo que su esposa escuchó, no tenía mucho para defenderse. Odió todavía más a Ivette y se sintió cobarde. Se odiaba a sí mismo por no haber hecho nada. No todo lo que dijo aquella loca mujer era verdad. No obstante, el dolor en los ojos grises de Katherine, le helaron la sangre y le cortó la respiración. No sabía cómo, pero necesitaba que ella lo escuchara, lo perdonara por no haber puesto un alto a aquellas palabras de Ivette, que ahora sentenciaban el amor de ambos. No creyó ser capaz, de amar a alguien luego del daño ocasionado por Ivette, mas, Katherine se fue colando bajo su piel, calando hasta los huesos, se metió tan dentro que no había lugar de él que no le perteneciera. Esa primera noche en la que llegó y ella se había marchado en medio de aquella emerg
Cuando subió al coche, marcó el número de Katherine, como de costumbre le enviaba a buzón, había decidido desaparecer. Apretó el volante con fuerza y echó la cabeza hacia atrás, se encontraba desesperado y, ahora, dolido por su ausencia. Sus días eran grises y los recuerdos de los momentos felices que vivieron juntos ardían y dolían en todas partes. La necesitaba, vivía en el infierno y no encontraba cómo salir de allí sin ella.Cada noche despertaba con las peores pesadillas, algunas veces podía verla, y la dicha que sentía lo invadía. Ella sonreía en algunos encuentros y desaparecía en la espesa niebla. Otras veces, estaban tan cerca que hasta podía tocarla, mas, de la nada volvía a esfumarse; despertaba llamándola, sudando y sin poder respirar. Era como si hasta en sueños se negara a estar con él. El tiempo era doloroso, su ausencia, su aroma en la habitación, imaginársela sentada en el comedor, en su habitación tocando la guitarra, sus risas escandalosas cuando él le hacía un chis
—¡Buenos días! —saludó a Anna Collins, quien lo recibió en la sala de casa de Guillermo Deveraux—. ¿Está Guillermo?Anna se sorprendió al ver a Daniel en la casa, su aspecto, aunque más prolijo, se notaba deteriorado, cansado. No existía dudas de que también sufría y, si él estaba así, no quería ni imaginarse a su querida niña.—¡¿Daniel?! —Guillermo salió del área del comedor, extrañado por la visita de su nuero, tan temprano—. ¿Y Katherine?—Necesito hablar con usted —solicitó con su rostro yermo. Guillermo supo que algo andaba mal, aun así, sería justo y lo escucharía.—Vamos a mi despacho —ambos hombres se fueron y Anna Collins rezó porque no fueran malas noticias, porque no había podido hablar con Katherine en los dos últimos días.—Katherine, Katherine. ¿Qué estás planeando? —Anna murmuró angustiada con sus dedos en cruces.—Lamento llegar sin avisar.—Ya déjalo así —Guillermo sacudió su mano sentándose en la silla—. ¿Qué ha pasado con mi hija? —Daniel se removió incómodo y Guil