El sol brilló con intenso fulgor en un cielo despoblado de nubes, sus rayos caían sobre el rostro de Katherine, quien se estiró entre las sábanas de la cama y sintió el vacío a su lado. Palmeó para comprobarlo y así era. Sin embargo, esta vez no sintió que fuera abandono. Se levantó de la cama con algo de dolor en la parte baja de su vientre, y sonrió al recordar la noche agitada sumergidos en la vorágine de pasión. Caminó hasta el baño y abrió la llave del agua caliente del jacuzzi, agregó sales y gel de baño, se deshizo de la sábana que la cubría, tomó la temperatura del agua y se introdujo feliz de cómo sentaba el agua para sus músculos y su cuerpo en general, cerró los ojos y se permitió disfrutar.Rememoró cada uno de los besos y las caricias de la noche anterior, cómo sus cuerpos se fundían hasta ser uno, un solo sentimiento, un todo. El acto de hacer el amor le parecía un placer exquisito junto a su esposo, maravilloso y auténtico.Pasó unos veinte minutos en la bañera y salió,
El hombre se fue y Daniel se metió en el estudio, sin darse cuenta de que Katherine escuchó toda la conversación, quien sintió ansiedad ante las palabras de ambos hombres. Su mente no dejaba de pensar en que, si el odio de Ricardo ya había llegado a tales extremos, entonces, Daniel debía tomárselo muy en serio. El error más común en las personas en su situación era la de subestimar a su enemigo, rebajarlo a una simple amenaza.Pensó que su padre podía ayudar, sabía que tenía seguros de vida y personas que trabajaban para él en cuanto a la seguridad. Sin embargo; esa no era su decisión, le tocaba a Daniel decidir qué hacer y a quién acudir. Esperaba que lo hiciera antes de que fuera demasiado tarde.—Ileana, en estos momentos no es buena idea una cena —Daniel argumentó.—Daniel, es solo una cena para que nos conozcamos. Digo, no creo que sea malo que tu esposa nos conozca, después de todo la incursión en la familia no ha sido para nada convencional y tu padre tiene el derecho de conoce
Katherine no estaba nerviosa cuando llegaron a la casa de su suegro. Hasta la palabra «suegro» le causaba risas. Daniel no pudo oponerse aun con todos los problemas en la hacienda, su padre no entendería que él no supiera lidiar con la presión, aunque contase con eso para manejar la herencia de su hijo a su antojo.Bajaron del auto y él la tomó de la mano, negando con la cabeza al observar renuente la imponente casa de su padre. Tal vez se debiera a los recuerdos vividos allí, o al simple hecho de que la relación entre él y su padre era casi inexistente.Fueron recibidos por Ileana, una hermosa mujer, amable y elegante. Se parecía mucho a Ivette, aunque sus ojos poseían el mismo color mirada era más dulce que la de su hermana. A Katherine le resultó conocida de algún lugar, quizás la había visto en una foto. La mujer abrazó a Daniel con verdadero afecto y luego de mirar rápido a Katherine, la recibió con un beso y un abrazo, tal como lo hubiera hecho la madre de su esposo si estuviese
Katherine no pudo evitar un funesto sentimiento hacia la mujer. Esta podía ahorrarse resaltar cuál había sido su relación con Daniel. Sabía que algún día llegaría el desagradable encuentro, solo que no calculó que fuese en ese momento, delante de su padre. Asió con fuerza su copa, controlando las ganas de arrojar el contenido sobre el rostro perfecto de esa mujer.—No te preocupes, cariño. Por fortuna, tú eres la esposa… —sonrió con amargura—, aunque él siempre me amará a mí —la joven acotó en voz baja solo para que ella la escuchara.—Tú lo has dicho, soy yo su esposa, presente —Katherine sonrió erguida y soberbia—. Tú eres pasado. —La miró de arriba abajo con hastío y dio la vuelta para volver con su esposo, mas, se topó con él de frente.—Tranquilo que no muerdo. —Ivette sonrió al ver cómo protegía a su esposa.Ivette no tenía límites, con lo que se acercó a él con esa sonrisa tan calculadora y mirada fría, dándole un beso en la mejilla.—¡Hum! Sigues oliendo apetecible —suspiró ig
Katherine había estado en aquel baño por lo que pareció una eternidad. Necesitaba amainar sus nervios y su coraje, Ivette resultó descarada en demasía. Tuvo que hacerse de todo su autocontrol para no caer en su maldito juego, Además, estaba el hecho de que sabía que, a Daniel le seguía inquietando su presencia, pudo sentirlo en su forma de respirar, desconocía si estaba viendo fantasmas donde no los había o imaginándose lo que no era, ya no sabía ni siquiera qué sentir, el corazón le parecía tan pesado que podía caer a su estómago.Solo quería marcharse, pero no saldría corriendo de aquella casa, demostrándole a ella, cómo las dudas habían perforado su seguridad.—Debes dejarlo en paz. —Escuchó la voz de Ileana—. Ya deja de actuar como una adolescente insensata, date cuenta de que él continuó con su vida. Dios, ¿cómo hago para que entiendas?—¿Por qué demonios siempre estás poniéndolo a él por encima de mí? —Ivette le reclamó a su hermana.—Porque es lo correcto, y no lo estoy poniend
Hacía una semana que aquellas amargas verdades la golpearon en el rostro con fuerza descomunal y aún no lograba recuperarse, seguía sin poder recoger los pedazos esparcidos de su corazón.En un principio, sintió que podía morirse, que el dolor no se apagaría, que flagelaría su piel por siempre. Le ardían los ojos y la garganta de tanto que había llorado, nunca antes había sentido el dolor tan hondo, invadiendo toda luz dentro de ella. Era como si las lágrimas nunca se agotaran, como si su cerebro no tuviera más recuerdos que los de esa noche. Una sola persona logró destruirla y lo absurdo e irónico, no había sido su padre.Lo cierto era que no podía culpar a nadie más que a sí misma por haber sucumbido. No hubo nadie que le advirtiera que no debía amarlo, no fue como en los libros que ella tanto leía, donde el protagonista —le advertía a la mujer que él era oscuro, peligroso, inconstante o desleal, que solo le rompería el corazón—. No, ella lo sabía, lo escuchó antes de embarcarse en
Hacía una semana que aquellas amargas verdades la golpearon en el rostro con fuerza descomunal y aún no lograba recuperarse, seguía sin poder recoger los pedazos esparcidos de su corazón. En un principio, sintió que podía morirse, que el dolor no se apagaría, que flagelaría su piel por siempre. Le ardían los ojos y la garganta de tanto que había llorado, nunca antes había sentido el dolor tan hondo, invadiendo toda luz dentro de ella. Era como si las lágrimas nunca se agotaran, como si su cerebro no tuviera más recuerdos que los de esa noche. Una sola persona logró destruirla y lo absurdo e irónico, no había sido su padre. Lo cierto era que no podía culpar a nadie más que a sí misma por haber sucumbido. No hubo nadie que le advirtiera que no debía amarlo, no fue como en los libros que ella tanto leía, donde el protagonista —le advertía a la mujer que él era oscuro, peligroso, inconstante o desleal, que solo le rompería el corazón—. No, ella lo sabía, lo escuchó antes de embarcarse en
Si Katherine estaba devastada. No era que Daniel estuviese mejor, esa noche al ver a su esposa salir del baño en casa de su padre, había perdido todo el valor para silenciar a Ivette, ella no importaba. Él sabía que después de lo que su esposa escuchó, no tenía mucho para defenderse. Odió todavía más a Ivette y se sintió cobarde. Se odiaba a sí mismo por no haber hecho nada. No todo lo que dijo aquella loca mujer era verdad. No obstante, el dolor en los ojos grises de Katherine, le helaron la sangre y le cortó la respiración. No sabía cómo, pero necesitaba que ella lo escuchara, lo perdonara por no haber puesto un alto a aquellas palabras de Ivette, que ahora sentenciaban el amor de ambos. No creyó ser capaz, de amar a alguien luego del daño ocasionado por Ivette, mas, Katherine se fue colando bajo su piel, calando hasta los huesos, se metió tan dentro que no había lugar de él que no le perteneciera. Esa primera noche en la que llegó y ella se había marchado en medio de aquella emerg